La inauguración hace unos días de la cadena filial de El Corte Inglés en Bilbao ha provocado esa serie de comentarios que afloran el sentimiento íntimamente bilbaino que llevamos dentro. Fardamos de metrópoli con la txapela en el bolsillo y hablamos de modernidad con el txikito en la mano. Unos dicen que ya era hora, otros que si hemos tirado hasta ahora sin ellos podemos seguir haciéndolo. En cualquier caso es un revulsivo para el comercio local, azuzados ya por los chinos y el todo a cien, que tendrá que renovarse o morir. ¿Acaso no llevamos renovándonos setecientos años?

Que se arme este revuelo -hasta el señor Azkuna ha estado en la inauguración-, me hace reflexionar sobre ese aire de gran capital que a veces nos damos los bilbainos mientra comemos talo con chorizo en Santo Tomás, ese afán por tener, a veces a codazos, un sitio en el mundo sin renunciar a lo nuestro. Gracias a Dios no hemos dejado de ser una aldea (global, pero aldea) y el Guggenheim no deja de tener cimientos de baserri.