BRUSELAS. Uno de los comentarios más repetidos estos días en Bélgica es cuánto tardará el nuevo Ejecutivo federal entre liberales, democristianos y nacionalistas flamencos en estallar. De momento, los cuatro partidos que gestionarán el país durante los próximos cuatro años han dado un ejemplo de eficacia al cerrar un acuerdo de gobierno en 135 días. Todo un récord para este país de 10 millones de habitantes, especialmente si se tiene en cuenta que la coalición liderada por el anterior primer ministro, el socialista Elio Di Rupo, batió todos los récords al necesitar nada menos que 541 días para cerrar un pacto. Además, por primera vez en la historia, los nacionalistas de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), los grandes vencedores en las elecciones del pasado 25 de mayo, se meterán en la cocina del Ejecutivo federal.
“Tengo grandes expectativas”, aseguraba esta semana el líder de la N-VA y alcalde de Amberes, Bart de Wever, uno de los diez políticos más influyentes de Bélgica desde la Segunda Guerra Mundial, según una encuesta realizada en mayor pasado por la revista Knack. No es para menos. En apenas una década, su formación ha pasado de recibir un 3% de los votos a superar el 30%, desbancar a los democristianos como la fuerza más votada en Flandes y convertirse en la formación política más potente. Ya lo consiguieron en las últimas elecciones de junio de 2010, pero las interminables negociaciones de entonces terminaron aparcándoles en la oposición y aupando a los socialistas a la cabeza del gobierno.
En esta ocasión el entente, llamado coalición sueca por los colores de los partidos que la forman y anunciado el pasado martes, es firme, tras semanas de discusiones en torno a un programa que recoge numerosas medidas de ahorro presupuestario para eliminar el déficit presupuestario en 2016 en vez de en 2018, el aumento de la edad de jubilación hasta los 67 años para 2030 (hasta los 66 en 2025) e incluso la posibilidad de prolongar la vida útil de dos de sus centrales nucleares.
El nuevo gobierno, que por ley incluye formaciones de Valonia y de Flandes, está formado por 18 personas además del primer ministro: 14 ministros y cuatro secretarios de estado. El nuevo jefe del gobierno es un liberal francófono de 38 años llamado Charles Michel, el político más joven al frente del país desde 1840. A su partido, la única formación francófona de la coalición, le corresponden además seis ministros. También tiene un peso especial la N-VA con tres ministros con carteras de peso y dos secretarios de estado, mientras que el resto de las formaciones de la coalición, Open VLD (liberales flamencos) y CD&V (democristianos flamencos) están presentes en el Ejecutivo con dos ministros y un secretario de estado respectivamente.
Todo ellos prestaron el sábado juramento ante el rey de los belgas -fidelidad al rey, obediencia a la constitución y a las leyes del pueblo belga-, 139 días después de las elecciones, en un acto que no estuvo exento de cierta polémica, y es que los representantes de la N-VA se permitieron la libertad de hacer con sus dedos el signo de V, el eslogan del partido y símbolo de victoria, cuando prestaron juramento. Algunos juraron el cargo en francés y otros en neerlandés mientras apenas media docena lo hacían en ambas lenguas.
El nuevo parlamento, con 85 escaños para los flamencos y 65 para francófonos, celebrará mañana su sesión de constitución. Una legislatura que sin duda volverá a tener un protagonista clave, la N-VA con 33 de los 150 escaños.
Líder del N-VA De Wever, el gran artífice de la victoria y presidente del partido, se quedará sin embargo en Flandes. Aunque podría haber luchado por hacerse con el puesto de primer ministro, prefirió una vez más hacerse a un lado y seguirá dirigiendo el Ayuntamiento de Amberes, de cuyo sillón apeó a los socialistas en las elecciones municipales de 2012. “Es un pragmático que tiene sentido de historia”, dice de él Eric Defoort, nacionalista flamenco y presidente del grupo Alianza Libre Europea. Y es que en esta ocasión, al contrario que hace cuatro años, la N-VA ha optado por centrar la batalla política en el campo socioeconómico en vez del institucional.
Eso no significa que hayan olvidado sus aspiraciones políticas. El primer artículo del estatuto del partido apuesta por la independencia mientras que el programa aprobado en el congreso del partido, celebrado a principios de año, abogaba por una Bélgica confederal, donde todas las competencias estén en manos de dos estados, llamados Flandes y Valonia y donde el nivel federal se vea adelgazado hasta la mínima expresión. En definitiva, máxima autonomía para las regiones. “La estrategia es todavía un misterio y seguramente solo la conocen los más cercanos a De Wever, pero la convicción de que ese plan existe, al menos en la cabeza de su presidente, es suficiente para que muchos nacionalistas flamencos estén esperanzados con un gobierno que paradójicamente meterá cinco años la reforma del estado en el congelador”, opinaba esta semana el politólogo flamenco Bart Maddens sobre un programa de gobierno que no incluye una reforma de las estructuras del Estado. A su juicio, los belgas tienen por delante “cinco años de suspense político” y con “un final impredecible”.