En 1666 se publicó en Toledo un pequeño libro titulado El Héroe Cántabro. Se trataba de una biografía del almirante guipuzcoano Antonio de Oquendo –muerto 25 años antes– escrita por su hijo Miguel. La obra es muy escueta –no llega a las 15.000 palabras– y su finalidad explícita resulta muy evidente tras una primera lectura: el autor glosó las hazañas de su padre para convertirlo en un héroe y para que su Casa fuese reconocida por ello. Evidentemente, buscaba un título nobiliario.

Acabo de publicar en la editorial Sílex la monografía titulada Historia de un relato. El Héroe Cántabro (Miguel de Oquendo, 1666) en la que se presenta una edición anotada de la obra en cuestión precedida por un amplio estudio. En él, presentamos al lector un hilo argumental fundamental, el que analiza la concepción de la obra, las razones que llevaron a su autor a escribirla o a defender una causa familiar mediante la publicación de un libro, así como las trazas fundamentales de su contenido. Pero, como en todo estudio “micro”, tras este hilo principal se esconden otros que se entrecruzan con aquél. Historia de un relato es, por tanto, una historia que contiene otras historias. Pero vayamos por partes.

Ubicarse en el mundo

En primer lugar, contiene los trazos fundamentales de una historia familiar, la de cuatro generaciones de la saga de los Oquendo. No es un mero recorrido genealógico que pudiera servir de marco previo, sino un análisis del proceso de ubicación y ascenso social de dicha familia. Un proceso del que formará parte la escritura del libro de 1666 y sin el cual no pueden entenderse las razones que llevaron a su autor a concebirlo. En esa trayectoria, recalcamos que la pieza clave de cualquier estrategia de posicionamiento social fue la constitución de una Casa, siendo el de los Oquendo un claro ejemplo de cómo se podían aprovechar, con ese fin, las nuevas posibilidades que se abrieron con la apertura de los océanos y la expansión de la Monarquía católica. De igual manera, es un caso prototípico del proceso de ennoblecimiento seguido por muchas familias vascas en la época.

Pero ninguna Casa miraba solo hacia el exterior. El análisis nos sirve para descubrir cómo se desarrolló el gobierno interno de la misma: el reparto de roles entre sus miembros, la importancia del fenómeno del desenclavamiento, el despliegue –al menos en este tipo de grupos sociales– de una autoridad femenina, los criterios para ordenar la transmisión de bienes, para conducir las vocaciones individuales en beneficio del colectivo, o para resolver las múltiples situaciones de conflicto surgidas en cada generación.

Escribir un libro en 1666

Si el objeto de nuestro conocimiento es un libro y el o los relatos que contiene, no podemos menos que partir de la comprensión de las razones que habían contribuido a priorizar la escrita sobre otras formas de comunicación, e incluso las que convertían a un texto impreso en una fuente a la que se concedía especial fiabilidad. En efecto, en una época en la que todavía compartían protagonismo formas de comunicación orales, visuales y escritas, una de las particularidades más llamativas fue la progresiva prioridad concedida a esta última.

Explicamos en el estudio algunas de las razones que desembocaron en esa priorización y en la fiabilidad concedida a lo escrito, mucho más si venía impreso y todavía más si quien escribía era testigo presencial, conocedor directo, de lo que narraba. Proliferaron entonces los textos en los que se confundía la información veraz con la que parecía verosímil, y enseguida se dedujo hasta qué punto era posible persuadir a la entonces incipiente opinión pública.

Algunos de esos escritos se centraban en el manejo interesado de información sobre los múltiples episodios bélicos que vivía la monarquía. Otros, más particulares, intentaban consolidar mediante esas nuevas armas que eran las letras, la fama de una Casa y asentar una opinión favorable sobre la misma que permitiera reclamar una recompensa en forma de concesión de rentas, cargos o títulos nobiliarios. Entre estas se encontraba El Héroe Cántabro.

Crear un héroe (o dos)

Nuestro estudio contiene también el análisis del discurso o discursos contenidos en la obra. El autor consideró que para obtener el ansiado título era conveniente despejar algunas dudas sobre la fama de su padre. En concreto, se decía del almirante Antonio de Oquendo que era un capitán desafortunado, y lo había dicho el propio conde-duque de Olivares añadiendo “que le a deseado mucho en otras profesiones”. Podía existir, además, la tentación de extender esa fama al resto de la saga, por cuanto el primer Miguel de Oquendo había sufrido innumerables desgracias en el contexto de la Armada Invencible, y el segundo, y autor de El Héroe Cántabro, solo había tenido una única y nefasta experiencia naval en 1663 cuando en una noche de tormenta en Rota naufragó después de embestir con su nave a la capitana de su propia expedición. También se decía de don Antonio que era un bravo guerrero pero un mal capitán, en el sentido de que buscaba su propia gloria más que el triunfo del colectivo.

