Hemos aprendido a preocuparnos en la vida por asuntos como el dinero y el reconocimiento, cargándonos poco a poco de obligaciones sociales, cuestiones que acostumbran a dejarnos, además de vacíos, desengañados de la vida.
Quiero plantear aquí, aprovechando la oscura época que atravesamos, una especie de catarsis vital y sugerir que, en vez de seguir fiando nuestro futuro a la consecución de metas sociales falsas y encerrarnos más en nuestro caparazón personal, dejemos de engañarnos y, en vez de perseguir aquello que cuando se alcanza supone un vacío personal, hagamos caso a esa guía interior que nos aporta paz y nos hace disfrutar de nuestra soledad, allá donde nos sentimos libres y movidos a colaborar y somos capaces de encauzar, con nuestros errores, todo nuestro valor individual.
No dejemos engañarnos por tanto por la falsedad de lo efímero y sus viejos condicionamientos y aprovechemos para dar un paso adelante en la dirección que nos engrandece, sin miedo a perder aquello que, además de no satisfacernos, nos subyuga.
Si miramos en la dirección correcta, la vida nos lleva siempre de la mano, pero nunca a través del engaño, sino solo y exclusivamente a través de lo que es auténtico. Y el sufrimiento pasa entonces a ser entendido no como una venganza de la existencia, sino como un sistema corrector, inevitable, que nos indica que debemos despojarnos de lo falso, para poder crecer en armonía con lo que realmente somos. Y experimentar entonces la auténtica alegría.