La segunda etapa presidencial de Donald Trump nos ofrece unas perspectivas de su política internacional que no parecían tan claras durante su primer mandato y que parecen definir su estrategia en algo así como globos sonda que lanza para sorprender y espantar, pero que no definen la trayectoria que se propone seguir.

En realidad, parece no tener un plan concreto, sino que cuenta con la superioridad militar y económica de Estados Unidos para espantar amigos y enemigos, con el objeto de inducirlos a adoptar las políticas que convienen a Washington, incluso si estas políticas tampoco están claramente definidas.

Esta próxima semana se cumplen los primeros 100 días del nuevo mandato de Trump, un centenar que parece mucho más largo debido a la intensidad de sus actividades y las fuertes reacciones generadas en todas partes del mundo.

Es un hito que celebrará en Washington, adonde acaba de regresar tras asistir en Roma al funeral del Papa Francisco, a quien admiró poco y criticó mucho. Es probable que sus próximas acciones y declaraciones sean más conciliatorias que las de hace pocas semanas: la reacción popular ha sido negativa y las encuestas sitúan su apoyo por debajo del 50% con una erosión semanal del 1%; los datos económicos no entusiasman ni al público ni a los círculos financieros y tanto aliados como enemigos rechazan sus medidas económicas.

China, el gran coloso económico que pisa los talones a Estados Unidos, parece más irritada que asustada ante los aranceles que ha impuesto a sus exportaciones, quizá porque estos aranceles no perjudican solo a Pekín, sino también a empresas norteamericanas que emplean a los obreros que dieron su voto a Trump.

La preocupación parece mayor en Europa, que se ha mostrado dispuesta a negociar y que posiblemente sea la primera zona en que Trump abandone sus medidas, al menos si escuchamos a Elon Musk, quien parece considerar que los aranceles contra Europa son un error.

El segundo punto álgido son los vecinos y amigos tradicionales, al norte y al sur, es decir, Canadá y México, quienes tal vez se hallen en el camino conciliador que Trump parece preparar para Europa

Hay una tercera zona, la India, con la que Washington parece deseoso de estrechar nuevos lazos, tanto para aprovechar el mercado del país que ha sustituido a China en ser el más poblado del mundo (la supera ya en 50 millones de habitantes,) como por la influencia del vicepresidente Vance, que tiene con la India vínculos familiares.

El otro gran giro que Trump parece dispuesto a dar es en Ucrania: tras la reunión en Roma, el presidente ucraniano Zelenski se manifestó optimista ante una posible ayuda de Trump para lograr un acuerdo de paz favorable con Moscú, aunque de momento no hay indicios de que el presidente ruso Vladimir Putin esté dispuesto a hacer concesiones.

Pero el frente que más preocupa a Trump está en su propia casa, en el consumidor norteamericano que votó por él con la esperanza de una bonanza económica, en los inversores en las bolsas que son legión en Estados Unidos y que se relamían pensando en la valoración de sus carteras: ni la inflación ha bajado, ni el nivel de empleo es mayor, ni las viviendas son más accesibles, ni los mercados de valores han enriquecido a nadie, sino que han perdido miles de millones de dólares en su valoración.

Trump se enfrenta a un calendario muy apretado, pues habrá elecciones parciales a finales del año próximo y corre el riesgo de llegar a los comicios con una economía débil y con malestar en la opinión pública, lo que pondría las riendas del país nuevamente en manos de legisladores demócratas.

De ser así, no solamente su mandato habrá acabado a todos los efectos prácticos y lo convertirá en un personaje inútil durante sus dos últimos años en la Casa Blanca, sino que sus rivales volverán a atacarlo con toda la fuerza de que dispondrán para lograr lo que no consiguieron en su primer mandato, que es simplemente mandarlo a prisión.