EL 10 de abril de 1998, Tony Blair y Berti Ahern firmaban el Acuerdo de Viernes Santo entre los gobiernos británico y el irlandés, poniendo fin a uno de los conflictos más sangrientos y largos de Europa Occidental. Tras décadas de violencia y más de 3.700 víctimas mortales a sus espaldas, Irlanda del Norte comenzaba un nuevo y esperanzador camino hacia la paz. Todo un hito que en nuestro país también infundió mucha esperanza.
El conflicto al que se quería poner fin aquel 10 de abril tenía un origen muy lejano en el tiempo. La historia de la isla de Irlanda está llena de continuas sublevaciones de los nacionalistas irlandeses contra el dominio británico. En 1916 Padraig Pearse se rebelaba en la oficina de correos de Dublín y daba inicio a la guerra de independencia que lograría que los británicos aceptasen la autonomía del sur que exigían los nacionalistas irlandeses, a cambio de que el norte, de mayoría protestante, siguiese siendo parte del Reino Unido. La isla de Irlanda se partía en dos, y nacía Irlanda del Norte.
Los 26 condados del sur iniciaban su camino hacia la futura República de Irlanda, mientras que en el norte se instauraba un régimen en la que la mayoría protestante probritánica marginaba a la minoría católica irlandesa en todos los ámbitos. Aquel sistema duraría hasta finales de los 60, cuando una nueva generación de jóvenes irlandeses inició un movimiento por los derechos civiles, a imagen de la de la población afroamericana de EE.UU.. La brutal respuesta que obtuvieron los católicos irlandeses del norte hizo saltar la chispa que resucitó al viejo IRA del baúl de la historia.
Se inició así el período conocido como troubles, la época de violencia que marcaría las siguientes tres décadas de Irlanda del Norte. Por una parte, el IRA y sus facciones, tratando “de echar a los británicos al mar”; y, por el otro, los grupos armados protestantes atemorizando a la comunidad católica. Y en medio, el ejército británico echando gasolina al conflicto con trágicas actuaciones como el del Bloody Sunday. Los muros de la paz separarían los barrios de católicos y protestantes. Una espiral de muertes, bombas, asesinato y represión que marcó a varias generaciones de ciudadanos del norte de Irlanda.
Una salida al problema
Para principios de los años 90, ambos bandos se encontraban muy desgastados. Ni el IRA era capaz de echar a los británicos, ni los protestantes eran capaces de acabar con el republicanismo. Una nueva generación de políticos comenzó a buscar una salida al problema. En las filas del republicanismo, figuras como Gerry Adams o Martin McGuiness apostaban por encontrar una salida política a un conflicto que militarmente eran incapaces de ganar. Y desde el nacionalismo irlandés moderado, John Hume, del SDLP, trataba de hallar un acuerdo entre ambos bandos, con ayuda de la comunidad irlandesa norteamericana y sus contactos en la Casa Blanca.
En 1985 los gobiernos británico e irlandés ya habían tenido un acercamiento con la firma del Tratado anglo-irlandés. La República renunciaba a la exigencia de una Irlanda unida reconociendo el derecho de los norirlandeses a decidir su futuro. El Reino Unido, en contrapartida, aceptaba la participación de Dublín en asuntos norirlandeses. Con el tratado ambos Estados admitían que Irlanda del Norte era una realidad independiente y que cualquier cambio en su status político era cuestión que competía a los propios norirlandeses.
El acuerdo fue la base para que los gobiernos de Dublín y de Londres estableciesen una relación que permitiría llegar a cotas políticas más ambiciosas. Pero también dejó clara una de las mayores dificultades de un posible acuerdo del futuro. La reacción contraria de los unionistas norirlandeses al acuerdo anglo-irlandés, demostró que lograr el apoyo unionista debía ser clave para lograr restaurar la convivencia. Esa sería la clave para el éxito del acuerdo del Viernes Santo. Había sido posible lograr el acuerdo entre la República de Irlanda y Gran Bretaña. Ahora era necesario lograr el acuerdo de todos los actores políticos que conformaban el terrible drama de Irlanda del Norte. Los muros debían ser derrumbados, y ambas comunidades debían ser quienes los derribasen.
En 1994 el IRA declaró una tregua. Comenzaron meses de negociaciones entre los distintos partidos políticos. Los nacionalistas moderados del SDLP, bajo el liderazgo de John Hume, junto al senador Mitchell, enviado del Gobierno norteamericano, serían claves a la hora de lograr el acuerdo. El objetivo final de las negociaciones era lograr un sistema político para los condados del norte que no fuera excluyente para ninguna de las dos comunidades. Ese había sido el pecado original del Ulster y lo que le llevó a la violencia. Llegaba la hora de crear un sistema en el que el poder se compartiese entre católicos y protestantes y en el que las armas no tuviesen lugar. La verdadera paz sería posible no solo con el silencio de las bombas, sino también con el compromiso de los políticos de ambas comunidades de aceptar compartir el poder.
En abril de 1998 el acuerdo se hizo realidad. El premier británico Tony Blair calificó aquel día como el del triunfo del coraje, y él mismo junto a su homólogo irlandés Berti Ahern fueron los encargados de firmar el acuerdo, que se denominó del Viernes Santo por la festividad de la fecha. Los puntos del acuerdo no solo normalizaban las relaciones entre ambos países respecto a Irlanda del Norte. Los británicos retornaban el poder a las instituciones del norte de la isla, a través de un sistema que ponía como condición que un representante de cada comunidad compartiese siempre el poder con el de la otra.
