EN agosto recibí un mensaje de Megan Berner, gerente de arte y cultura de la Ciudad de Reno. Una artista vasca visitaría Reno en septiembre acompañada de una humanista interesada en investigar la historia de los pastores en el Oeste. Había contactado con Stephanie Gibson, directora del Lilley Museum of Art de la Universidad de Nevada, para crear un mural de temática vasca en la ciudad. Stephanie se puso en contacto conmigo y el 31 de agosto nos reunimos y discutimos la colaboración entre la ciudad y la universidad para hacer realidad este proyecto.

Yo aún no conocía a Leire Urbeltz ni a Jaione Inda, pero después de un par de llamadas a la vieja Iruñea, lo sabía casi todo sobre ellas. Teníamos un buen número de amigos comunes y casi éramos familiares. Leire envió su portafolio con algunos de los proyectos comunitarios en los que ha trabajado -y que yo reconocía- de la Txantrea, Zangoza y otros puntos de Euskal Herria.

Venían a Reno gracias a la concesión de un programa de ayudas a las artes plásticas y visuales del Gobierno de Navarra que gestiona el Centro de Arte Contemporáneo de Uharte. Contactaron con Sebas Belasco, que había realizado un mural en Elko, y éste las animó a trabajar con el comisario independiente de arte urbano, Eric Brooks, que incluyó su proyecto en la programación del “Mural & Musical Festival” de Carson City. Leire y Jaione convergían en este proyecto sobre identidad transcultural desde perspectivas diferentes, tanto desde lo formal como desde lo conceptual. Para Jaione, hija de un inmigrante de Uharte en Nevada, ha supuesto una oportunidad para contactar con sus antepasados migrados de Erroibar y para ahondar en un estudio antropológico sobre la identidad en la migración navarra en el oeste de EE.UU. En el caso de Leire, este proyecto ha dado continuidad a una linea de trabajo formalizada en proyectos como Sixties Women Magical Mystery Tour de 2016 y Borderland. Con estas mochilas llegaron a Reno.

En cuestión de días encontramos un espacio público para plasmar en un mural el espíritu de una comunidad muy viva en Nevada, la vasca. Seleccionamos un gran muro, de 125 metros de largo y casi 5 de alto. En un lugar privilegiado del centro de Reno, junto al Truckee. Es adyacente a la mansión de Pat McCarran, un poliédrico político, gran amigo y enemigo de los vascos. McCarran, miembro del Partido Demócrata pero rabiosamente conservador, fue el artífice de la Immigration and Nationality Act de 1952 para restringir la entrada de inmigrantes a los Estados Unidos y, junto con el senador republicano Joseph McCarthy, uno de los más destacados artífices de la Caza de brujas en el contexto de la Guerra Fría. Pete Cenarrusa y algunos miembros de la Nevada Society for Range Management (donde se concentraba el lobby vasco de los ovejeros) lo convencieron para que aceptara la entrada en el Oeste de miles de inmigrantes vascos, y más de 4.000 llegaron a estas tierras en muy pocos años.

A mediados de septiembre organizamos una primera reunión con Leire y Jaione en la que nos explicaron la naturaleza participativa y social de este proyecto artístico y antropológico. Debíamos organizar una sesión pública e invitar a todos los miembros de la comunidad vasca del entorno para que plasmaran sus ideas sobre lo que querían ver reflejado en el mural. La experiencia resultó ser un laboratorio de emociones en torno a una o dos cuestiones clave: Qué significa ser vasco en Nevada y qué símbolos reflejan más exactamente esa esencia vasca de Reno. El mural nos abrió así, de forma totalmente inesperada, una magnífica oportunidad de explorar las raíces de la identidad vasca en América.

La sesión tuvo lugar en la Rotunda de la universidad, muy cerca del Centro de Estudios, y surgieron ideas complementarias, aglutinantes, pero asimismo dispares y muy singulares sobre la naturaleza de los vascos en esta parte del mundo. Tras hablar con miembros de la comunidad vasca de Nevada pertenecientes a las más de cuatro generaciones representadas en aquella reunión, la comunidad vasca de Reno fue la que definió el tema central.

Los símbolos

Algunos símbolos ligados al alma de este pueblo, como la estrella de ocho puntas de la ciudad de Estella o la mujer vasca, están representadas en el centro del mural. Casi todos los presentes hicieron alusión al txorizo vasco de Pete Koskarat en Carson City, o a las morcillas de Gardnerville, las mollejas de Louis Basque Corner o, naturalmente, la Txorizoburguer, el rey de nuestra cocina en esta parte del desierto. Símbolos universales del universo cultural vasco como el lauburu, las danzas o el frontón están presentes, porque aquí en Reno hay varios pelotaris retirados, cuyas cestas ―de Jai-alai y también de remonte― jugaron en los frontones de tres continentes. Pero el pelotari del mural es zurdo, un “remontari imposible”, porque en este universo artístico no es preciso “cambiar” de brazo para competir. El “ardikanpo” sustituye al “baserri” en el desierto, y la figura del pastor, las ovejas y su perro son, por derecho propio, algunos de los más importantes motivos de la iconografía vasca en la Sierra Nevada. Aunque representa el pasado de este fenómeno migratorio porque, como nos narra la película grabada en Idaho Zuretzako, no hubo pastores vascos hijos de pastores vascos, esta figura es el epicentro imprescindible de la cultura vasca en esta esquina del mundo.

“Llama la atención la ausencia de otros elementos de la simbología muy presente al otro lado del Atlántico, como Miel Otxin, el Zanpantzar u otros personajes carnavalescos o mitológicos de la mística del Pirineo”, comenta Leire.

Dos universos en colisión

La ejecución del mural se planteó desde una perspectiva lúdica, entendiendo la dualidad representada por las fuerzas Adurra e Indarra de nuestra mitología, como parte de un todo, cuya convergencia hace que surja la vida. En esta aparente contraposición se han representado dos universos en colisión como son la cultura de Nevada y la vasca, codificando los diferentes elementos que se desprenden de ambas galaxias, y a través de la simbolización de la paleta de colores. Como menciona Jaione, “a esta dinámica de mediación se le suma la dinámica del collage, para la que hemos utilizado gran número de imágenes del Archivo de la Biblioteca Jon Bilbao y fotografías o elementos que trajeron consigo los participantes”. En una sesión final, ya en la ubicación del mural, se trataron aspectos como la composición y el orden de los elementos resultantes en el trabajo de collage.

Durante tres semanas diversos voluntarios de la comunidad vasca de Reno han trabajado con las autoras durante horas en el mural, que fue inaugurado el 30 de octubre con la participación de las autoras, miembros de la ciudad de Reno y del Centro de Estudios Vascos y, los bertsolaris Jesus Goñi y Asier Barandiaran. El acto resultó sumamente emotivo. Cuesta creer que desde que nos reunimos a mediados de septiembre hasta la inauguración hayan transcurrido escasamente cinco semanas. Un trabajo extraordinario, “al ritmo vasco de Reno”. Como dice Jaione, “nuestra experiencia en el Far West ha sido un no parar”.

Ahora las decenas de miles de descendientes de aquellos pastores vascos de las décadas de los cincuenta y los sesenta se ven representados en el Mural Vasco de Reno. Hoy, a 8.000 kilómetros de casa, somos más conscientes de la transculturalidad de nuestra realidad vital.