MAÑANA se conmemora la fiesta de San Miguel de Aralar, patrón del pueblo vasco. Desde Lekunberri, Uharte Arakil, Baraibar o Betelu subirán cientos de romeros para venerar al santo y pedir, entre otras cosas, la paz para este pueblo. Allí, entre las rocas milenarias y los centenarios hayedos de la sierra de Aralar, las gentes de fe cantarán al santo de esta manera: Mikel, Mikel, Mikel gurea, zaindu, zaindu, zaindu Euskal Herria. En el convulso y desalentador panorama económico que se cierne y nos atosiga, se abre, en otro orden de prioridades, una luz esperanzadora que apunta hacia la normalización de este país nuestro. Un interesante avance que se inicia desde el colectivo de presos disidentes de ETA, marcando a la vez, supongo, el camino que el resto de presos, así como la propia organización ETA, deberían seguir. Talante y gestos hacia las víctimas han de ser complemento y expresión de la irreversibilidad del trayecto emprendido hacia la plena normalización, mientras los poderes del Estado deberían responder de manera adecuada a estos movimientos. Cualquier atisbo en aras de la pacificación es bienvenido. La ilusión por la paz, además, nos debería hacer fuertes para encarar de frente al nubarrón que presagia malos tiempos para la lírica económica. Es la luz de la paz frente al negro agujero de los vaivenes económicos. Algo es algo, un algo que puede decir mucho si alguien, los que tienen que hacerlo, le echan valor al asunto, porque la espera se va haciendo larga. La normalización política y la paz no deben ser monedas de transacción o figurines de quita y pon en la batalla electoral abierta por PSOE-PP. Mientras tanto, desde el corazón de Euskal Herria, en Aralar, hombres y mujeres de Sakana, el valle de Larraun y los pueblos guipuzcoanos de la muga con Nafarroa se afanarán en aportar su granito a la normalización de este país, entonando con devoción y esperanza Mikel gurea...