Ambas versiones circulaban en la Corte junto a una tercera, que hacía del almirante un héroe que, milagrosamente, había resistido en solitario los embates enemigos en la batalla de Las Dunas de 1639. Una versión que disfrazaba una derrota colectiva con el ensalzamiento de un éxito individual. Pues bien, en esencia, El Héroe Cántabro alimenta esta última versión y combate las anteriores. Mediante una estrategia discursiva muy cuidada, el autor convirtió a su padre en un caballero, un cruzado católico cuyo heroísmo era comparable al de los clásicos. Y, sobre todo, lo convirtió en invencible, cualidad esta que le habrían reconocido incluso sus enemigos.

No menos importante resulta que, tras este relato explícito, El Héroe Cántabro contuviera otro, en el que el autor ya no hablaba de su padre sino de sí mismo, como otro tipo de héroe, el superviviente de un naufragio. Aunque a veces lo hiciese solo entre líneas, lo que buscaba era redefinir su papel al frente de la Casa resaltando que, al revés que sus antecesores, ya no participaría directamente en enfrentamientos navales sino que se comportaría como un noble pater familias, culto, devoto, retirado en el campo, lejos del bullicio de la ciudad y de la corte, y luchando por su Casa con una nueva arma, la letra impresa.

Del relato a la leyenda

La historia de El Héroe Cántabro es también el mejor ejemplo de hasta qué punto –y parafraseando a Cassany– el significado de una obra está en la mente de quien la lee. Estamos ante el ejemplo de una obra cuyo relato perduró en el tiempo y vio cómo nuevos públicos le otorgaban nuevos significados.

En efecto, la obra de don Miguel fijó un relato sobre Antonio de Oquendo que se asentó como definitivo y fue copiado innumerables veces, incluidas sus lagunas, exageraciones, inexactitudes u omisiones. El autor había creado un relato verosímil, no siempre veraz pero que fue tomado como tal y, por lo tanto, atravesó el tiempo tenido como auténtico. No solo eso. Cada vez que fue copiado, sus argumentos menos veraces fueron exagerados y tergiversados, particularmente el que narraba cómo su enemigo en Las Dunas, el general holandés Tromp, reconocía que don Antonio de Oquendo era invencible.

En pocos años se pasó a considerar que no solo el reconocimiento fue cierto, sino que los Estados holandeses pidieron cuentas a Tromp por no haber podido con Oquendo e, incluso, que “le quitaron la cabeza”. Así se declaraba en 1689 en el documento de concesión de un marquesado a los Oquendo, un documento que sintetizaba la estructura y contenidos de El Héroe Cántabro certificando así el éxito de la obra.

El relato y sus exageraciones fueron también copiados en el siglo XIX, considerando además que sus doscientos años de antigüedad le otorgaban un plus de fiabilidad. Particularmente importante fue que el doctor Camino lo siguiese en su pionera historia de Donostia y que esta versión se trasladase a los Diccionarios de la Real Academia de la Historia y de Pascual Madoz. El relato creado por don Miguel de Oquendo quedaba así avalado por la ciencia histórica. Era el tiempo de las naciones y de los héroes nacionales y esa biografía del héroe cántabro era fácilmente legible en los términos de un nuevo tipo de heroicidad que ya no era la de la Casa o la de la Monarquía, sino la de una nación.

Así, Oquendo se transformó en héroe nacional, tanto para quienes glosaron las hazañas de la Marina española como para quienes veían en ese tipo de héroes una manifestación de lo que los vascos habían sido cuando se regían por sus Fueros. La figura de Oquendo se hizo entonces merecedora de un auténtico lugar de memoria, con estatua incluida, para que todo el pueblo y no solo unos lectores eruditos conociesen su comportamiento ejemplar. En esa estatua, inaugurada en 1894, figuraba una inscripción en cuya primera redacción todavía se leía que Oquendo había sido reconocido invencible por sus enemigos, y que fue motivo de polémica entre la Real Academia de la Historia y los donostiarras. Para estos, resultaba inverosímil discutir lo que proclamaba El Héroe Cántabro. El relato de don Miguel se había transformado en leyenda.

Revisitando un mundo perdido

En realidad, el estudio de la trayectoria del libro, de su o sus relatos, del autor y de su familia, nos ha servido para revisitar un tiempo perdido. Una era en la que los actores sociales se movían por valores, intereses, expectativas, roles sociales, normas o costumbres muy diferentes a las nuestras, y que nunca comprenderemos si las contemplamos o juzgamos desde nuestra perspectiva de ciudadanos del siglo XXI. Otra cosa es que un examen en profundidad de sus experiencias nos deba ser indiferente. Al fin y al cabo, aun desde su particular cosmovisión, no dejaron de enfrentarse a los problemas y cambios derivados de lo que hemos llamado “primera experiencia global” y al comienzo de una transformación en las formas y técnicas de comunicación que revolucionó la manera de aproximarse a la realidad y de explicarla y difundirla. Unos cambios y problemas que, salvando las distancias, no son tan lejanos a los que hoy nos acucian.