Los meses de abril y mayo de 1801, Wilhelm Humboldt se encuentra entre nosotros en un viaje de investigación que contribuiría a desvelar el misterio de los vascos y que nos ubicó en una Europa en construcción que él mismo contribuyó a crear. Precisamente este año se celebra bajo el lema Patrimonio de los caminos: rutas, redes y conexiones las Jornadas Europeas de Patrimonio organizadas por la Diputación Foral de Bizkaia desde hace 24 años. Y nuestro investigador y políglota fue un protagonista eminente entre los viajeros que nos visitaron.

Wilhelm von Humboldt afirmaba que la percepción del mundo se hace preferentemente a través de la lengua. Él tenía como objeto científico el estudio comparado de las lenguas y de los caracteres nacionales. Sus extensos estudios sobre la lengua vasca constituyeron la base de que fuera uno de los fundadores de la Filología moderna y comparada. A su vez, fue el divulgador del euskera en la Europa romántica. La biografía del mayor de los Humboldt revela su conocida faceta de político y diplomático, su pasión por la filosofía y sobre todo, a un gran humanista y amigo de los vascos.

Nace en 1867, hijo de una familia acomodada y dos años antes que Alexander, su celebre hermano naturalista. Tras la muerte de su padre, reciben ambos una esmerada educación a cargo de dos tutores excelentes que les encarrilaran hacia los viajes y la investigación a través de lecturas y aprendizaje de idiomas. El paso de los hermanos por la Universidad supondrá la plasmación de diferentes intereses a pesar de su estrecha relación: Wilhelm se decantará por las leyes, la filosofía y los idiomas, mientras que Alexander lo hará por el comercio y la minería.

Si bien su madre quería encaminarlos hacia la administración prusiana y el servicio publico, con el paso del tiempo se revelarán sus verdaderas vocaciones. Su formación se completará asistiendo a salones literarios como el de Berlín donde entre hombres y mujeres seguidores de Kant, Wilhelm conocerá a Carolina, su futura esposa. Esta historiadora del arte, de minuciosa educación, será su compañera constante y estímulo de sus empeños e ilusiones. A pesar de su relación abierta, ya que tuvieron temporadas que no convivieron, sus ocho hijos y 3.000 cartas, modelo de amor cortés de la época, dan fe de sus 40 años de unión.

En plena época de la Ilustración no podía faltar el gran tour, aquel viaje de conocimiento que realizaban los hijos de las clases acomodadas europeas desde el siglo XVII. Tres semanas después de la Revolución Francesa, la visita de Wilhelm a París le marcará con la huella de un profundo humanismo y una ideología socialmente progresista.

La pareja se traslada a Jena, donde junto con Alexander, Goethe y Schiller formarán el Círculo de Jena, cuna de la nueva revolución estética que estaba arrollando los convencionalismos del rococó y las reglas neoclásicas dando paso al Romanticismo: el Sturm un Drang (Tempestad e Ímpetu), representación de la libertad y la originalidad, en relación con la vida, la naturaleza y el arte.

A la muerte de su madre, Wilhelm heredará la propiedad de la casa familiar de Tegel, mientras que Alexander preferirá su herencia en efectivo, lo que le va a permitir su ingente exploración del continente americano.

Los viajes a Euskal Herria

“[...] Mi principal designio de este viaje era la lengua; sabía de antemano, por las informaciones que había adquirido, que encontraría en el país algunas personas que había hecho profundas investigaciones sobre aquélla. Cuantos y cuan diversos otros goces me estaban, sin embargo, reservados en los deliciosos valles de la costa de Guipúzcoa y Vizcaya, entre los hospitalarios y honrados vascongados, entre los despiertos y nobles-franceses!”, Los Vascos (1821)

En 1799, y en familia, arranca su primer viaje. Lo hará en mulas con tres hijos de 7, 5 y 2 años y Carolina embarazada del cuarto. Se trata de un periplo a España ciertamente incomodo que durará 8 meses, y cuyo paso, en diagonal desde Baiona a Vitoria durante una semana, prenderá la mecha de la innegable fascinación que ejerció el País Vasco, su lengua y su cultura en la mente del erudito.

Tras su vuelta a París, comienza la búsqueda de materiales para conocer de cerca la lengua: peina las bibliotecas y obtiene gramáticas y diccionarios, entre ellos los de Larramendi, el Guero de Axular, Proverbes basques…. y Notitia utrisque... de Ohienart, la Geografía de Bowles...

En abril de 1801 abandona nuevamente París y no regresará hasta junio. Viaja a caballo, se hospeda en posadas, caseríos, casas de curas y palacios nobles, haciéndose conducir por guías nativos. Esta nueva visita es ya un viaje de investigación específica de los vascos y su cultura, pero no estaba exenta de goce y disfrute.

