Acualquiera de nosotros se nos ha cruzado el cable alguna vez saliendo el Charles Bronson que llevamos dentro. Normalmente las vendettas emergen cuando el individuo alcanza un episodio de rabia tan alto que la situación se hace insostenible y es fundamental vehiculizar esa ira de alguna manera. La represalia es otro de esos sentimientos que acercan al ser humano a la irracionalidad. Hay un extraño placer en la venganza. Evidencia pobreza de espíritu obstinarse en devolver el daño recibido, pero nos gusta ver a los que consideramos los malos recibiendo su merecido, y ya cuando son los propios ofendidos los que imparten justicia el nivel de gozo alcanza su cenit.

Todos hemos tenido algún ramalazo de estos en alguna ocasión. Hasta el más manso puede llegar a reaccionar como el mismísimo Michael Douglas en Un día de furia. Después de sufrir una canallada lo más habitual es el impulso del ojo por ojo, pero en cuanto deja de hervir la sangre pensamos que lo mejor es servir la venganza en plato frío. Esperar al momento preciso.

Hay vengativos de todos los perfiles. Están los pacientes: del tipo Conde de Montecristo, estos son capaces de esperar veinte años para devolver la factura a aquellos que osaron ofenderles. Siguiendo con los clásicos están los que se inspiran en Don Mendo y se lo toman a risa hasta que idean la vendetta más desternillante.

Los más peligrosos, no hay duda, son los bravucones. Discípulos de Seagal, Norris y Kill Bill necesitan saciar su sed vengadora inmediatamente, sin mediar palabra y como en las pelis de Tarantino usando métodos expeditivos, la katana de Uma Thurman si fuera necesario.

Existen tantas formas de venganza como personas y motivos. Sentimentales, profesionales, familiares, económicos, incluso deportivos. Los celos, la envidia o simplemente la devolución de una ofensa suelen despertar el instinto vengador y que nos metamos en el pellejo de Clint Eastwood en cualquiera de las entregas del implacable Harry, el sucio, el fuerte o el ejecutor.

Tenemos el derbi a la vuelta de la esquina y el duelo vecinal es siempre un buen escenario para resucitar rencillas: aquel penalti mal señalado, el gol que marcó el rival con la mano, aquella intromisión en la cantera, aquellos versos satánicos dedicados a Gurpegi, o los que probablemente devolverá el eco de San Mamés el día 22 recordando las recientes manifestaciones de Iñaki Badiola a propósito de una supuesta práctica, digamos que poco estética, que el expresidente denunció por parte de la última Real subcampeona.

Injustos o no, hirientes o antideportivos, está claro que si nos metemos en el pensamiento revanchista que es la cara menos amable del deporte podemos encontrar justificación a los comportamientos inspirados en la venganza. Aunque el verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele, detestamos tanto a quien nos ofende, que es muy difícil reprimir el deseo de castigarle con la misma moneda. Es otra norma no escrita. Una persona que quiere desquitarse por una afrenta guarda sus heridas abiertas.

Cuando hay una ofensa que consideramos flagrante, es irreversible pensar en aplicar la ley del Talión, sabemos que la venganza es dulce y no engorda. Precisamente porque en algún momento de nuestra vida la hemos puesto en circulación por motivos razonables, no terminamos de comprender el origen del desmedido impulso justiciero que se destila de las palabras de Llorente en la última entrevista realizada en As, por supuesto en Madrid. Por acusaciones infundadas, por argumentos que caen por su propio peso y porque son respuestas llenas de un rencor para el que no encuentro argumentos objetivos. Denunciaste que en vez de cariño recibiste de la directiva del Athletic presión. Hablas ahora cuando ya no viene a cuento, tu futuro es bianconero pero hasta junio las cuantiosas nóminas te las paga Ibaigane ¿Cómo llamarías a estas desacertadas manifestaciones que solo añaden tensión? ¿Cómo crees que va a reaccionar la grada de San Mamés cuando Bielsa te saque a calentar la banda? El pulso, una vez más a destiempo. Se equivocan de raíz los que creen que lo que importa del árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. Contigo en Turín seguirá habiendo peras en Rincón de Soto y futbolistas comprometidos en el semillero del Athletic.