DE traumas infantiles devienen comportamientos patógenos porque todos somos presos de nuestro pasado, según nos explican psicólogos y psiquiatras. Y la economía mundial tiene que pasar por la consulta del psicoterapeuta, o directamente internarse durante un buen tiempo en una casa de salud, porque esto se está poniendo cada vez más complicado.
Esta Gran Recesión, como pasará a la historia la crisis actual, viene marcada por lo que ocurrió en la Gran Depresión de 1929. Los fantasmas de aquella época son los consejeros de cabecera de quienes toman las grandes decisiones. En Estados Unidos, las caídas de la Bolsa en octubre de 1929 no fueron lo que llevó al paro y a la miseria a un buen número de ciudadanos y a la ruina a incontables empresas, sino que las excesivamente ortodoxas decisiones de la Reserva Federal derivaron en una falta de liquidez que llevó a la quiebra a muchos bancos y estos arrastraron a la economía real, que solo se pudo recuperar gracias a ingentes inversiones públicas (el New Deal del presidente Roosevelt) y por el empujón económico de la II Guerra Mundial, de la que Estados Unidos salió como potencia ganadora habiendo sufrido en sus carnes mucho menos que sus aliados, Pearl Harbor e islas del Pacífico aparte. Más de uno, entre ellos el actual presidente de la Reserva Federal, gran estudioso de la Gran Depresión, piensa que si se hubiesen tomado otras medidas la Gran Depresión no habría pasado a la historia como el evento económico más destructor de riqueza de la historia reciente.
Si las colas de personas pidiendo trabajo y las hambrunas de los años 30 influyen en el subconsciente de Ben Bernanke a la hora de inyectar liquidez a los mercados, la hiperinflación de la República de Weimar marca la hoja de ruta económica de Angela Merkel. El proteccionismo extendido por todo el mundo como receta para la solución de la crisis económica global del 29 derivó en una grave crisis financiera y económica en Alemania, país derrotado, castigado y humillado en la I Guerra Mundial, que trató de atajar imprimiendo billetes. Este exceso de liquidez sin respaldo real derivó en hiperinflación. Y el caos generado por la hiperinflación fue caldo de cultivo perfecto para que un cabo austriaco, tan excelente orador como hipernacionalista, ganase las elecciones en Alemania y arrastrase a todo el país a una locura que derivó no solo en la II Guerra Mundial sino en uno de los pasajes más oscuros de la historia de la humanidad, cuyos remordimientos atormentan hoy en día más de lo que nos podamos creer a la sociedad alemana.
Pero aunque los miedos de americanos y alemanes son comprensibles y explican en buena medida sus comportamientos actuales, también deberían ser conscientes de que el escenario actual es muy diferente al de 1929. Derivado de aquella crisis y de la II Guerra Mundial, nació un sentimiento multilateral que aunque presenta evidentes aspectos de mejora pervive y hace este mundo un poco mejor. La ONU, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, los G-XX? son mecanismos nacidos como antídotos, o al menos paliativos, de las crisis y guerras mundiales. Fruto también de aquella época es el actual concepto de estado de bienestar que con matices también acampó entre nosotros para no marchar. Por muy mal que estemos, hay cosas que no aceptaremos y si en 1929 los más desfavorecidos morían de hambre, la protección social, aunque con problemas, marca unas líneas rojas muy diferentes a las de entonces. Y, por encima de todo, la globalización es la mejor receta contra el proteccionismo y, aunque en ocasiones su efecto amplificador genera nuevos problemas, las economías están tan interrelacionadas que el interés de resolver los conflictos graves de manera inmediata es compartido por todas ellas.
Pero la psiquiatría no ha triunfado en la teoría económica y Estados Unidos se adentra por terrenos desconocidos del monetarismo con su quantitave easing, o sea, imprimiendo billetes para que la liquidez lo inunde todo; y Europa apuesta por un rigor presupuestario que más nos lleva al rigor mortis que a la recuperación.
La teoría norteamericana, primando la liquidez a cualquier consideración, ha sido seguida por Reino Unido y ahora también, y de manera acelerada, por Japón y al menos parece funcionar mejor que el rigor presupuestario. Con algún que otro sobresalto y gracias a una economía dopada, el PIB crece y hay cierta alegría en el consumo, madre de todo crecimiento en los países desarrollados. Es verdad que el déficit no se ataja, la deuda continúa aumentando y la solución a los desequilibrios estructurales se está difiriendo en el tiempo, pero no es menos cierto que algo se inventarán más adelante o si el modelo colapsa el problema será de todos. En Europa, atada a una ortodoxia presupuestaria fuera de lugar, los recortes también producen déficit e incrementan la deuda, pero este déficit ni siquiera mitiga las penas de sus ciudadanos sino que las agrava. El resultado final, más deuda, es similar pero en la realidad económica europea es mucho peor.
La sociedad norteamericana y la británica no tienen conciencia de vivir en recesión, porque no existe. Basta con ver sus tiendas para evidenciarlo. Intuyen que el equilibrio es inestable, pero de momento no les importa. La economía europea ha entrado en una peligrosa espiral donde los políticos parecen no resolver los problemas de los ciudadanos sino agravarlos. Con tanto recorte y subida de impuestos cualquier brote verde que exista muere por inanición. Está creciendo una peligrosísima desafección hacia los políticos y hacia las macroestructuras europeas. Cada vez menos ciudadanos se creen Europa y en el caso de España tampoco nos creemos a nuestros políticos y en muchas partes ni a nuestro país. Vamos hacia un entorno cada vez más ingobernable y, lo que es peor, plagado de ismos ya que el caldo de cultivo para la peor cara de la política está servido. Somos presa fácil para populistas, demagogos, fascistas, ultraizquierdistas, ultranacionalistas?
Gran parte de la historia de Europa ha estado plagada de guerras entre sus Estados, buscando por las armas una hegemonía que se ha demostrado imposible pues no hay armada que sea invencible, guerra que sirva de nada aunque dure cien años o emperador, duce o führer capaz de guiar a los europeos. El mejor bálsamo para sanar las cicatrices de siglos es, sin duda, la prosperidad económica y ese es el sentido de la Unión Europea: crear un espacio de convivencia donde los europeos vivamos mejor unidos que enfrentados. Es hora de que nuestros políticos se den cuenta de que a golpe de troikas, hombres de negro y desconfianza se están cargando no solo el sueño de una Europa unida sino un espacio de convivencia. Los fantasmas del pasado no volverán y deberían preocuparnos más las incógnitas del futuro. Pero, puestos a mirar atrás, no olvidemos que los países europeos han estado mucho más tiempo enfrentados que colaborando. No nos equivoquemos en algo tan fundamental por defender intereses provincianos a corto para ganar unas elecciones.