NADA por aquí; nada por allá. La vista se pierde en una infinita alfombra verde que se une en el horizonte con el intenso azul del cielo. Es la estepa de Mongolia, sinónimo de naturaleza en estado puro. Y en su variante más extrema. Durante el invierno el mercurio cae hasta los 40 grados bajo cero, mientras que en verano puede saltar hasta por encima del 20 positivo, para volver a caer de noche a cifras negativas. No hay un sólo árbol en kilómetros a la redonda, y el agua se encuentra lejos. Además, gran parte del año sólo se manifiesta en estado sólido. Cultivar cualquier vegetal es una locura en una tierra que pasa 9 meses al año congelada.

Sin duda, es difícil pensar en un lugar más inhóspito para el ser humano. Sin embargo, para la familia de Choijames no existe mejor lugar en la Tierra para vivir. Según el GPS, la yurta tradicional que habitan sus siete miembros, llamada ger, se encontraba en el momento de nuestra visita a 257 kilómetros al oeste de Ulan Bator y a más de 2.000 metros de altura. En medio de la nada. Y, como buenos nómadas que son, a punto estaban de irse con la casa a otra parte, en busca de mejores pastos para las trescientas cabezas de ganado que les proporcionan una forma de vida cómoda. Porque no les falta de nada. El ger cuenta con cálidas alfombras, televisión por satélite y agua caliente. Todo ello gracias a la tecnología. Una placa solar proporciona electricidad suficiente para alumbrar el interior, mantener el calentador, e incluso poner en marcha la televisión y el aparato de DVD gracias al que están al tanto de lo que sucede en el mundo. El próximo reto es la adquisición de un ordenador portátil para conectarse a internet, un mundo que abrirá a los pequeños un impresionante abanico de posibilidades educativas con el que Choijames, el padre de familia, "jamás había soñado".

Sin duda, esta es una familia inusual. Oyunbileg, la madre, cuenta con un posgrado y ha pasado dos décadas de su vida en Europa y Asia. Después de ver mundo, se queda con el nomadismo. No obstante, la pareja tiene muy claro que la tradicional forma de vida mongola tiene los días contados "si no se consigue hacerla atractiva para los jóvenes que huyen a la ciudad en busca de una felicidad que rara vez encuentran". Ellos lo han conseguido permitiendo que entren en la yurta los elementos de la vida del siglo XXI y haciendo un importante esfuerzo económico para que sus retoños estén escolarizados. "La vida nómada no es sinónimo de incultura. Ese es el error. Pero muchos creen que sólo se puede dar una buena formación y un mejor futuro a los hijos en la ciudad", comenta Choijames. "Hay que encontrar el equilibrio que salve esta forma de vida".

La propia Oyunbileg reconoce que, si no fuera por los nuevos aparatos que han entrado en su ger, seguiría su existencia sobre el asfalto, donde no se siente a gusto. "El mundo exterior no es mejor que el nuestro, aunque muchos lo tienen mitificado. Hemos sabido adoptar los elementos positivos del desarrollo y combinarlos con esta forma de vida, que es la conjunción perfecta con la naturaleza. Nosotros moriremos con el ger a cuestas, y creo que felices, aunque posiblemente la próxima generación lo cambie por una vivienda de ladrillo", se lamenta. No todos. El mayor de sus hijos, Byambsuren, de 17 años, continuará viviendo en libertad por la estepa de Mongolia.