Antes de confirmarse que el primogénito de Isabel II será llamado Carlos III, el sucesor al trono británico llegó a plantearse reinar con otro nombre para evitar asociaciones con infames capítulos de la historia de este país ocurridos durante los reinados de Carlos I y Carlos II.

La muerte en el castillo de Balmoral (Escocia) de la soberana a los 96 años precipitó la puesta en marcha de protocolos ideados en los años 60, al tiempo que, paralelamente generaba todo tipo de interrogantes relativos al futuro de la monarquía.

Una de estas cuestiones fue cómo se llamaría el nuevo rey, hasta ahora príncipe de Gales, quien a punto de cumplir 74 años (en noviembre) tomaba automáticamente el testigo de su madre desde el instante de su deceso.

Aunque Carlos Felipe Arturo Jorge (su identidad completa) podría haber elegido cualquiera de esos otros nombres, Clarence House -su despacho oficial- no tardó en aclarar que el nuevo soberano respondería a Carlos III.

Algunos medios británicos filtraron que al nuevo soberano se le pasó por la cabeza evitar ser llamado Charles (Carlos) y optar por Jorge VII en honor a su abuelo -el padre de Isabel II-, alguien muy querido para él y un monarca muy apreciado por los ciudadanos.

El motivo, según las explicaciones dadas, sería no revivir en el imaginario colectivo capítulos sanguinarios de la historia nacional y alejar connotaciones dudosas inherentes a ese nombre a lo largo de los siglos en el árbol genealógico de la realeza.

Carlos I, "culpable" de la guerra civil en este país

Según reveló hace años "The Times", en los círculos monárquicos más de uno opina que el nombre de Carlos está "gafado" a causa de las polémicas creadas por sus tocayos en la monarquía.

No sin razón: Carlos I ha pasado a la posteridad como el único monarca inglés que fue ejecutado, en 1649, tras haber abocado al país a una guerra civil.

El chapucero reinado del primer Carlos -hijo de Jaime I y nieto de María Estuardo- supuso, para la mayoría de los libros de Historia, un retroceso en la Monarquía británica y un motivo de sonrojo.

Su enfrentamiento con el Parlamento derivó en el estallido de una guerra civil contra el bando liderado por Oliver Cromwell, ganador del conflicto.

Carlos I, a quien en principio se permitió que continuara gobernando -si bien con nuevos límites impuestos por el Parlamento-, terminó siendo juzgado por traición y ejecutado, un episodio tras el que se implantó la única república que ha habido en este país.

Carlos III junto a Isabel II en una imagen de archivo. AFP

Carlos II, el libertino

Su hijo, Carlos II, pasó casi 20 años exiliado tras la dilapidación de su progenitor y su posterior etapa como rey tampoco es motivo de orgullo para los británicos.

A la plebe no le encandiló el estilo de vida libertino del soberano -al que llegaron a apodar el "alegre monarca"- o el hecho de que procreara incontables hijos ilegítimos con una colección de amantes pero, irónicamente, ninguno con su esposa, Catalina de Braganza.

Este segundo Carlos solo ascendió eventualmente al trono tiempo después de morir Cromwell y su reinado estuvo marcado por un gran sectarismo.

A su regreso a Inglaterra tras su largo exilio, y pese a que se decretó una amnistía para los seguidores de Cromwell, Carlos II jamás perdonó a los ejecutores de su padre. Entre otras drásticas -e indignas- medidas, ordenó desenterrar los cadáveres de Cromwell y otras personas involucradas en la muerte de Carlos I para someterlos a una ejecución póstuma.

Es cierto que, al contrario que su progenitor, este Carlos supo gestionar con inteligencia las relaciones entre Corona y Parlamento y favoreció la cultura y la ciencia.

Sin embargo, su conversión al catolicismo le hizo impopular en Inglaterra y su reinado quedó marcado asimismo por acontecimientos trágicos, como la gran peste de Londres -última epidemia bubónica en Inglaterra, entre 1665 y 1666- y el gran incendio de Londres, que asoló la capital en 1666.