ranco Battiato sigue siendo noticia en su país natal semana sí y semana también. Cuando el coloso de la música italiana abandonó este mundo el pasado 18 de mayo a los 76 años “tras una larga enfermedad”, eufemismo con el que la familia dio la noticia, la leyenda empezó a agrandarse. El hombre que puso a bailar a media Europa, que no era ni de izquierdas ni de derechas, “el artista de la moderación”, arrastra pasiones irrefrenables en Italia. A la semana de su fallecimiento, se supo que su domicilio siciliano de Milo se convertiría en bien de interés cultural; una casa-museo de peregrinación obligada para los fans de un artista que ha traspasado fronteras y ha marcado a múltiples generaciones.

En junio empezaron a lloverle los homenajes. La noticia veraniega alrededor del artista, del que se sabía muy poco de su vida privada, sobre todo tras su retiro siciliano, era que había solicitado por carta la construcción de un monasterio budista en la Toscana. Enigmático hasta la médula, casi todo lo que se conoció del también pintor (su pseudónimo era Suphan Barzani), escritor, guionista, político circunstancial y, por encima de todo, mayúsculo músico pop, se lo debemos a sus canciones. ‘La voce del padrone’, de 1981, es su disco bandera y con el que revolucionó la música italiana para siempre. Vendió un millón de discos y cimentó la leyenda de esteta pop de Battiato, como un Brian Ferry o David Byrne mediterráneo. Se ha convertido en su trabajo más emblemático y recordado.