Durante meses muchas jóvenes soñaron con un Irán diferente a la teocracia fundada por el ayatolá Ruholá Jomeiní. Protestaron en las calles del país, quemaron velos y quitaron los turbantes a clérigos. La revolución estaba a la vuelta de la esquina. Pero no fue así.

La República Islámica ha fortalecido de hecho su control, intensificado la represión y roto en parte su aislamiento internacional desde la muerte hace hoy un año de Mahsa Amini tras ser detenida por la llamada Policía de la moral por llevar mal puesto el velo islámico.

Tras la muerte de la joven kurda de 22 años el 16 de septiembre de 2022, universitarios, adolescentes e incluso escolares desafiaron a la República Islámica en las protestas más largas hasta ahora contra los clérigos al grito de “mujer, vida, libertad”.

Y soñaron con unas libertades que ahora no tienen, políticas y sociales, pero también mundanas como bailar, soltarse el pelo, escuchar música o montar en motocicleta.

Más represión

Pero el Gobierno iraní aplastó las protestas con una represión que causó 500 muertos, miles de detenidos y en las que fueron ejecutados siete manifestantes, uno de ellos en público.

Tras ello, las autoridades han intensificado la represión, cerrado medios de comunicación, encerrado a activistas, periodistas y abogados, roto su aislamiento internacional e incluso logrado la descongelación de 6.000 millones de dólares bloqueados por Estados Unidos.

Desencanto

Todo ello para desencanto de los iraníes que soñaron con otro Irán.

“Pensamos que las cosas iban a cambiar. Esta vez sí”, dice una joven iraní, con la voz tomada por la emoción. “Había gente en las calles de docenas de ciudades, bailamos alrededor de hogueras y quemamos nuestros velos. El mundo nos prestaba atención”, continúa Kyra, nombre ficticio para preservador su anonimato. “Nos sentimos libres por un momento”, asegura.

Un universitario iraní considera que apenas han logrado nada y en cambio han pagado un alto precio, dado el gran número de muertos y ejecutados.

Hemos perdido”, dice Ali Reza, nombre ficticio. Algunos de sus amigos resultaron heridos en las protestas y otros pasaron meses encarcelados.

Ali ahora busca trabajo ante la finalización de sus estudios, una ardua tarea por el maltrecho estado de la economía iraní, golpeada por una alta inflación.

“¿Qué hemos logrado?”, se pregunta, más preocupado por su futuro laboral que por sus libertades civiles.

Algunos de los aparentes logros de las protestas, como fue el supuesto fin de la temida Policía de la moral, azote de mujeres que no se cubrían la cabeza o el cuerpo lo suficiente, se han visto revertidos.

Así, desde finales de julio han vuelto a las calles patrullas con la misión de dar toques de atención a las mujeres que no se cubren el cabello, aunque de momento solo dan avisos y no están llevando a cabo detenciones.

Grieta en el país

Para el iranólogo Raffaele Mauriello las protestas fueron un movimiento de “desobediencia civil” más que una revolución y no se han producido cambios profundos.

“No ha habido un cambio paradigmático”, explica Mauriello, que apunta más bien a un cambio generacional y a la polarización del país.

“La grieta entre visiones del país es más fuerte. Esta polarización de la sociedad iraní se ha incrementado”, asegura el profesor titular de Lengua y Literatura Española de la Universidad Allame Tabatabaí de Teherán.

Raffaele considera además que el Gobierno iraní se ve ahora que está más fuerte tras controlar las protestas y su entrada en la Organización de Cooperación de Shanghái, al grupo de economías emergentes BRICS o la normalización de relaciones con Arabia Saudí.

Un gobierno alerta

Y sin embargo ante el aniversario de la muerte de Amini, las autoridades no han cesado de lanzar advertencias y han desplegado fuertes medidas de seguridad en las calles, delatando cierto nerviosismo.

Unas calles que, de hecho, no han logrado recuperar del todo, especialmente por la negativa de muchas mujeres a cubrirse con un velo, el símbolo más visible de descontento, a pesar de una creciente represión.

“No vamos a ceder. Que me multen, que me quiten el coche. No me pienso poner el velo”, asegura una joven iraní.

Una postura que mantienen muchas mujeres en Teherán y que piensan que más temprano que tarde se producirá un cambio en el país.

“No pueden mantener a la población oprimida para siempre. Es insostenible”, continúa la joven.

Como escribió el reportero polaco Ryszard Kapucinski en su clásico “El Sha o la desmesura del poder”, Jomeiní repitió durante 15 años el lema “el sha debe marcharse” hasta que en 1979 triunfó su revolución.

Quizás el grito “mujer, vida, libertad” solo necesite más tiempo.