Su actividad es intensa e interesada: estudia la lengua, la danza, los cuentos populares, la vestimenta, las técnicas agrarias, las fiestas populares, la organización de las juntas, el sistema de representación y la Historia... todas las observaciones las recoge minuciosamente en El diario del Viaje Vasco. 1801, realizando incluso pequeños dibujos como el de la tribuna de la Casa de Juntas anterior al actual. De estas anotaciones nacerá Los Vascos, su obra más divulgada. Aun hoy todavía descansan inéditos muchos de sus escritos sobre el pueblo vasco.

Este segundo viaje recorre Baiona, Biarritz, San Juan de Luz, Hendaia y Hondarribia. Estas dos últimas poblaciones le sirven para comentar lo injusto de la frontera entre hermanos y la guerra a la que se ven abocados por pertenecer a diferentes países. Plena actualidad. Amorosamente recorre y describe el paisaje, como solo lo haría un romántico como él. Pero esto no le sustrae de su perspicacia al alabar la fortaleza, el empuje y la iniciativa del trabajo femenino desempeñando tareas como transportistas o pescadoras. Esta clara imbricación laboral femenina de las vascas la vuelve a poner de relieve en Pasajes con las bateleras, e incluso mas tarde, en su correspondencia, también se asombrará del oficio de herreras de dos mujeres.

San Sebastián le servirá para hablar de la organización administrativa de la provincia y al día siguiente, tras pasar por Orio y Zarautz, descansa en Getaria. Desde allí nos referirá la gesta de Elcano, la presencia de los vascos en América y las costillas de ballenas para los emparrados de txakoli. No se le escapan tampoco a nuestro viajero, el sano pique entre pueblos en un partido de pelota a través de los bertsolaris, dos características singulares de la cultura vasca.

En una jornada a caballo y tras atravesar Zumaia, Deba, Mutriku, Ondarroa y Berriatua, llega a Markina donde se aloja en Munibe, palacio del Conde de Peñaflorida. Moguel y José Mª Murga, a la sazón diputado general, serán sus informantes, lo cual no le impide largos paseos y conversaciones con aldeanos, a los que percibe como nobles y con cierto nivel de renta, a juzgar por su alimentación. Describe las layas y otros aperos, cita la vacunación, alaba su euskera y se extiende en la hidalguía universal. De allí, como no es extraño, se traslada a Bergara, sede del Real Seminario de Nobles y comprueba que su hermano Alexander es conocido y respetado.

Vitoria, de la mano del archivero de la Real Sociedad de Amigos del País, Lorenzo Prestamero, le servirá para explicarnos la organización alavesa, y su historia. Pero estaba deseando llegar a Durango, donde tuvo la más larga estadía del viaje. Su anfitrión, el apologista Astarloa fue su acompañante y compartió con el prusiano sus manuscritos y últimas investigaciones, teniendo una influencia decisiva en su conocimiento del euskera. Ello no es óbice para visitar y explicar el caserío vasco y sus hórreos, así como las fiestas y las indumentarias populares.

Bilbao le encantó y de nuevo acude a fiestas en una anteiglesia cercana con su fiel, así como a los toros. De ahí va a Somorrostro donde investiga la minería a cielo abierto así como se informa de la biografía de Lope García de Salazar.

Tras cruzar la ría en bote, comienza un veloz regreso que pasa por Gaztelugatxe, Bermeo (donde cita una vista de Paret que ha contemplado en Madrid) y Mundaka. Una Gernika inundada le da pie para asombrarse ante una junta de campesinos que discuten en euskera, tienen su propio fuero y se rigen por un antiguo sistema de toma de decisiones en funcionamiento. Cuando escampa, se dirige a Lekeitio cuyas costumbre marineras son detalladas prolijamente. En su vuelta se dirige a Loiola, con breves paradas en Azpeitia y Azkoitia.

Los últimos cuatro días de su viaje los dedica a Iparralde con una visita a Roncesvalles. Itxassou con sus cuajadas de piedras incandescentes, la caza de palomas con redes y las etimologías son objeto de su interés. Finalizará visitando Donibane Garazi y Maule donde menciona la dinámica y el origen de las pastorales, la organización política y el lirismo del suletino.

A su vuelta, será embajador en Roma, en Londres, reformador y ministro de Educación, fundador de la Universidad de Berlín, y plenipotenciario en el Congreso de Viena, convirtiéndose así en uno de los configuradores de Europa tras la caída de Napoleón. En 1819 se retira a Tegel, donde se dedicará a la investigación de las lenguas, especialmente el euskera, falleciendo en 1835.

“[...] pasé dos meses felices, parte en el país vasco-español, parte en el país vasco-francés, y siempre he de considerar esta primavera transcurrida en las orillas del golfo de Vizcaya como una de las más hermosas de mi vida”. Los Vascos (1821).