EL aumento exponencial en Euskadi del sector de la población por encima de los 65 años es, además de un hecho comprobable en las últimas décadas, una realidad con vocación de extenderse y ampliarse hasta alcanzar en 2020 el número de medio millón de personas, cien mil más que hace tan solo tres años y de hacerlo especialmente en la parte más alta de la pirámide, la de los mayores de 79 años que, con las nuevas expectativas de vida, experimentará un crecimiento porcentual del 38% hasta superar los 162.000 ciudadanos. Esa evolución, espectacular -el cálculo demográfico sitúa a Euskadi como la población más envejecida del mundo a medio plazo- pese a haber sido paulatina ya en el último cuarto del siglo pasado, plantea de modo forzoso una nueva dimensión de la sociedad vasca, abocada a afrontar los retos que la prolongación de la vida de sus ciudadanos le plantea no solo en cuanto a los niveles de dependencia económica (pensiones) o de atención sociosanitaria y la incidencia en ambas de la diferente relación entre la población en edad de trabajar y la población inactiva -quizás fuese más exacto decir en otros niveles de actividad- sino especialmente y sobre todo en cuanto al cambio de paradigma que la sociedad, o los miembros de la misma que pertenecen a segmentos más jóvenes, encara respecto a la actitud, presencia y participación y niveles de influencia y relevancia de los mayores. No en vano estos se configuran ya como un colectivo que se resiste a que se obvie el capital personal de su experiencia y la importancia de su presencia, cuantificable en términos de población pero también de capacidad de decisión -especialmente en el ámbito electoral- o de niveles de consumo y, por tanto, de ascendiente en la política y en la economía: es preciso contemplar que ya dentro de dos décadas quienes accedan a la parte alta de una pirámide poblacional que será definitivamente estacionaria (gran envejecimiento y ritmo de crecimiento prácticamente nulo, similar a la de los países escandinavos) formarán un sector generalmente cualificado, acostumbrado a la utilización de las nuevas tecnologías y en consecuencia con una importante capacidad de interacción y por tanto de influencia a través de las mismas. Comprender que esa evolución compete a todos, no solo a las instituciones y organismos públicos, aunque sí especialmente a estos, y también, cómo no, a los medios de comunicación, así como que dicha evolución debe llevar implícito ese cambio de paradigma será imprescindible para que Euskadi afronte con garantías de éxito la que ya está siendo la mayor revolución social en los países avanzados durante este siglo XXI: el abandono por las personas mayores de un papel hasta ahora considerado secundario, cuando no accesorio o subordinado, para asumir un rol principal en la dirección y tracción de la sociedad.