Recuerdo una visita muy especial a casa de una de las personas más auténticas que conozco.

Hacía fresco. Era otoño, un día de esos luminosos pero húmedo a la vez, de los que a mí me gustan, con el aroma del humo de madera saliendo por la chimenea. Las Malloak enfrente, como si de una pintura gigantesca en tres dimensiones se tratara y a la puerta de casa, su dueño, Juan Gorriti, escultor, pintor y mil cosas más, pero sobre todo dueño de su propia vida, como pocos he conocido.

Le saludo con un fuerte abrazo y tras una larga y divertida charla me invita a degustar las habas preparadas por su esposa. Todo junto a Gorriti sabe diferente, tiene el gusto de lo sincero. Un trago de vino, un par de huevos fritos y uno ya se olvida de los problemas de la ciudad, las prisas, los papeleos...

Gorriti es un hombre con una magia especial, con la sabiduría de los hombres de campo y el talento de los artistas más creativos. Un ser humano que, a diferencia de otros, expresa lo que siente sin tapujos, de manera natural. Siempre se dice que los artistas reciben infinidad de influencias y creo que en el caso de Gorriti esas influencias son mutuas pues cualquiera que ha charlado con él o que ha visto sus obras se da cuenta que inspira vida a todo lo que toca y que convierte lo común, lo normal, en algo con personalidad propia y diferente.

Me fascina su visión de lo que le rodea: "Nuestros pueblos y caseríos, las montañas, los bosques, todo lo que nos rodea son grandes galerías de arte…". Su arte, su talento, son fiel reflejo de su filosofía de vida, sin guerras intestinas oscureciendo su existir, dejándose llevar por aquello que le nace dentro, sin filtros. Y, curiosamente, eso que a todos nos parece cuanto menos arriesgado, creo que es lo que le satisface verdaderamente, convirtiendo su mirada en algo limpio y en paz.

Todo lo que le envuelve es susceptible de formar parte de su arte aunque, particularmente, me fascina lo que es capaz de conseguir con la madera, pues crea, como la madre naturaleza, transformando.