MUCHAS civilizaciones han tenido -a lo largo de la historia- brillantes y perversas ideas para controlar el número de habitantes de sus países y para dar prioridad a los "elementos útiles" de la sociedad. Cuando nacía un nuevo niño en Esparta y -antes de que el estado se hiciera cargo de su educación- era presentado completamente desnudo ante una comisión de ancianos espartanos que decidían sobre la continuidad o no de la criatura entre los humanos. El sistema buscaba eliminar toda boca improductiva y si el recién nacido en cuestión era débil, presentaba una deformidad o -simplemente- era corto de talla, se le arrojaba -de forma inmediata- por un barranco desde el pico del monte Taigeto. Una boca menos. Por eso -y por el resto de la vida que les esperaba a quienes pasaban ese primer examen- se acuño la expresión de educación espartana. Pero - al fin y al cabo- eran historias de muchos siglos atrás y -ahora, con la moral que nos canta- ni siquiera a Guindos o a Montoro se les ocurriría nada parecido con tal de aliviar las cargas sociales que tanto peligran en estos momentos.

Pero el sujeto humano puede ser una carga para el estado no solo cuando nace sino -mucho más- a medida que deja de producir y empieza a ser más costoso en concepto de pensiones, medicinas y atenciones diversas. Y estamos tan tranquilos, sabedores de que a nadie se le va a ocurrir ninguna traumática solución final cuando aparece un ministro japonés que viene a recomendar a sus conciudadanos más longevos que deberían de pensar en desaparecer poco a poco. La explicación sobra ya que se apoya en que todos los viejecitos del mundo le salen muy caro al estado correspondiente. No solo ocupan sitios en hospitales y residencia sino que -además- tienen una desmedida afición a romperse la cadera de vez en cuando y se han acostumbrado a una desmedida ingesta de medicamentos que el estado debe de subvencionar. En definitiva, que un anciano longevo le sale muy caro al estado y como cada día hay más y son más longevos pues las cuentas no cuadran. Más vale que los japoneses no le tienen mucho miedo a la muerte y ya lo demostraron haciéndose el hara-kiri por cualquier tontería o suicidándose en sus aviones kamikazes en la segunda guerra mundial cuando ya la tenían completamente perdida. Puede que si el emperador se lo recomienda, acaben sus días anticipada y voluntariamente con tal de salvar al imperio.

De Esparta a Japón, de eliminar a los críos no productivos a recomendar a los ancianos débiles y también improductivos que aceleren el camino hacia la muerte. Si algo tenemos que agradecer a nuestra herencia y educación cristianas es el respeto a la vida -cueste lo que le cueste al estado- porque -de lo contrario- algún Guindos o algún Montoro nos habría hecho una propuesta desleal con tal de cuadrar sus presupuestos. En Japón -por ahora- ya no se puede uno ni morir en paz?