en Internet todavía es posible navegar de una forma anónima, ocultando nuestra identidad y no dejando ningún rastro de nosotros en las webs o sitios en los que hemos estado. Esta identidad digital no se ciñe a un nombre y apellidos, sino más bien a lo que denominamos la dirección IP. Cada vez que nuestro ordenador se conecta a Internet lo hacemos utilizando este identificador y por cada sitio por el que naveguemos dejaremos esa huella, algo parecido al sello que nos van dejando en el pasaporte cada vez que accedemos a un paso fronterizo. Todavía recuerdo cómo un grupo de estudiantes, conocedores de la dirección IP con la que navegaba un profesor, rastrearon los sitios que había ido consultando, descubriendo con ello las preguntas de un examen.

Hay muchas razones por las que podemos querer proteger nuestra identidad digital. En ciertos países como China, Irán o Siria, los periodistas no pueden acceder a determinadas informaciones que son censuradas por sus gobiernos. Con una identidad anónima se pueden saltar esta barrera y acceder a periódicos o noticias de otros países o incluso tener un blog en el que expresar libremente su opinión. Pero lo mismo que un disfraz te puede convertir en la reina de la fiesta, también te puede convertir en un asaltante de bancos.

Vamos a explicarlo con un ejemplo. El proyecto Tor (The Onion Router, www.torproject.org) es un sistema de encaminamiento que permite a sus usuarios comunicarse en Internet de manera anónima. Una vez instalado este programa gratuito en nuestro ordenador, pasaremos a ser anónimos. Aunque seguiremos dejando una huella digital, si alguien intenta rastrearnos, solo encontrará la información de un ordenador llamado Tor, del que no se sabe ni dónde se encuentra ubicado físicamente. A partir de ahora, solo nos queda entrar en Hotmail y crear un par de cuentas de correo a nombre de nuestros superhéroes favoritos. Ahora mandamos desde una dirección un correo a un presidente de una caja pidiéndole 25.000 euros y desde la otra dirección a un diputado diciéndole dónde puede encontrar jugosa información es su pelea con esa caja. Y nadie sabrá quién ha sido el causante de todo esto. Así de fácil.

El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, escrita en el año 1948, encaja perfectamente en la idea de anonimato y privacidad en Internet: "Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, este derecho incluye la libertad de sostener opiniones sin interferencia y de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas por cualquier medio y sin consideración de fronteras." Lo malo es usar ese anonimato y la tecnología con fines criminales. Como siempre, hay que guiarse con el sentido común cuando recibimos correos que no hemos solicitado y de los que no conocemos el remitente.

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