Soy un padre que quiero mostrar mi más profunda desilusión y, por qué no decirlo, enfado, con la escuela de fútbol de Astrabudua, a la cual y por tercer año consecutivo ha asistido mi hijo, de ahora 9 años.
Para empezar, yo entiendo que una escuela es para enseñar y los que asisten van a aprender, no para ser una selección de talentos a tan temprana edad. De eso ya darán cuenta los años. Este iba a ser su cuarto año pero hace unos días que le he desapuntado porque no estoy dispuesto a asumir que un niño de esa edad pague las deficiencias de adultos.
Cuando comenzó esta andadura (con seis años) iba con toda la ilusión del mundo, y los aitas también. Que perdemos, no pasa nada; que ganamos, pues estupendo. Esa era nuestra meta, deporte, disciplina, compañerismo, buen ambiente. No importaba tener que dejar de hacer cosas por llevarle a los entrenamientos ni los madrugones del fin de semana, tan sagrado para todos, todo por ver en sus ojos esa ilusión. Hoy todo eso se ha perdido, incluso el ir se estaba convirtiendo más en una condena que un hobby. Nunca lo hicimos pensando en que fuera un crack, como algún entrenador y coordinador nos ha espetado cuando hemos intentado hacerles ver la clara discriminación.
Y ahora me explico. Hay cinco equipos de benjamines, A, B, C, D y E, así que ya podéis imaginar como van las escalas: del mejor A, al peor E, en donde se aglutinan a los mejores y a los que no quiere nadie, respectivamente. En esta ocasión quiero hacer mención a estos últimos.
Cuando a un crío se le enseña, aprende, pero lo que es poco probable es que aprendan sin enseñarles. Ya sé que las cualidades son diferentes y por eso pienso que al que más le cueste hay que ayudarle más, nunca darle por perdido, no tenerle, simplemente, para cobrar una mensualidad más.
Para eso, y es una figura muy importante, está el entrenador, para formarles, educarles deportivamente, y también darles confianza, cariño, potenciar su autoestima. Si ganan celebrarlo con ellos, pero nunca dejarles de lado, nunca abandonarles, ni, por ejemplo, marchar al vestuario antes de acabar un partido. Pero por encima de todo nunca minusvalorarles, porque los niños también tienen sentimientos y se dan cuenta de todo. Es inaceptable que se juegue con ellos.
Este es mi humilde parecer, aunque igual yo también estoy en el pelotón de los torpes y mi opinión, al igual que estos chavales, no tenga la suficiente importancia como para ser escuchada ni tenida en cuenta. Ya a mi hijo, que es mi crack, no le afecta, pero sí a muchos de los vuestros.