De mendicantes y otras miserias
Después de leer la carta de Amaia Urrutia del día 4 sobre quiénes se dedican a pedir en nuestras calles y plazas, por un lado quedo maravillado al constatar que ejercer la mendicidad (está prohibida a los pobres por quienes piden austeridad a los demás con los bolsillos bien calientes), según fuentes fidedignas -¿las mismas que un día sí y otro también ponen a los de fuera como causa de todos nuestros males?- tiene retribuciones de doscientos y pico euros, más móvil de última generación, más ayudas sociales... Un auténtico chollo, vamos. Pero como la realidad es tozuda, uno conoce a quien sin ningún recurso patea calles y plazas buscando trabajo, que no obtiene en muchas ocasiones precisamente por ser de esas otras razas.
Vagos y defraudadores los hay de toda raza color y condición, incluidos autóctonos, residentes e incluso altos representantes del sufrido pueblo que les paga para que no solucionen prácticamente nada (excepto su futuro económico). Uno no pretende ir de ingenuo por la vida ni hacer demagogia pero está más que harto de tanta visión interesada y parcial que siempre retrata a los mismos de la misma forma.