LA detención del jefe militar serbobosnio Ratko Mladic debiera cerrar el círculo de la persecución de los grandes criminales serbios, croatas y bosnios que asesinaron a miles de inocentes durante el conflicto de los Balcanes en la primera mitad de los años noventa, una sucesión de guerras fratricidas de raíces étnicas y religiosas y a las que tampoco fueron ajenos los grandes intereses geoestratégicos y económicos de la UE. Mladic, responsable intelectual del asedio a Sarajevo que causó más de 12.000 muertes inocentes y de la matanza de Srebrenica -donde los paramilitares serbobosnios asesinaron y enterraron en fosas comunes a más de 8.000 personas, entre ellos muchos niños- carga sobre su conciencia las mayores masacres de civiles desde la Segunda Guerra Mundial. Había vivido en la más absoluta impunidad en Serbia, con la complicidad de los sucesivos gobiernos hasta hace tres años, cuando su jefe político Radovan Karadzic fue detenido y entregado al Tribunal Internacional. Ambos libraron una lucha sin cuartel bajo las órdenes políticas del entonces presidente serbio Slobodan Milosevic, quien murió en La Haya mientras era procesado por la justicia internacional. Su detención, un deber democrático con las víctimas, ha coincidido además con la conmemoración del 50º aniversario de Amnistía Internacional, organización de defensa de los derechos humanos nacida como respuesta a la injusticia del encarcelamiento en 1961 de dos jóvenes portugueses por brindar por la libertad en un país sometido entonces a la atroz dictadura de Salazar. Es cierto que la captura y juicio de Mladic -ni ha sido asesinado ni su cadáver arrojado al mar, como hicieron los militares de EE.UU. con Bin Laden- no cubre todas las responsabilidades personales y políticas por los crímenes que se cometieron en los Balcanes, incluidos los de los altos dirigentes civiles y militares de la OTAN que, al igual que ahora en Afganistán, ordenaron bombardear indiscriminadamente a la población civil en nombre de una supuesta democracia y que calificaron a aquellas víctimas también inocentes como daños colaterales. La guerra de los Balcanes quedará en la memoria colectiva de la vieja Europa y del mundo como una de las mayores vergüenzas de la historia, solo por detrás del holocausto nazi. No hay que olvidar que en ese conflicto étnico murieron más de 300.000 personas y hubo cerca de dos millones de refugiados. Solo la detención y puesta a disposición de la justicia internacional por genocidio y crímenes contra la humanidad de los responsables -todos- de esta execrable masacre puede atenuar -siquiera mínimamente- la vergonzosa actitud de Europa, al tiempo que se da un paso definitivo para atender la memoria de las víctimas y atenuar el dolor de sus familiares, así como, de forma colateral, para acercar Belgrado a Europa.