Desde la Edad Media y hasta la I Guerra Mundial Hungría ha sido una nación clave en la frontera oriental de Europa Central y de las antiguas grandezas ha heredado un nacionalismo maximalista que irrita aún hoy en día a sus vecinos. Y los irrita hasta el extremo de que incluso las cuestiones religiosas magyares son vistas con suspicacia.

El último -y un tanto insólito- caso es el de la protesta general surgida en Eslovaquia ante la decisión del pasado mes de junio de la jerarquía calvinista eslovaca de unificar las Iglesias reformistas de Hungría y Eslovaquia... dos países de abrumadora mayoría católica.

En realidad, la decisión debería haber pasado inadvertida en Eslovaquia ya que de los cinco millones de ciudadanos de ese país apenas 110.000 (80.000 de la etnia húngara y 30.000 eslovacos) son calvinistas. Pero en Eslovaquia, que estuvo varios siglos unida -más exacto sería decir, sometida- a Hungría, la convivencia con el pueblo magyar ha dejado muy malos recuerdos. Así que todas las iniciativas magyares levantan recelos y son puestas en cuarentena.

Eso se ve claramente en el caso de la unificación de las Iglesias reformistas de Europa Centro-oriental -propuesta por los calvinistas húngaros hace un par de años- y que en Eslovaquia, Serbia y Rumania se entendió enseguida como una maniobra de apoyo al programa político de Budapest para recuperar la hegemonía sobre los millones de súbditos rumanos, bielorrusos, ucranianos, serbios, eslovenos y eslovacos de etnia magyar. Solamente en Washington -y por razones obvias- no se dieron por aludidos al decidir la Iglesia reformada Húngara de los Estados Unidos integrarse en el sínodo unificado bajo la égida magyar.

La decisión del Gobierno de Budapest de tutelar (hasta el extremo de conceder fácilmente la doble nacionalidad) a estas minorías fue expresada claramente ya en 1989, al hundirse el estalinismo, y ha sido mal acogida desde entonces en todos los países limítrofes de Hungría.

De hecho, ha sido contrarrestada en los países vecinos con prácticas administrativas poco ortodoxas. Sólo Croacia - históricamente muy unida a Hungría - admitió sin más la integración de su calvinismo en el sínodo magyar.

Con ese estado de ánimo era normal que todas esas naciones vieran en el empeño magyar de unir bajo su tutela a todas las iglesias calvinistas de Europa Centro-oriental una jugada política disfrazada de cuestión eclesiástica. Tanto más, cuanto el auge -relativo- del calvinismo en Hungría tuvo su baza más fuerte en el aspecto patriótico, de movimiento de oposición a la Administración católico-austriaca.

El aspecto etno-político del tema es evidente si se recuerda que entre Hungría y varios de sus vecinos siguen pendientes disputas territoriales y que el tema de la doble nacionalidad puede afectar a medio millón de eslovacos (el 10% de la población), millón y medio de rumanos afincados en Transilvania, amén de varios cientos de miles de súbditos de Eslovenia, Ucrania y la Voivodina (Serbia).

Y aunque de menor cuantía, esa eventual unificación magyar del calvinismo de la Europa Centro-oriental tiene también sus problemas económicos. En el caso de Eslovaquia, donde el Estado sufraga la vida religiosa, las subvenciones a la Iglesia calvinista rondan los 2.000.000 de euros No es una cantidad para desgarrarse las vestiduras, pero en Eslovaquia todo céntimo nacional que va a parar a manos húngaras duele en el alma...