SU vida es un ir y venir plagada de exilio. Hace gala de dos supuestas patrias, pero, realmente, en cada una lo hacen sentirse de la otra. Le llamaron Mauro y heredó los apellidos Saravia y Belles. Si tiene que analizar su existencia, cae en la cuenta de que tiene dos dictaduras atroces de telón de fondo: la de Pinochet en el Chile que nació (Viña del Mar, 1982) y la de Franco en la Euskadi que el fotógrafo galardonado documenta en su calendario profesional. Los de Pinochet asesinaron a su tío. A cambio, él se afana en dar una segunda vida a los republicanos que hizo desaparecer Franco.

Por su trabajo, acaba de ganar en Chile, el premio Fotopress de Reportaje Internacional en el 44º salón de fotoperiodismo. “Este certamen es pionero a nivel sudamericano y mundial junto al premio Pulitzer de fotografía creado en 1942. Con el fin, de que la fotografía del continente completa esté representada y no solo la estadounidense”, valora Saravia a DEIA, quien registra y documenta acontecimientos de Derechos Humanos y memoria histórica en Europa, junto a Euskal Prospekzio Taldea y la Sociedad de Ciencias Aranzadi.

La sartén que se trajo Saravia de su viaje a Chile. M. SARAVIA

Las fotografías premiadas se hicieron en Bizkaia. El autor recuerda que había terminado hace unos días la exhumación de los presos enterrados en el cementerio de Orduña en diciembre de 2022. “Una vez, editado, lo envié. Dirimió un jurado latinoamericano, y me notificaron a mitad de año me enteré cerca de la una de la madrugada”. El fotógrafo voló ilusionado a Chile y acabó retornando a Bilbao con el premio y con una sartén de su bisabuela con entrañable historia emocional y memorialista. En el país americano hizo una ronda de visitas a la familia. Fue a casa de su madre. “Le pregunté si tenía cosas de la familia. Me contestó que sí. Me dijo: Mira, tengo la sartén de tu bisabuela, que son unas de las pocas cosas que me quedan de la época de cuando vinieron de Catalunya. Con esta sartén le hacia las tortillas a tu abuelo y a sus hermanos cuando llegaron a Chile, con esta les daba de comer”.

Mauro, con los sentidos bien atentos, no supo qué decir cuando su madre le invitó a traerla a Euskadi. “¡Llévatela! ¡Te la regalo!”, le espetó su generosa madre. “Es muy especial que vuelva a la tierra de donde vino, dijo mi madre. Sentí en ese momento, que era algo muy significativo, como volver del exilio, en representación de todos ellos que nunca pudieron volver. ¡Qué bonito! ¿No crees?”, expresa emocionado.

Los ancestros del fotógrafo son vascos y catalanes. “Hace poco descubrí que la rama de catalana de mi familia tiene también un apellido vasco por ahí: Agaza. Ahora, estoy en ello…”, abrevia quien, como suele ocurrir, ahora mismo pertenece a la diáspora chilena en Euskal Herria, como sus antecesores pertenecieron a la diáspora vasca en Chile. ¿Cómo interpreta Mauro esta impresión? “Sí, pero debo decir, que yo ante todo me siento como un mil razas, soy una persona que se ha hecho y construido a consecuencia de la migración forzosa y no”, apunta. Pero a la vez, “cuando estoy acá, te hacen notar que naciste fuera, al final creo que es la cruz que debemos llevar por siempre. Antes lo veía como una desventaja y hoy no”.

La posibilidad de documentar la historia de emigración de sus mayores sufrió un traspiés con el triste fallecimiento de su padre. Con su pérdida “se fueron muchas cosas, recuerdos, relatos… Pero sé bien, que viajaron en barco, muy duro todo, con hambre, frío y con un destino: Argentina. Por cosas de la vida, terminaron en Chile. Debo decir que, en este aspecto, los relatos de generación en generación hay que comprobarlos y en eso me encuentro. Lo que sé es que sus orígenes provienen de Gipuzkoa”.

Tiempo después, el propio Mauro conocería y sufriría la dictadura de Pinochet. “Sí, y aún vivo sus consecuencias”, corrobora. Su familia se vio en la tesitura de exiliarse a Brasil, Australia o Alemania. “Muchas personas de mi familia fueron detenidas y víctimas de ese episodio nefasto para la historia de Chile. Además, tengo un tío asesinado”. En un informe realizado en democracia y muy conocido en Chile, se reconoció a aquel hombre como víctima. “Lo recuerdo como un episodio triste, y difícil. ¿Cómo no? Si aún tenemos heredada su constitución”.

Por otro lado, sabemos por Saravia cómo se las gastaban Franco y sus leales en la Guerra Civil y la posguerra. Todas y cada una de las exhumaciones que retrata le ponen los pelos como escarpias. “Me impresiona mucho hasta el día de hoy exhumar niñas y niños. No es normal ni habitual, pero es duro, porque, aunque seas profesional, ante todo eres persona y cuando dejas de ver a través de la cámara, es inevitable empatizar mirándolo desde tu perspectiva personal, la cámara es una defensa para mí ante esas situaciones caóticas”. No obstante, se emociona una vez más cuando los desaparecidos son encontrados y dejan de serlo cuando se les identifica y son entregados a sus familiares. “En Orduña mismo, vinieron muchas familias de Extremadura, un señor mayor que había encontrado a su aita, cada vez que se acercaba al ataúd, lo besaba llorando y le decía papá, papá”.

Premio en Chile

Ese trabajo de Orduña fue el que le sirvió para ser premiado en Chile. ¿Qué sintió? “La verdad, muchos sentimientos encontrados. Fue algo muy bonito saberlo y te da orgullo, que te reconozcan tus pares, que son los mas críticos. Tiene un significado especial por mi historia personal y familiar, pero a la vez, es un acontecimiento muy duro para la sociedad y en este caso que mi trabajo sea registrarlo, muchas veces es complicado, ya que son hechos que nunca debieron ocurrir”. Saravia transmite que cuando te nombran en publico y te entregan un galardón de este tipo, es inevitable recordar el camino que le llevó ahí.

La entrega de los premió se llevó a cabo en el salón de un hotel en Santiago de Chile. A continuación, accedieron a la ceremonia de inauguración de la exposición en el centro Cultural Estación Mapocho. Mauro decidió titular el reportaje a la postre ganador como Exhumación de presos franquistas en el cementerio de Orduña con el anhelo de reivindicar lo que allí sucedió y también, “rendir un homenaje a todas esas víctimas y a esos familiares que están buscando y esperando a los suyos”. El trabajo lo presentó en color, algo poco habitual en su obra, porque se dio una situación inusual. “Recuerdo que era invierno y el atardecer llegaba pronto, muchas veces estábamos exhumando en oscuridad, la gente que estaba trabajando comenzó a coger focos y linternas. A pesar de lo trágico del momento, la luz hizo atenuar la dureza del momento y hacer una imagen más conmovedora”, analiza quien en los últimos tiempos ha ganado más premios. “El año pasado, me presenté a tres y los gané. Los más connotados han sido la primera versión de FotoEnkarterri con un proyecto sobre memoria histórica que incluye audiovisuales y fotografías. Estuvo expuesta en verano en Enkarterri y en el metro de Bilbao”.