Además de estas condiciones políticas, se acordó la desmilitarización se establecía como condición sine qua non el desarme de los grupos armados. La frontera interirlandesa se volvía más fluida y se abrió una puerta a la posible futura unión en un único Estado de todos los condados irlandeses, pero siempre mediante la aceptación de la mayoría democrática de los ciudadanos de toda Irlanda.
Coche bomba en Omagh
El acuerdo supuso un punto y aparte en la historia de Irlanda. Los responsables políticos de ambas comunidades llegaron al entendimiento y los ciudadanos refrendaron su decisión. La región comenzó una nueva etapa de su historia. Pero los nubarrones no desaparecieron por completo. En agosto un coche bomba mató a 29 personas en Omagh, en el atentado más sangriento de la historia del conflicto. Una facción disidente del IRA, contraria a los acuerdos, trataba con aquella bomba de hacer volar lo logrado. La reacción de la sociedad norirlandesa ante tal aberración fue la contraria a la esperada por los terroristas. La atrocidad de Omagh no hizo más que reafirmar a los norirlandeses en la senda de la paz.
Omagh no ha sido la única piedra en el camino del proceso de paz que se inició en 1998. El desarme del IRA y de los grupos paramilitares unionistas, las tensiones periódicas por las marchas orangistas, o la negación de compartir el poder entre el Sinn Fein y la DUP han sido escollos en el difícil camino emprendido hacia la paz que inauguró el Acuerdo de Viernes Santo. Pero, a pesar de todas las dificultades, Irlanda del Norte no ha vuelto a la inestabilidad y a la violencia de las décadas anteriores al acuerdo.
Recientemente, dos han sido las grandes amenazas surgidas en la vía del proceso. El primero proviene del Reino Unido. El 23 de junio de 2016 los británicos encaraban el referéndum más importante del reino en su historia reciente. El llamado brexit resultó ganador y con ello uno de los focos de atención se desvió a la frontera interirlandesa.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) significaba que la demarcación entre ambas Irlandas pasaría a ser la única frontera terrestre (salvo Gibraltar) entre la UE y el Reino Unido una vez materializado el brexit con el Gobierno de Boris Johnson. La imposición de una frontera fuerte estaba descartada, ya que una frontera abierta entre la República e Irlanda del Norte era uno de los principios básicos del Acuerdo de Viernes Santo.
La decisión de llevar la frontera entre la UE y el Reino Unido al mar de Irlanda también ha traído problemas. El aumento de controles e inspecciones ha dificultado el comercio de Irlanda del Norte con Gran Bretaña, además de generar una turbulencia de precios. Pero la mayor reacción ha venido del mundo unionista, que entiende su especial condición jurídica respecto al resto de Gran Bretaña como la constatación de la sospecha de una futura traición de Reino Unido. Parece que el acuerdo logrado por Rishi Sunak con la UE satisface a los británicos, pero no está tan claro que sea del agrado de los unionistas.
La resurrección del nuevo IRA
Pero la segunda amenaza es quizás la más siniestra. El 23 de febrero el inspector de policía John Caldwell fue tiroteado por varios pistoleros. La conmoción en la sociedad norirlandesa fue doble. Por una parte, el atentado se realizó delante del hijo de Caldwell y, por otra, ocurrió en Omagh, ciudad asociada al atentado más grave de los troubles. El atentado significaba que el nuevo IRA, como se denomina la enésima resurrección del Ejército Republicano Irlandés, apuesta por retomar al camino de la violencia.
Desde que el IRA provisional declarase formalmente su desmovilización, muchos han sido los grupúsculos disidentes del republicanismo que han intentado retomar la violencia en contra del Acuerdo de Viernes Santos. Para estos grupos no hay acuerdo posible mientras Irlanda del Norte siga bajo gobierno británico. De la unión de estos grupos ha surgido el Nuevo IRA que, según las autoridades policiales, parece decidida a traer de vuelta a las calles la violencia. El atentado contra Caldwell y la intensificación de las acciones de este Nuevo IRA, han hecho que la alarma terrorista haya sido elevada a niveles como no se conocía desde la firma del Acuerdo de Viernes Santo.
Los carteles que exhibían los manifestantes en contra del atentado de Cadwell en las calles de Omagh lo dejan muy claro. No going back. No volvamos atrás. En eso reside el gran temor de los norirlandeses. Como explican los periodistas David McKittrick y David McVea, en su libro Making Sense of the Troubles: A History of the Northern Ireland Conflict, las décadas de violencia pueden entenderse como una fase de un continuum de división que desgarra la sociedad de Irlanda de Norte.
Los Acuerdos de Viernes Santo trataron de ir al núcleo del problema, la tremenda división entre dos comunidades que comparten un territorio y que deben ponerse de acuerdo para poder construir un futuro. Veinticinco años después, aunque la división no haya desaparecido y los nubarrones no dejen de aparecer de vez en cuando, la paz prevalece en las calles norirlandesas. Lo conseguido aquel 10 de abril de 1998 parece continuar. Ojalá la esperanza en el futuro siga estando por encima de la división del pasado. No going back.