EL horror se deletrea Auschwitz. Allí, en medio de la nada, de los bosques de la Polonia ocupada, en Oswiecin -los alemanes la bautizaron como Auschwitz-, los nazis construyeron el infierno, el crematorio para más de un millón de personas, si bien la cifra de muertes totales por la sistematizada matanza nazi continúa generando debate sobre la cifra exacta de víctimas. Auschwitz, el icono de la Solución Final promovida por el Tercer Reich en su política aniquiladora, representa como ningún otro el cementerio de Europa, el mayor campo de exterminio, la fábrica de la muerte, la máxima expresión de crueldad. La industrialización del terror, la cadena de montaje del genocidio, confluye en las vías del tren que se adentran en Auschwitz-Birkenau, en cuyo apeadero, los nazis hacían dos filas con las miles de personas que llegaban hacinadas como ganado camino del matadero. En la rampa de acceso se procedía a la selección: por un lado, mujeres y niños; por otro, hombres. El inequívoco y despiadado destino: la muerte.
El pasado martes se cumplieron 70 años de la liberación del campo de exterminio más siniestro. El Ejército Rojo lo tomó el 27 de enero de 1945. Los soldados que vieron aquel paisaje nunca lo olvidarán. La escena era fantasmagórica. Cuerpos famélicos, enfermos, desnutridos, con la mirada perdida, apagada cualquier esperanza, muchos de ellos agonizantes. Eran los pocos supervivientes que los nazis dejaron antes de evacuar el campo y emprender una larga marcha con miles de cautivos hacia el interior del país para continuar con su plan de exterminio. Los soviéticos que entraron en el averno contabilizaron 2.819 supervivientes entre montañas de trajes de hombre apilados (348.820) y 836.255 abrigos y vestidos de mujer; 43. 525 pares de zapatos así como ingentes cantidades de cepillos de dientes, gafas y otros efectos personales. La memoria de millones de vidas exterminadas. En el campo también se apilaban siete toneladas de cabellos humanos, el rapado de los judíos antes de ser asesinados en las cámaras de gas con Zyklon B y posteriormente ser incinerados en los hornos crematorios.
El olor a muerte invadía cada palmo de Auschwitz-Birkenau, un complejo de campos de exterminio donde la muerte, diaria, funcionarial, pretendía ser aséptica, como parte de un proceso mecanizado, industrial ajeno a los seres humanos. En el imaginario nazi, los judíos, los gitanos, los homosexuales y otros tantos, comunistas, socialistas, no tenían derecho a existir. Para los nazis no eran personas que merecieran vivir y debían ser aniquiladas. El despiadado Heinrich Himmler, Comandante en jefe de las SS, fue el ideólogo de los asesinatos en masa, aunque en la cúpula nazi, la cuestión se trataba con un eufemismo: La Solución Final. De hecho, los jerarcas del Tercer Reich no querían que se supiera la verdad de lo que ocurría en Alemania en aquellos años de infamia. Himmler apuntó en su día que el exterminio de los judíos era “una gloriosa página que nunca había sido escrita y nunca lo sería”. Sus palabras fueron grabadas en una reunión de líderes nazis pero no salieron a la luz hasta años después.
El genocida Himmler, amante del orden y el establecimiento de reglas, hizo también de las SS una máquina administrativa muy efectiva. Para llevar adelante el aniquilamiento de judíos, Himmler se apoyó en Heydrich, su más estrecho colaborador. Gran parte de este trabajo ejecutivo y organizativo estuvo a cargo de Heydrich, que acompañaba a Himmler en el delirante viaje hacia la búsqueda de la raza aria. Heydrich, que no perdía detalle alguno de todos los aspectos concernientes a la reinstalación judía, otro eufemismo que trataba de camuflar el exterminio de los judíos, era el aliado perfecto para desarrollar la política de aniquilamiento. Al final de la guerra fue considerado el “autor intelectual y ejecutivo” de la muerte en campos de exterminio de más de millones de judíos, además de gitanos, homosexuales, eslavos...
prioridad del tercer reich A partir de 1941 el exterminio de los judíos se convirtió en una de las prioridades del Tercer Reich. Auschwitz-Birkenau era el final de esa vía. A ese terrorífico escenario fueron enviadas 1.300.000 personas. De ellas, 1.100.000 fallecieron. Un millón de las mismas eran judías. Se calcula que la cuarta parte de los 60.000 supervivientes de Auschwitz fallecieron en las extenuantes marchas de las muerte promovidas por las SS antes de que varios campos de exterminio cayeran en manos de los soviéticos y los aliados que avanzaban con firmeza hacia Berlín. En Auschwitz-Birkenau se focaliza la inmundicia nazi. “Auschwitz, en su destructivo dinamismo, era la encarnación física del estado nazi”, dejó escrito el historiador Laurence Rees en su obra Auschwitz. Los Nazis y la solución final. El aniquilamiento étnico también se extendió a otros campos como el de Treblinka, Sbibor, Maidanek, Chelmo o Belzec, todos ellos en territorio polaco ocupado. En Treblinka, entre julio de 1942 y octubre de 1954, más de 700.000 personas fueron gaseadas. Treblinka, a diferencia de Auschwitz, que también disponía de campos de trabajo, solo se empleaba para el asesinato en masa.
Raul Hilberg, el autor del considerado más importante estudio para comprenden las claves del Holocausto, considera en su obra: La destrucción de los judíos de Europa, que los ferrocarriles tuvieron una importancia fundamental en la propagación de los planes de exterminio. La situación de Auschwitz, en medio de un nudo de comunicaciones ferroviarias, no fue casual. Tampoco la relación comercial entre los mandamases de los ferrocarriles, que en buena medida priorizaban los transportes en época de guerra y disponían de gran poder en todo lo que tuviera que ver con la guerra. De hecho, las SS tuvieron que pagar con su presupuesto una de las vías que llevaba directamente a las cámaras del gas bajo la denominada Puerta del Martirio en Auschwitz-Birkenau al tratarse de una vía privada. En una entrevista concedida a El País, Hilberg explicaba que “se pagaba por cada deportado, pero solo tarifa de ida, la mitad de la tarifa, si eran niños o una tarifa de excursión si eran más de 500... Ellos intentaban teñirlo todo de normalidad, como si hablasen de unas vacaciones, no del exterminio de seres humanos”.
Esa manto de normalidad impregnó el asesinato industrial de millones de seres humanos en las cámaras de gas. De hecho, el número de guardas que se empleaba en los campos de exterminio -los de concentración mataban a las personas trabajando-, para llevar a cabo el aniquilamiento era relativamente bajo para la magnitud del genocidio. El sistema nazi se alejaba de la maldad que provocaba esterilizando la muerte. Para ello utilizaban a prisioneros de los propios campos en las cámaras de gas y en los hornos crematorios, los denominados Sonderkommandos, que eran ejecutados periódicamente y sustituidos por otros nuevos, de modo que los miembros de las SS tuvieran el menor contacto posible con la matanza como si la distancia les aliviara de semejante genocidio. Era la banalización del mal, la burocratización de la maquinaría del terror, un engranaje que contó con contables, guardias, ingenieros y otros trabajadores cuya cooperación posibilitó el exterminio de millones de seres humanos. El epítome de aquella barbarie fue Auschwitz, la fábrica de la muerte.