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La gran mentira

Perdón, soy funcionaria; perdón otra vez, soy profesora. Estoy acostumbrada a oír comentarios sobre mis vacaciones. A veces les contesto que ahí tienen la Escuela de Magisterio; otras veces les ignoro, no merece la pena.

Pero no me acostumbro a ser yo la causa de esta pesadilla, de este empobrecimiento casi general. Todos los días desayuno escuchando en las noticias que me vuelven a bajar el sueldo que hace tiempo me congelaron y que me van a suprimir la paga extra (nunca fue doble, como en Banca) de Navidad. Y pienso que si con esta medida fuera a arreglarse este desastre, adelante y que todo se arregle. Los que lo han provocado jamás pensarían así. Peor para ellos. Mucho dinero en sus cuentas pero mucha pobreza en su alma.

Pero es una gran mentira. Con mi sacrificio no voy a arreglar nada, yo hace tiempo que me apreté el cinturón. ¿No sería mejor que todos aquellos que ganando muchísimo más dinero que yo, que han pagado menos impuestos y el dinero lo han llevado a otros lugares donde no cotizan, cotizaran lo que corresponda? Quizá podrían devolver las indemnizaciones millonarias que han conseguido muchos bancarios después de llevarnos a la ruina.

Yo, desde luego, soy bastante más pobre que hace unos años. Los que llevan toda su vida profesional defraudando o los que con sus malas prácticas han arrasado nuestra economía, los que han engañado y robado siguen igual o, incluso, mejor. Sin embargo, me quedo con mi trabajo que nunca me hizo ni me hará millonaria pero seguro que me hace mucho más feliz que a todos ellos su cuenta corriente.