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“Moriría tranquila si encontraran los huesos de mi madre y mi padre”

María Luisa Larzabal lamenta a sus 97 años desconocer por qué fusilaron primero a su progenitor y, a continuación, a su madre

“Moriría tranquila si encontraran los huesos de mi madre y mi padre”Asociación USURBIL 1936

Suma 97 años a sus espaldas. De niña, una de sus piernas padeció ostiomelitis, una infección súbita del hueso causada por una bacteria u hongo. Sin embargo, el mayor dolor de María Luisa Larzabal Zubiria continúa casi centenaria en su corazón: la desaparición mientras ella estaba convaleciente de su operación en días de Guerra Civil de, primero su padre, y minutos más tarde, también de su madre.

Ella narra que dos hombres llegaron un día a la vivienda familiar en la que residían entonces en el barrio Loiola de Donostia y preguntaron a su hermano Pedro por el progenitor, Eusebio Larzabal. “Y se lo llevaron”. Poco después, arribó la madre y al conocer lo acontecido, salió en su búsqueda. Ninguno de los dos volvió nunca. Jamás se supo nada de ellos, salvo aparecer registrados en algunos documentos de años después, por ejemplo, un acta de fallecimiento de ambos de 1945, como “desaparecidos” o “fusilados” el 26 de septiembre de 1936.

“Los cadáveres nunca han aparecido”, apostilla la periodista Arantxa Manterola y la hija de aquellos, María Luisa, va más allá en su anhelo: “Moriría más tranquila si supiera dónde están los huesos de mi madre y de mi padre también. Si fuera posible, de ambos”.

Manterola es quien comenzó a investigar esta historia que califica como “trágica, como muchas que ocurren y muchas veces no se sabe aún qué pasó”, lamenta a DEIA esta componente de la activa asociación memorialista Usurbil 1936.

La localidad guipuzcoana cuenta con siete personas fusiladas durante aquel episodio bélico surgido de un golpe de Estado militar español. Una de ellas es Romana Zubiria Urruzmendi. “En Gipuzkoa hubo pocas mujeres fusiladas y Romana fue una de ellas”, subraya Manterola. Nacida en Aginaga el 4 de abril de 1891, a los 32 años contrajo matrimonio con el añorgatarra Eusebio Larzabal Orandegi.

El enlace se ofició el 22 de noviembre de 1923. Entonces se mudó a Donostia. El matrimonio tuvo tres hijos, uno de ellos, Antonio, murió accidentalmente siendo bebé de forma también trágica. “Ante la mirada de su madre, cayó a un pozo de suministro de agua y no pudieron hacer nada por él”.

Los reveses fueron continuos en aquel tiempo para la madre, el padre, y sus hijos María Luisa y Pedro. Del caserío Iarbe Bekoa del barrio Aginaga de Usurbil, se mudaron a Donostia: primero al Antiguo y a continuación al barrio de Loiola. “Mi padre trabajaba en el almacén de vinos y licores de un amigo, Pedro Kalzakorta.

Se dedicaba a repartir bebidas junto al conductor del camión. Mi madre, por su parte, era ama de casa, pero en Loiola la casa tenía un pedacito de tierra y, como ella era de caserío, sabía cultivar la huerta. Luego vendía las hortalizas en el mercado de Gros», evoca María Luisa, de entonces 9 años.

Según narra ella, su padre debía ser de ideología nacionalista vasca porque le cantaba una canción sabiniana que aún interpreta con solvencia: “Gora Euzkadi, bizi bedi, gora Arana ta euskaldunak...». Asimismo, rememora que Eusebio solía ir a unas reuniones, de las que su madre no debía saber mucho, “pero estaba conforme”.

Debido a la entrada de los fascistas en Irun y Donostia, la familia se refugiaba algunas noches en un caserío cercano que ofrecía comidas y en el en ocasiones cocinaba Romana. María Luisa recuerda que estuvieron a punto de perder la vida en una jornada en la que acudieron a aquel baserri de día. “Un avión caza nos vio y nosotros corrimos y empezó a dispararnos. Mi madre gritaba 'al suelo, al suelo', y nos echamos, pero yo seguía corriendo". Salieron ilesos.

Días después fue cuando María Luisa cayó muy enferma de ostiomielitis en una pierna y para salvar su vida tuvo que ser ingresada en el hospital civil San Antonio Abad de Donostia. Era verano. “Según llegué me bajaron al quirófano a operarme. Convaleciente, venían a visitarnos a los niños los soldados que habían sido herido en piernas, caras… y también se me quedó grabado el ruido de las bombas que lanzaba a tierra aquel barco que no recuerdo su nombre”.

Al mismo tiempo, aconteció la tragedia de la desaparición de Eusebio y Romana, y de sus cuerpos. Pedro recordaba las últimas palabras que le dirigió su madre. "Tú quédate aquí y espera a que venga yo, voy a saber lo que le ha pasado con aita". María Luisa estima que fue al juzgado. “Allí pensarían que también tenían que detenerla porque nunca más apareció», aporta con voz rota.

La hermana menor de la fusilada, de nombre Felisa, se hizo cargo de los dos niños, mientras María Luisa le preguntaba una y otra vez: “Tía, ¿dónde está ama? Mi tía no me quería contar la verdad para no hacerme daño. Sin embargo, viendo que mi madre no venía, yo lloraba y lloraba. ¡Cuánto lloré aquella noche! Le preguntaba a mi tía: "¿Dónde está amatxo, por qué no viene? Y ella dijo: "¿Sabes qué le ha pasado? Con el hacha se ha hecho daño en la rodilla y no puede andar, no puede venir… Aquello me dejó trastocada".

Con el tiempo, María Luisa –a quien durante un tiempo trasladaron al hospital vizcaino de Gorliz para curar su enfermedad- supo que su padre había estado preso en la cárcel de Ondarreta, y poco más. En los listados publicados que ha recopilado la asociación Usurbil 1936 con el apoyo de todas las formaciones con representación en el Consistorio guipuzcoano, el matrimonio aparece como fusilado el 26 de septiembre de 1936.

Incluso ya mayores, ella y su hermano Pedro hablaban poco de lo ocurrido, "se nos hacía muy duro", lamenta quien camina hacia los 98 años con más preguntas que respuestas.