No nació en Karrantza, pero lo conoce como la palma de su mano o como la luz frontal que alumbra sus expediciones. Es una de las personas que ha experimentado lo que se siente colgado en la oscuridad en la sima de la torca del Carlista, uno de los volúmenes subterráneos más inmensos, “el tercero a nivel internacional según la superficie de sus megasalas”. En sus más de treinta descensos siempre le invade “un punto de congoja cuando veo la negrura y bajo como un punto pequeño en vertical absoluta a lo largo de casi noventa metros”.
Por este “elemento geológico de trascendencia planetaria”, otros como Pozalagua y los que seguramente aún quedan por descubrir al valle se le podría considerar “el Everest en este mundo, con pozos brutales y unas cavidades larguísimas y profundas”, asegura el espeleólogo, que ha recibido el premio anual de la asociación Lurpea, que agrupa a ocho cuevas vascas. Además de la encartada célebre por sus excéntricas, la componen las de Arrikrutz-Oñati, Ekainberri, Isturitz-Oxozelhaya, Mendukilo, Sara, Zugarramurdi y Urdazubi.
“Desde los 16 años” le engancharon las profundidades de la tierra. Procedía de “la Cruz Roja de montaña en rescates en las décadas de los ochenta y noventa”. Él y otros voluntarios se curtieron en prácticas de monte, búsquedas nocturnas y “cuevas de la zona de Dima, que me enamoraron”. Así fue cómo se enroló en un grupo de espeleología tras ponerse en contacto con la Unión de Espeleólogos Vascos a través de su revista.
“Las personas interesadas en la espeleología normalmente se apuntan a un club cercano a su territorio, yo empecé en el Burnia de Galdames y ahora formo parte del Ades de Gernika”; en Bizkaia suman “ocho o diez que trabajamos en diferentes áreas y vamos tejiendo redes: organizamos expediciones, nos unimos en un grupo de espeleosocorro, etc.”. Por supuesto, se mantienen en forma “física y mentalmente” para enfrentarse a lo que les deparan las entrañas de la tierra. Además de la oscuridad, deben sortear “estrecheces y pozos”, por eso “te tiene que apasionar este medio tan extremo en el que solo encuentras roca y agua y has de estar preparado para aguantar durante horas”. Cuando salen a explorar para orientarse “seguimos el aire y el agua, buscamos corrientes que nos puedan conducir a nuevas galerías”. “La experiencia” les guía. De hecho, “se producen muy pocos accidentes” porque salen preparados y “enseguida detectamos los riesgos potenciales”.
No entran en una cueva “sin ropa térmica adecuada, de neopreno si prevemos dar con agua, buzos exteriores con tejidos especiales para que resbalen y atravesar estrecheces y arneses, así como “material para trabajar el vertical: anclajes, cuerdas, martillos, taladros”. En el equipo “uno explora, otro instala, otro hace la topografía, que es o que más me gusta...”. Son “tres, cuatro, o cinco personas, siempre un mínimo de dos”.
Investigación divulgativa
Javier Moreno se centra en “investigación”. “Casi todos los grupos escribimos libros que llegan a las bibliotecas” para divulgar sus hallazgos, también “intentamos publicar en la revista Karaitza de la Unión de Espeleólogos Vascos”. Esa labor “de gabinete” les cuesta a veces más que serpentear por las cuevas: “pasar las topografías a limpio, escribir, etc. de lunes a viernes”. En estos momentos están inmersos en un libro sobre el macizo de Mandoia, en Galdakao, donde “hemos hallado casi diez kilómetros de cavidades que no se conocían”.
Karrantza ocupa un lugar preferente. “Sus karst –terrenos calizos donde se producen unos procesos geológicos concretos– son espectaculares” hasta el punto de atraer a explorar a “grupos franceses o ingleses” junto con los más próximos.
No muy lejanos entre sí conviven “en un radio de apenas un kilómetro” la torca del Carlista, la cueva de Pozalagua, “la cueva de Santa Isabel de Ranero, uno de los hábitats de referencia de murciélagos y la cueva de El Polvorín”, donde salieron a la luz los restos de Andere, la neandertal que vivió allí hace alrededor de 150.000 años. El valle también cuenta con “una serie de pozos como uno de 500 metros de caída en vertical”.
Hablando de distancias reducidas, “tan solo unos veinte o treinta metros separan Pozalagua de la torca del Carlista”, por lo que su posible unión ha sido objeto de debate. Existe un ejemplo similar “en la cueva francesa de La Verna, más pequeña en planta, pero mayor en volumen, donde incluso se han volado globos aerostáticos”. Sin embargo, en Karrantza “parece que no se podría porque las corrientes podrían afectar a las condiciones ambientales y las excéntricas podrían verse dañadas”. Así que “mientras no se efectúe un estudio exhaustivo que lo analice” estas dos joyas de la geología pueden disfrutarse por separado” mientras los espeleólogos descubren lo que oculta Enkarterri: “Con el grupo Esparta andamos explorando con espeleobuceadores cerca de Lanestosa”.