Este famoso dicho de que aquí no dimite ni Dios ya no volverá a ser lo mismo porque aunque Dios -que dicen que es eterno- no dimita sí lo ha hecho su máximo representante en la tierra y lo ha hecho de forma pacífica y voluntaria. Ya no hay intrigas en el Vaticano. Ya pasó la época de los Borgias y los siglos cuando los papas se casaban o tenían barraganas a su servicio. Ahora ya no suenan pasos extraños en las noches de invierno en los lóbregos y altos pasillos del Vaticano cuando nadie sabía si el papa era el envenenado o el envenenador. Bueno, tampoco hay que exagerar porque el inocente de Sor Luciani murió a los pocos meses de ser nombrado papa hace escasos años y aún hay teorías inexplicables de la conspiración que no ven muy claras las causas de su muerte.
Y con este enorme ejemplo papal, las huestes peperas de la calle Génova en Madrid no se dan por enteradas y no cunde el contagio porque allí sí que no dimite ni Dios. No debe de ser lo mismo el peso de la edad y de la tiara que el de los sobres y los billetes de quinientos euros que se colaban de forma misteriosa por los quicios de las puertas de los despachos de la planta noble. Rajoy ha perdido una oportunidad histórica de dimitir en el día adecuado, imagínense los titulares del día siguiente: Rajoy y el Papa dimiten, medio mundo se habría enterado de quien es nuestro Mariano y el presidente del Gobierno habría unido su suerte a la del Santo Padre cosa que le tiene que hacer tilín a una persona religiosa y de derechas. Y, sin embargo, Mariano no ha dimitido y ha elegido el disfrute de la vida terrenal, el mundo, el demonio y la carne a una elegante dimisión conjunta con Ratzinger. Ha permanecido rodeado de gentes que tiran de Lamborghini y de kilos de confetis en sus fiestas infantiles, de otros que -entre descenso y descenso de esquí por las pistas alpinas- hacían discretas visitas a las oficinas de cualquier banco suizo en Zurich.
El papa ha sido prudente y ha dimitido antes de que la edad y el cansancio le echaran y Mariano se ha echado al monte no solo negándose a dimitir sino sin entregar cabeza alguna a quienes pedían algún gesto o la dimisión de alguna ministra entre quienes se encontraba algún alto cargo de su mismo partido. Nunca sabremos si un gallego sube o baja la escalera en la que nos encontramos con él y con Rajoy pasa lo mismo, el eterno donde dije digo, digo Diego: no iban a echar al exmarido que repartía confetis a toneladas y le echan, no afirmaban si el esquiador alpino estaba en la nómina del partido y le dan un sabroso finiquito. Lo peor de todo es que -generalmente- esta política de avestruz que sumerge su cabeza en la tierra es la única que le ha dado buen resultado al presidente del Gobierno. ¿Cuántas veces le dieron por amortizado y por cadáver en su propio partido y -de repente- se calló, desapareció y surgió -cual ave fénix- para conservar de nuevo las riendas del poder? Estos gallegos -como aquel que nos jodió la vida durante cuarenta años- son duros de roer. Como mucho, caerá la cabeza de la ministra de los confetis pero yo creo que ni eso… y es que aquí -en contra del Vaticano- no dimite ni Dios…