EL pasado miércoles, los centenares de personas que disfrutaban de una plácida y calurosa tarde de verano en la playa de La Arena vieron alterada su normalidad con la extemporánea irrupción en el arenal de decenas de militares del Ejército español que, al parecer, estaban realizando maniobras. La sorpresa y la indignación por este hecho han vuelto a reavivar una polémica que viene produciéndose -y alimentándose- con excesiva frecuencia. No es de extrañar la reacción de los alcaldes de las localidades afectadas en esta ocasión, Muskiz y Zierbena, que han mostrado su lógica indignación, sobre todo porque, según han denunciado, ni siquiera han recibido comunicación alguna de que iban a celebrarse maniobras en sus municipios. Este tipo de hechos vienen produciéndose en nuestro territorio con irritante asiduidad. Y siempre con los mismos elementos comunes que, a estas alturas y con tanta reiteración, obligan a pensar que la polémica, lejos de evitarse, se busca con propósitos que alguien debería explicar. En los últimos años, los ejercicios de maniobras por parte del Ejército español en localidades y lugares de Euskadi es una constante con un ritual y unos elementos comunes que obligan al análisis y a una reacción que acabe de una ver por todas con algunas prácticas. Entre otras cosas, porque no se trata de hechos aislados. Una mirada somera a la hemeroteca da fe de un rosario de hechos similares: en 2001, en Gipuzkoa; en 2003, en el pantano de Ullibarri-Ganboa; en 2004, en el monte Oiz, en Mungia, Aulesti y Bermeo; en 2005, en Trebiño; en 2006, en Durango, Getxo, Elorrio, Abadiño y Amorebieta, con despliegue paracaidista en plena playa de Ereaga incluida; en 2007, en Orduña; en 2009, el hecho simbólicamente más destacado con la colocación por parte de una unidad del Ejército de la bandera rojiblanca en la cruz del Gorbea; en 2010, en Durangaldea y Lea Aritibai... Siempre con las mismas características, es decir, en verano, sin avisar ni a los ayuntamientos ni a las diputaciones e invadiendo núcleos urbanos o zonas de gran afluencia de personas, como montes y playas a pleno día. No hay duda de que la ejecución de maniobras forma parte de la formación de los integrantes de cualquier ejército, pero no es menos cierto que se debe cuidar escrupulosamente el momento y el lugar elegido para desarrollarlas. Entrar, arma en mano, en núcleos urbanos y en lugares llenos de gente sobrepasa los límites en los que deben desarrollarse este tipo de actuaciones. Máxime si previamente no se ha dado cuenta a la autoridad pertinente, en este caso a los alcaldes. En los dos últimos años, se echa en falta una reacción rotunda y clara por parte del Gobierno vasco frente a este tipo de abusos. Quizá al Ejecutivo de López le parezca un signo más de "normalidad", pero la ciudadanía ve con preocupación, indignación y cierto temor no solo la forma de actuar del Ejército español, sino la impunidad y prepotencia con que lo hace.