A mediados de mayo se presentó en la sala del Museo de San Telmo un documental que explicaba la destrucción e incendio de Donostia (1813) a manos de los aliados: 1813. Donostia, víctima de tres imperios. En el turno de preguntas, un encendido militar español, en activo, tomó la palabra: "Habéis hablado de los vecinos fallecidos, de las mujeres que fueron violadas... Estas cosas ocurren en la guerra... Pero, ¿dónde queda la gloria de los soldados que lucharon para echar a los franceses? ¿Dónde están los miles que murieron en el asalto? ¿Por qué no habéis mencionado a los hombres que demostraron su valor en el campo de batalla?".
Es un punto de vista, lo reconozco. Y desde luego no aparecía en el relato. No entraba en el inventario de memorias, valores o consideraciones con que se había elaborado el documental de lo acontecido el 31 de agosto en Donostia. En honor a la verdad, digamos que el punto de partida de esta investigación histórica está escorado hacia los testimonios de los supervivientes del incendio y saqueo de la ciudad. Por situarnos, como dejó atestiguado y firmado el Presbítero Beneficiado don José Ramón Echanique, "el día primero de septiembre a cosa de las tres y media de la mañana vio que varios soldados de los aliados después que rompieron con una hacha la puerta de la calle por estar cerrada entraron en la casa inmediata a la del señor alcalde actual Michelena y pegaron fuego á la sala de la tercera habitación. Enseguida bailaron a la luz de la llama y no salieron de dicha casa hasta que tomó bastante fuerza el fuego. Que no puede decir de qué combustibles usaron sólo sí que el humo que salía de la sala era denso y de color de azufre oscuro y añade que vio decir así a los soldados como a algún oficial que tenían orden del señor Castaños para reducir á cenizas la ciudad o pasar a cuchillo a todos los habitantes, lo que prueba en concepto del testigo las voces e intenciones que había en la tropa desde julio".
Podemos citar cualquier otro de los testimonios, pero el mensaje es muy parecido. Sacerdotes, munícipes, carpinteros... Quizás se echa a faltar la versión de las mujeres violadas, que ninguna relata en primera persona lo que les hicieron. Pero es cierto, entre los testigos el juez no tomó en consideración la palabra de los saqueadores, incendiarios y asesinos. Estos, según el presbítero, bailaron a la luz de las llamas, y cumplieron órdenes. La memoria de los hechos históricos es lo que tiene, que se remite a la experiencia de los sujetos vapuleados; y es la historia oficial, que maquilla y disimula estos excesos, la que enaltece la lectura de los acontecimientos victoriosos.
El militar de la bronca nos echó en cara el desprecio a su oficio. Así no se hace la historia, al menos tal como nos la han contado. Las ciudades no dejan para la posteridad relatos de grandes proezas; a lo sumo se enriquecen con el trabajo y el comercio. Las mujeres que se quejan de ser violadas no conquistan grandes continentes; los médicos, aguadoras, pescadores, lavanderas, arquitectos, no dejan su nombre grabado en piedra, inmortalizado en el arco de triunfo de las capitales de los imperios.
En la escuela nos han educado con la literatura de guerras, generales que cambiaron el mundo, grandes movimientos de tropas, ejércitos persas, macedonios, romanos, turcos, chinos, etc., que dejaron la huella de los cascos de sus caballos, como el terrible Atila. Pero hasta escuchar al militar que nos reprochaba el silencio dedicado a los asaltantes de la Bretxa de Donostia no se me había ocurrido en qué universos paralelos, tan ajenos, vivimos unos y otros.
Si nos fijamos mucho en los efectos reales de esos hechos de armas, la gloria se desvanece y quedan como lo que son, simples crímenes y delitos, amparados por los cálculos e intereses de los poderosos. La gran historia pierde su sentido. Es una lástima.
Pero también le podemos reprochar al militar de marras el mismo argumento; pues si miramos los grandes acontecimientos al margen de las poblaciones que los padecen, la historia de batallas y honores es una simple coartada para esconder los horrores cometidos.