PSOE: la hora de la verdad
¿Podemos afirmar que la estructura de los partidos en España y su funcionamiento son democráticos? ¿Podemos sostener que la transparencia en su gestión y el control interno de sus representantes en las instituciones resulta satisfactorio, eficaz y suficiente?
VIVIMOS malos tiempos para la lírica", es una frase que ha solido resonar a menudo en los últimos años a la hora de analizar, de expresar metafóricamente hablando, la situación económica, social, política, por la que estamos atravesando. Una frase que intenta reflejar la profunda crisis, no solo económica, también, o quizás especialmente, de valores, de principios, en la que estamos inmersos.
El sistema del que nos habíamos dotado en los últimos decenios se desmorona, un sistema que en lo político se basaba en la primacía de los partidos que a través de la soberanía popular expresada en las sucesivas elecciones dirigían, coordinaban, las diferentes instituciones: ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos, Congreso y Senado, incluso el poder judicial, dotándoles de un poder casi absoluto.
La aparición en los últimos años de numerosos casos de corrupción en las diferentes instituciones en los que se han visto involucrados especialmente los partidos mayoritarios, PP y PSOE, ha conseguido el alejamiento y recelo de la ciudadanía, reflejada en las sucesivas encuestas del CIS, que les considera uno de sus problemas fundamentales.
Esa corrupción, en sus diferentes formas y procedimientos, crispa los ánimos de los ciudadanos, que perciben en los partidos políticos una vocación enfermiza por ocupar parcelas de poder, para utilizarlo en la búsqueda de un beneficio personal o colectivo al margen de los intereses generales de la sociedad. Y estos se muestran como estructuras de poder inaccesibles, como castas incontrolables, como máquinas de influencia que tienen sus propios códigos de conducta, comunicación y pacto, que engañan y ocultan la realidad con el único fin de mantenerse en el poder al precio que sea.
Esta situación abre una serie de interrogantes que conviene contestar y corregir antes de que la ciudadanía vuelva su vista hacia alternativas menos deseables y peligrosas: ¿Podemos afirmar que la estructura interna de los partidos políticos en España y su funcionamiento son democráticos como establece el referido texto fundamental? ¿Podemos sostener que la transparencia en su gestión y el control interno de sus representantes en las instituciones resulta satisfactorio, eficaz y suficiente? ¿De verdad que nuestros partidos "son instrumento fundamental para la participación política?". Pocos ciudadanos contestarán afirmativamente a estas elementales preguntas, lo que debiera preocupar y mucho a sus dirigentes. Especialmente a la izquierda y más concretamente a un PSOE cada vez más a la baja y que en los próximos meses se va a introducir en un periodo convulso que debiera acabar con un nuevo liderazgo y una transformación profunda de sus estructuras internas, adaptándolas a las demandas sociales.
Es un momento en el que surgen nombres para suceder a un Alfredo Pérez Rubalcaba absolutamente amortizado: Eduardo Madina, Patxi López, Carme Chacón, incluso uno de los pocos valores que en su seno aún conserva prestigio social: Odón Elorza. Los tres primeros, considerados como integrantes de las estructuras de poder actuales y pasadas, y solo el último con un historial relativamente alejado de ellas, tres ortodoxos y solo un heterodoxo. Pero se volverá a cometer el mismo error del pasado reciente si ese debate se establece solo en términos de nombres, porque lo que realmente está demandando la ciudadanía respecto a las tres preguntas anteriores es un cambio estratégico en las estructuras internas, una especie de refundación ordenada del PSOE.
Solo tendrá eco social aquel de entre los que se postulen que recoja el guante lanzado. Solo aquel que favorezca el pluralismo político e ideológico, que potencie los hábitos democráticos rompiendo con la falacia de que cualquier debate ideológico interno implica inestabilidad y que tal situación "es castigada por los electores o que cualquier crítica o disidencia hacia la cúpula del partido se presenta como una deslealtad". Aquel que no defienda eso de que los trapos sucios se lavan en casa, en el interior. Porque el primer compromiso que tienen los responsables políticos es con los ciudadanos y no cumplen con su obligación si ocultan su opinión sobre asuntos públicos o conductas irregulares "para proteger al partido". Tal comportamiento tiene que ver más con residuos del estalinismo que con la vida democrática en una sociedad plural.
Solo aquel que elimine el sistema piramidal y oligárquico actual, que se mantiene verticalmente y que reproduce otras cúpulas pequeñas, u oligarquías locales y regionales que a su vez deben su poder al vértice del partido y dependen de una complicidad política mutua. Ese sistema en el que la aparición del nepotismo y de las redes clientelares internas y externas del partido constituyen un auténtico aparato de poder que resulta imbatible. Por eso es fundamental que la elección del futuro líder no sea a través de unas primarias trucadas solo con la participación de los afiliados, sino a la francesa, abiertas al resto de la sociedad. También en este tema se deberán manifestar cada uno de los candidatos.
Comienza, pues, un momento apasionante y decisivo no solo para el futuro del PSOE, sino también para la izquierda.
En un momento de desencanto y desidia, donde los ciudadanos dan la espalda a los partidos políticos y la izquierda se encuentra derrotada, a la deriva, en desbandada, sería vital que ese nuevo líder además de aceptar los principios antes enunciados se mostrara favorable al reencuentro de las diferentes izquierdas reconduciendo al PSOE por la senda abandonada de la propia izquierda, al reconocimiento de la pluralidad de nuestro país, incluyendo el derecho a decidir de sus diferentes nacionalidades, un líder que fuera capaz de confrontarse con valentía a los poderes fácticos, financieros, económicos, religiosos, que escapara el control de ciertos medios de comunicación siendo absolutamente independiente, que apostara con valentía y generosidad por consolidar definitivamente la paz.
Alguien diferente a lo que conocemos, que fuera capaz de hacer recuperar la confianza y la ilusión a su base social. Valiente, libre, audaz incluso, heterodoxo, imaginativo, demócrata hasta sus últimas consecuencias, capaz de consensuar, de buscar puntos de encuentro, de síntesis.
De entre los postulados hasta el momento, solo uno de ellos ha defendido estas ideas en el pasado y en el presente: Odón Elorza. Sería el más conveniente pero también el que a priori tiene menos posibilidades por no tener ningún acceso al aparato del partido y ser visto con recelo e incluso con animadversión por la mayor parte de quienes ahora lo conforman. Potenciador del Foro ético nutrido con los sectores más a la izquierda del socialismo que ha plasmado negro sobre blanco estas y otras cuestiones, solo tendría alguna posibilidad de triunfar con una elección a la francesa. Quizás pueda ser el Hollande que necesitamos.
Lo que sí resulta evidente es que el PSOE, y la izquierda en general, se encuentran en estos momentos en la hora de la verdad. O se adapta a las demandas sociales o tiene muchas posibilidades de desaparecer.