CUANDO el mundo descubrió hace algo más de dos años que el agujero de las hipotecas basura estadounidenses tenía dimensiones insondables y extensión infinita, se dio por hecho el fin de una era, el fin del capitalismo tal y como se había conocido; se vaticinó que, sin lugar a dudas, el futuro de la humanidad pasaba por su refundación. El caso griego evidencia, con toda la crudeza, que más allá de algún parche coyuntural, ningún gobierno ha sido capaz de ponerle el cascabel al gato. Tras una larga y penosa negociación provocada por una situación límite, la UE y el FMI, en una acción sin precedentes, decidieron salir al rescate de Grecia mediante unas ayudas totales de 110.000 millones de euros, según aprobaron ayer los ministros de Finanzas de la zona euro. La activación de este montante se produce después de que Atenas presentara ayer su plan de austeridad, una hoja de ruta con fuertes medidas de ajuste que le permitirán acceder a estos fondos internacionales y poder salvarse de la bancarrota. Los griegos deberán ajustarse el cinturón y pagarán -no necesariamente a escote- con penurias y sacrificios una situación que no han creado. Con todo, el plan de recortes de sueldos y pensiones, subida de impuestos y reducción del déficit se antojan medidas de sentido común ante la perspectiva del abismo. El primer ministro heleno, Yorgos Papandreu, lo dijo gráficamente: "Los griegos deben elegir entre la catástrofe o el sacrificio". En esta situación, es lógico y necesario que la UE salga al rescate de Grecia, tanto por los millonarios compromisos que la banca del eje franco-alemán tiene allí como por el temor -casi hecho realidad en el caso español hace apenas un par de meses- de que la deuda griega se contagie a otras economías europeas, pasando por la propia supervivencia de la credibilidad del euro y, por ende, del proyecto de la Unión. Pero la gran tragedia de todo esto es que la situación que sufre Grecia es debida a la voracidad de los inversores, cebados en la deuda helena. Resulta, así, que los mismos tiburones financieros que hundieron las economías mundiales hace dos años campan hoy a sus anchas dispuestos a recoger ganancia en el río que ellos mismos revolvieron. El riesgo después de este boca a boca de la UE y el FMI a Atenas, advierten algunos, es que esos mismos especuladores busquen otras economías maltrechas, y en la lista de candidatos España está muy arriba. La gravedad de la situación exige medidas que reactiven el escenario económico, que vuelvan a poner en marcha los motores y palíen las brutales consecuencias sociales de esta crisis y una de ellas en especial, el paro. Ahora bien, esta tragedia será completa si quienes están en condiciones de hacerlo no reformulan los mercados y los sistemas de control, la auténtica tragedia será que volveremos a tropezar en la misma piedra.