Habla por primera vez a un medio de comunicación. Comparte su testimonio inédito, el de una bebé que nació en la terrorífica cárcel guipuzcoana de mujeres de Saturraran. Llegó al mundo el 3 de marzo de 1940 en la enfermería, rodeada de unas monjas sin conciencia. Todo lo que rodea a la vida de aquella niña hasta la actualidad es de verdadero coraje, de no arrojar la toalla, de, con brío, salir adelante como casi nómada, en diferentes pueblos. “No sé ni de dónde soy”, admite emocionada Merche Gallardo Carrillo bajo sus lentes y continúa: “Sé que nací en la cárcel y que mi padre, sabiendo que aquellas monjas robaban bebés para dárselos a las familias de los franquistas, vino a buscarme cuando no llegaba a tener un año y me llevó a Andalucía, de donde eran”, detalla en su hogar a DEIA.

Eusebia Carrillo, madre de Merche, que estuvo en Saturraran.

Eusebia Carrillo, madre de Merche, que estuvo en Saturraran.

Su madre, Eusebia Carrillo Marín, natural del municipio jienense de Puente de Génave, sufrió lo inenarrable. Sin saber ni leer ni escribir, la dispersaron a 704 kilómetros, al “almacén de mujeres” de Mutriku después de que los franquistas mataran a dos de sus hermanos y fuera, a sus 23 años, internada estando embarazada. Ella hablaba poco de la guerra y de su estancia en la cárcel. Merche era la que más le preguntaba hasta el punto de que algunas de sus hermanas no sabían que había nacido en prisión. Es desgarrador el siguiente testimonio de esta activa mujer de 84 años a la que “nadie ha regalado nada”. “Me cuesta decirlo, pero yo siempre he creído que mi madre me hacía diferencias con el resto de hermanos, que fuimos ocho y dos que murieron, en total diez. Imagino que fue así porque yo le traía recuerdos de la cárcel y porque ella no me había criado”. De aquel tiempo, la madre le confesó que hubo un momento crítico en el que tuvieron que hacerle una transfusión de sangre para la niña. “¿Qué sangre podía tener mi madre con lo que les daban para comer? En ocasiones, eran lentejas con gusanos. Los gusanos fueron la única carne que comieron allí. A pesar de que vieron que baserritarras les llevaban hasta media txahala, nunca probaron carne, porque las monjas les quitaban todos los alimentos que estos o los familiares les dejaban. Vendían hasta la leche que les llevaban para los bebés. Es más, si cortaban patatas y trataban de comer una peladura, las monjas les metían horas en un cuarto lleno de agua, de cuando subía la marea”.

Eusebia –casada con Lucas Gallardo– fue presa de Franco durante cuatro años en el hoy inexistente edificio de la playa de Saturraran. “Solo queda como vestigio, según me explicó una ilustrada en el tema, justo donde yo nací y tres tamarindos”. Desconocen la razón de la detención de su madre. “Sí sabemos que dos hermanos de la familia estaban cada uno luchando en un bando. ¡Eso es terrible! Como que en invierno le obligaran a mi madre a bañarse en la playa con agua helada”.

Un numeroso grupo de mujeres, en la prisión guipuzcoana. DEIA

La denominada como Prisión Central de Saturraran fue una espeluznante cárcel franquista para mujeres republicanas que funcionó desde 1938 hasta 1944, situada en un antiguo balneario. Calculan que la sufrieron entre 3.000 y 4.000 presas, llegando a cohabitarla 1.600 a la vez. “Mi madre lo pasó mal, muy mal. Contaba que no le daban de comer, que la madre superiora era un diablo, que había alguna buena. Que había monjas lesbianas. Que alguna monja era republicana. Que, a ella, muy buena y pacífica, nunca la llegaron a castigar. Eso sí, salió de allí odiando a los curas”.

Aquella mujer murió con 89 años y su marido con 68. “Mi madre no volvió nunca a aquel lugar, pero yo sí. En una ocasión, le pedí a un cura a ver si nos podía llevar. En aquel tiempo estaba el edificio aún. Y hace poco fui de nuevo, con una hermana y amigas. Me preguntan por qué lo cuento y yo les digo que por qué no. Yo no he hecho nada malo, a diferencia de lo que le hicieron a mi madre y a mí”, argumenta con sabia lógica quien desde niña salió adelante luchando.

No recuerda cuándo, tras haberla llevado su padre a Andalucía, volvió a ver a su madre ni cómo fue el reencuentro. “Sí recuerdo estar agachada recogiendo aceitunas con ella, siendo una niña”. A continuación, el regreso a la Euskadi en la que nació y los mil y un trabajos que llevó a cabo para progresar. Su primer destino fue el puerto de montaña de Barazar. Allí, su padre, albañil, construyó una casa y trabajó en los pozos que se hicieron para llevar agua a Bilbao. “Yo siendo niña me encargaba de segar helechos”, evoca y va más allá: “Pasaba el río para cortar leña y hecho un haz los llevaba en la cabeza porque me cubría hasta el cuello”.

Su siguiente residencia fue en Mañaria, en una casa sin luz junto a las canteras. “Yo pronto comencé a servir en casas de Durango, mientras mi familia se fue a Batxikabo, concejo de Valdegobía, en Araba”. Convivió con diferentes familias pudientes de la villa vizcaina y con una volvió a sufrir hasta el hecho de que “tuve que escaparme, porque a una compañera y a mí nos tenían más que retenidas y aunque les sobraba el dinero casi no nos daban de comer. Salí de la casa en un descuido, descalza y mi amiga me tiró los zapatos por la ventana. No la volví a ver, una pena, porque se fue a Albacete”.

Otro señorito, que trabajaba en el Ayuntamiento de Durango, le proporcionó una casa en San Fausto a su nombre. Hubo quejas en el barrio y al ser una familia tan numerosa les acabó tocando una de ellas. Mientras trabajaba en Hnos. Oñate conoció a su futuro marido: Francisco Martínez, de Zamora. También vivieron en un caserío del barrio Montorra, de Amorebieta-Etxano. Y estando allí comprarían la vivienda de Iurreta en la que residen. “Yo no sé de dónde soy. Nací en la cárcel, que es de Mutriku, Gipuzkoa. Mi padre me bautizó en Linares con el nombre de María Francisca. Sin embargo, mi madrina fue una catalana de la cárcel, y me inscribió como Mercedes, como la virgen de la Mercé… No queda nada claro. Igual me bautizaron dos veces”, presupone quien hace ropa para enviar a países desfavorecidos y trabajó en Tubos Bergman de Matiena o 18 años como interina para el Gobierno vasco, como cocinera en Landako Eskola de Durango, en Galdakao, Lemoa o Zeanuri… “Trabajé –concluye– también en la mina del monte Mugarra. Subiendo hasta allí con nieve y todo. Mi vida no ha sido fácil, he trabajado a más no poder para salir adelante”.