Personaje olvidado de la guerra en Euskadi, Tiburcio de Ispitzua Menika (Larrabetzu, 1901) formó parte en Buenos Aires del desconocido Grupo Vasco de Contraespionaje a través del que se trataba de localizar el platino de estraperlo que Alemania necesitaba para sus aeroplanos, así como para destapar la presencia de nazis y comunistas que huían a las playas argentinas, según relataba quien había sido capellán de gudaris. Antes de conocer sus tribulaciones por América, cabe destacar de su figura que en 1936 se alistó voluntario con ya 35 años a las milicias, como capellán del batallón Zergaitik ez del Jagi-Jagi hasta que esta unidad abertzale luchó en la defensa de Bilbao.

En ese momento, Ispitzua pasó a Santander y de allí logró por mar refugiarse al otro lado del Bidasoa. Y de allí a Bélgica y arribar a Argentina junto a su hermana. En un opúsculo narró su vida intercontinental. Fue amigo de Antonio o Andoni de Otsa, fundador del Grupo Vasco de Contraespionaje, que según su testimonio estaba al servicio de Ramontxu de la Sota, quien había servido como voluntario en el ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.

A la llegada del capellán de gudaris y su hermana a la capital argentina, les informaron de que Otsa –perseguido por los franquistas allí afincados- estaba escondido, que nadie conocía su paradero, pero que había pedido entrevistarse con ellos. Dio el permiso para que supieran su refugio por una razón a saber más adelante.

La misión del clandestino Grupo Vasco de Contraespionaje consistía en controlar los buques de bandera española llegados a Buenos Aires, especialmente los pertenecientes a las compañías vascas Ibarra y Aznar, que eran casi los únicos que tenían aquel puerto como terminar de su singladura en América. Estos busques hacían el contrabando entre la capital argentina y Bilbao o Barcelona, de platino que les llegaba desde Chile y que acababa siendo entregado a los alemanes una vez llegado al Estado español. “Tengo entendido que los nazis emplean este metal en la fabricación de sus aviones y deben andar bastante escasos de él”, valoraba Otsa en su relato en ‘Odisea del clero vasco exiliado’.

Nuevos contactos

La primera tarea fue, según narraba, establecer contactos con tripulantes vascos abertzales. “Ya lo hemos logrado, contando con media docena de colaboradores en cada buque. Ellos, a la llegada de Buenos Aires, nos entregan el rol completo de la tripulación, con la filiación de cada uno y denunciando a aquellos que resultaran peligrosos por su franquismo o por su posible intervención en el contrabando de platino”.

Ellos se encargaban de entregar los datos a la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires y, al mismo tiempo, esta se gestionaba hacerlos llegar a su marina de guerra que ejercía el control en el Atlántico, y también a la embajada norteamericana en Madrid. Los buques que circulaban con destino Europa lo hacían a través del Caribe para concentrarse en Trinidad, donde eran sometidos al control de Estados Unidos. El control consistía en que subía a bordo un grupo de oficiales y ordenaba a toda la tripulación situarse en la cubierta, llevándose cada uno consigo una bolsa con todo aquello que pudiera ser objeto de examen como cartas, fotografías… Esas bolsas eran recogidas en un bolsón por uno de los oficiales y llevadas a la revisación que tenía lugar en otras de las dependencias del barco, mientras otros oficiales revisaban los camarotes y otros lugares.

“Los tripulantes colaboradores nuestros si detectan algún contrabando de platino, lo señalan dentro de sus bolsas indicando el lugar donde va ha guardado o la persona que lo lleva en su cuerpo. Y así el contrabando cae indefectiblemente en manos de los estadounidenses”, espiaban. Pero no era eso solo. Los buques a partir de Bilbao o de Barcelona con objetivo Buenos Aires, tenían que solicitar el denominado navicert, certificado expedido por el Reino Unido durante las dos guerras mundiales por el que se acreditaba el carácter inocuo de los cargamentos fletados por los buques bajo pabellón de un Estado neutral. En este caso lo pedían al consulado norteamericano, presentando el rol completo de la tripulación.

