Se dictan demasiadas leyes, nos faltan ejemplos
Utilizando la amenaza de gravísimos perjuicios económicos y como vectores a políticos y hostelería, la industria tabacalera está consiguiendo que, fruto de este temor y de la nula aplicación de las medidas punitivas, la relajación se esté universalizando
MIKEL ha vuelto a fumar, dos meses de grandes sacrificios para superar la dependencia y nueve sin encender un cigarrillo malogrados en un segundo. Un viaje de trabajo, a uno de esos países en los que los esfuerzos en la lucha contra el tabaco son inexistentes, ha desbaratado, de momento, sus deseos de librarse de la adicción. Su reflexión es diáfana: "El problema es que allí no me sentía vigilado". Durante su abstinencia se había refugiado en el amparo que le daba la ley antitabaco, no podía fumar en el trabajo, en el museo, en los bares, en los restaurantes? y eso le protegía. No lo percibía como un castigo ni tampoco se trataba de que un Gran Hermano supervisara el cumplimiento de su compromiso, una benévola vigilancia social le mantenía alejado del humo y le ayudaba a no recaer.
Desde que dejó de fumar, comenzó a encontrarse mejor: Sabe, además, que el tabaco causa enfermedad y no puede mirar hacia otro lado cuando lee que más de 700.000 personas fallecen al año en Europa por los efectos del humo de los cigarrillos propios o ajenos y que sus consecuencias nos cuestan 35.000 millones de euros. Por eso, para él, el rancio discurso de que la ley vulnera de los derechos de las personas que fuman ha quedado trasnochado y tampoco transige con la falacia de que las normas europeas acabarán con la agricultura y la industria tabacalera y con la hostelería españolas.
Todo lo contrario de lo que parecen pensar los presidentes de Cantabria, La Rioja, Andalucía, Canarias y Extremadura que tuvieron la desvergüenza de firmar -bajo el auspicio de una empresa del sector- una declaración institucional en la que se mostraban "preocupados" por las "graves consecuencias" económicas que puede tener para España la nueva directiva europea sobre el tabaco. Unas funestas consecuencias que no han logrado justificar, ya que la normativa no aborda el cultivo ni la manufactura, sino que trata de reducir el consumo e impedir nuevas incorporaciones a la adicción. La directiva obligará a que el daño que produce el tabaco sea más patente en las cajetillas, prohibirá las sustancias adictivas y que den sabor agradable al producto y eliminará los cigarrillos delgados y los paquetes pequeños. Una reglamentación que para estos políticos reconvertidos en creativos del marketing tabacalero representa una disminución del lucrativo negocio del humo y no una ganancia para la salud de la ciudadanía a la que representan.
A pesar de estas y otras muchas zancadillas, la legislación continental avanza lenta pero firmemente y sus resultados están avalando el esfuerzo. Consciente de ello, la industria de la muerte sigue interfiriendo -intimidando- para evitar sufrimientos en sus cuentas de resultados aunque sea a costa de la salud de la gente. Conocedora del daño que ha generado la prohibición en hostelería, trata de horadar una gatera en el sector y ha aprovechado la llegada de Sheldon Adelson, con su grotesco pelotazo de Eurovegas, para pervertir el debate y lograr una norma más light. Para conseguirlo, ha encendido al presidente de Madrid y la vicepresidenta del Gobierno, que ya están insinuando la necesidad de introducir una modificación para que se permita fumar dentro del esperpento que se prepara en Alcorcón: "España necesita inversores y creación de empleo".
Lamentablemente, este bien de interés económico en el que se reunirá la flor y nata de las ciencias y la cultura no será pionero en lo que respecta a flexibilizar la ley. El pasado viernes, las redes se incendiaban con una fotografía del portavoz del Partido Popular en el Congreso fumando un cigarrito en una cervecera de Madrid. No hace falta ir tan lejos. Hoy, en nuestra Comunidad, cada vez se fuma más en los locales de hostelería. Ya ni es necesario el chantaje emocional de "¿les importa que, en la mesa de al lado, fumen un purito mientras juegan la partida?". Directamente se fuma o te plantan un cenicero en la mesa. Muchos bares y restaurantes cierran durante unas horas para que la clientela disfrute del tabaco, los establecimientos que frecuentan los jóvenes son espacios libres de aire puro y en algunos pueblos la norma no se aplica. Es tal el desapego que es posible encontrar a una persona con responsabilidad institucional fumando -o tolerando que se haga- en un restaurante de nuestro país.
La prohibición puede inducir a muchas personas a intentar abandonar el tabaco o servir de ayuda para que no recaigan. No es una medida que tenga un efecto tan patente como los incrementos impositivos o la limitación de la publicidad, pero sí ha demostrado su contribución en la disminución del número de personas que fuman. Para evitar esta pérdida de clientela, la industria del tabaco está utilizando una estrategia de hostigamiento que ya está dando frutos. Utilizando la amenaza de gravísimos perjuicios económicos y como vectores a políticos y representantes de la hostelería, ha conseguido atemorizar a una parte de los hosteleros, a los que no confían en que su negocio funcione sin el tabaco. Fruto de este temor y de la nula aplicación de las medidas punitivas, la relajación en el cumplimiento se está universalizando.
La salud merece un esfuerzo para evitar que esa relajación se propague, aunque la aplicación de la normas pueda, inicialmente, resultar incómoda. La responsabilidad de la puesta en práctica de esas medidas descansa sobre unos responsables políticos que no parecen confiar en ellas o, lo que es peor, que se han sometido el discurso de las tabacaleras. Su dilema se sostiene en que, aunque el tabaco es la principal causa de muerte evitable, es uno de los negocios más lucrativos que existen y aplicar la regulación podría suponer pérdida de votos. De esos argumentos, el peso electoral probablemente tiene poca importancia y lo que verdaderamente condiciona su tibieza en la aplicación es que no aceptan que la droga sea tan nociva como dicen y el temor a que cualquier regulación cause pérdidas económicas. Pero, sean cuales fueren los motivos, además de que el precepto no se está aplicando adecuadamente, algunas de las personas que deberían ser un modelo en sus comportamientos, sobre todo, en lo que se refiere al cumplimiento de las leyes, no están predicando con el ejemplo. Aquí no se les exige que se conviertan en un modelo de perfección moral en lo que se refiere a comisiones, recalificaciones, dádivas, información privilegiada o colocar amistades; hablamos de salud y frente a ella se debe reclamar que cumplan la ley y que no transmitan valores insanos. Si quieren demostrar que su objetivo es defender la salud de la ciudadanía, no son necesarios nuevos reglamentos antitabaco, es suficiente con que no ablanden el existente, que lo hagan cumplir y prediquen con el ejemplo no fumando en locales públicos.
La solución al problema de la adicción al tabaco y sus graves consecuencias no se encuentra en los ambulatorios y hospitales sino en la esfera política, legislativa y ética. Vistas las dificultades de incidir en estos tres ámbitos, a Mikel le recomendaré que cuando decida intentarlo de nuevo huya de la hostelería tramposa y de los gobernantes incívicos y vuelva a pedir apoyo a su centro de salud donde, seguro, encontrara ayuda para superar la terrible dependencia.