El consulado lo examinaba y hacía una lista de tripulantes para poder zarpar. No concedía el navicert hasta tanto esos tripulantes no son desembarcados y reemplazados por otros. “Esa lista es, precisamente, la que entregada por nosotros en Buenos Aires a la embajada USA. Así hemos conseguido hoy en estos barcos la oficialidad y el personal de máquinas estén integrados por un gran contingente de vascos abertzales, a los cuales, ante la escasez del personal, han tenido que recurrir esas navieras para que sus barcos pudieran navegar”, apostilla Otsa.

Además, el grupo vasco desempeñaba también un servicio nocturno en las playas argentinas en previsión de que nazis furtivos de Europa desembarcasen en las mismas, huyendo de allí en submarino. “Y también hacemos patria, enviando a Bilbao mucho material de propaganda, especialmente el libro ‘De Gernika a Nueva York pasando por Berlín’, del lehendakari José Antonio Aguirre, y del que la editorial EKIN ha hecho una nueva edición de bolsillo para que abulte menos. Esto es muy importante porque los tripulantes tienen un espacio muy limitado de escondite, cada amigo nos llega lo que puede: uno dos o tres otro cinco, otro diez o más. Así hemos hecho llegar a Bizkaia muchos cientos de ejemplares. Y no terminaremos la tarea hasta agotar toda la edición”.

Antonio de Otsa estaba escondido porque había sido denunciado por un franquista infiltrado en el centro vasco Laurac Bat. Vivía en el país bajo el alias de Marcos de Zabala. Le denuncio como “desertor de un barco de bandera española y reclamado por la policía”. Es decir, quedaba “quemado”, quien ya delineaba su futuro en Uruguay. A cambio, Otsa pidió al sacerdote recién llegado que Tiburcio ocupara su lugar en el Grupo Vasco de Contraespionaje y que entrara con su hermana a vivir en su hogar, una “bonita casa en un rascacielos en la Avenida de la Independencia”, calificaba Ispitzua quien aceptaba a incorporarse en la organización.

Su misión era recibir de ‘Pedrito’ –un joven que lo visitaría- los informes en borrador que recogiera de los componentes del grupo y una vez en sus manos y redactados en forma de raport entregárselos a él para que lo haga llegar al superior de la organización. “Como ves, se trata de una tarea compatible con tu misión sacerdotal. Y además al fin de cada mes recibirás un sueldito que te permitirá vivir cómodamente con tu hermana”, le animaba Otsa.

Control en Argentina

Tras aceptar, el sacerdote admitía que le resultaba “muy fácil cumplir. Yo corregía lo que ‘Pedrito’ me traía a lápiz, emitía un triplicado, me quedaba con una copia y las otras dos copias volvían a Ramontxu de la Sota, mi jefe”, detallaba e iba más allá. “Eran informaciones relativas al control de buques de bandera española, fichaje de elementos comunistas que actuaban en Argentina, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y a la conducta de personas importantes de la política argentina”. Otsa, ya en Uruguay, continuaba en contacto con el grupo.

La disolución de la organización llegaría tras una decepción con Estados Unidos. “Estábamos íntimamente convencidos de que, acabada la guerra mundial, iba a imponer el derrocamiento del régimen de Franco y nuestro Gobierno vasco en exilio volvería a establecerse en Euzkadi. Pero eran vanas nuestras ilusiones”. Según precisaba Ispitzua, un pacto de Madrid de 1953, entre España y Estados Unidos, por el que se acordó la cesión de una ayuda económica de 226 millones de dólares, “nos llevó al convencimiento de que para Estados Unidos de Roosevelt éramos simplemente unos vulgares mercenarios. Y no queriendo seguir desempeñando tan triste papel, el grupo se disolvió”.