Sabino Arana, el fundador del nacionalismo vasco, tuvo únicamente (a causa de su muerte, a la edad de 38 años) apenas 10 años para desarrollar su ideología nacionalista (1893-1903). La fecha de 1898 resulta decisiva para distinguir los dos Sabino que se sucedieron: antes, fue el Sabino de la exaltación nacionalista; después, el Sabino del pragmatismo posibilista. 1898 es también clave para la definición de la nación vasca porque después aparecerían otros criterios.
Los factores “objetivos” de la nación
Sabino Arana no cita a ningún autor, pero no se puede negar que los debates, por ejemplo, sobre la raza estaban muy en boga en este final del siglo XIX.
Los teóricos alemanes ven en la nación un ser vivo, un instinto natural, un espíritu popular, un genio nacional que plantean a la nación por encima de los individuos. La nación se manifiesta de una generación a otra por la lengua y las costumbres, los cuentos y cantos populares. El genio propio de Alemania queda, según el filósofo alemán Herder, en la originalidad literaria, cultural y lingüística del pueblo alemán. Otro filósofo alemán, Fichte, quiere demostrar que hay una nación alemana que se manifiesta a través de una comunidad de lengua; se hace hincapié en el derecho histórico, la tradición, la esencia inherente a un pueblo; en una palabra, en una raza. Estos componentes son independientes de la voluntad de sus habitantes.
El nacionalismo de Sabino Arana se refiere, indudablemente, a la teoría germánica: para Sabino, lo que fundamenta una nación es la raza, la lengua y el derecho histórico.
En efecto, Sabino escribe en Bizkaitarra (1895): “Hemos dicho, pues, que los elementos o caracteres fundamentales de la nacionalidad son cinco. Helos aquí: 1°, raza; 2°, lengua; 3°, gobierno y leyes; 4°, carácter y costumbres; 5°, personalidad histórica”.
Como Sabino habla de raza (veremos en qué sentido), evidentemente, los detractores de Sabino Arana no dudan en tratar a Sabino de racista.
Nada más falso
El nacionalismo de Sabino no se deja jamás arrastrar por querellas raciales belicosas y violentas. No dice nunca Sabino que la raza vasca es una raza “superior”; tampoco que debe luchar contra otras supuestamente “inferiores”. Los adversarios de Sabino, al contrario, lo afirman: así, el diario liberal de Madrid El Imparcial del 14 de septiembre de 1898 publica, cuando Sabino fue elegido diputado provincial, hablando de los que piensan como él: “A gentes así, hay que tratarlas como a razas inferiores”.
La verdad es que fueron muchos españoles los racistas. Así, el jefe del gobierno Antonio Cánovas del Castillo da una entrevista a un periodista francés en noviembre de 1896 y le dice: “Los negros en Cuba son libres; pueden contractar compromisos, trabajar o no trabajar… Y creo que la esclavitud era para ellos un bien preferible a la libertad… Todos los que conocen a los negros os dirán que, en Madagascar, en el Congo como en Cuba, son perezosos, salvajes que no quieren hacer nada y que hay que mandarlos con autoridad y firmeza para conseguir algo de ellos”.
Sabino es hispanófobo como muchos de sus contemporáneos o muchos de sus predecesores vascos. El suletino Agosti Chaho habla en 1836 de los castellanos como “cagotes degenerados” y nadie le considera racista. Al contrario, es considerado por casi todo el mundo un progresista con ideas avanzadas, un hombre de izquierda, el “primer vasco en tener funerales civiles”, según la opinión consagrada.
Hablando de otro carácter muy importante de la nación, la lengua, Sabino habla del euskera en un sentido moderno y actual porque en la misma frase habla de la enseñanza del euskera y de la construcción de las ikastolas; en los Congresos Ortográficos de Hendaia (1901), dice en su discurso: “Habilitado así el euzkera para acomodarse a las exigencias de la sociedad actual, y hecho necesario a la vez para la vida moderna, será ya posible escribir textos euzkericos y fundar escuelas para adquirir nuestra lengua cualquier género de conocimientos, y será a un tiempo consecuencia necesaria el publicar los primeros y abrir las segundas”.
Los factores “subjetivos” de la nación
Ante las argumentaciones de los alemanes, el historiador francés Fustel de Coulanges adopta el principio fundamental del derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos. Escribe: “Lo que distingue a las naciones no es ni la raza ni la lengua. Los hombres sienten en su corazón que son un mismo pueblo cuando tienen una comunidad de ideas, de intereses, de afectos, de recuerdos y de esperanzas. Esto es lo que hace la Patria… La Patria es lo que se ama…”.
Pero es el escritor francés Ernest Renan quien va a dar una nueva definición de la nación en su famosa conferencia de la Sorbona en 1882: “Una Nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, a decir verdad, no hacen más que una, constituyen esta alma, este principio espiritual. Una de ellas está en el pasado, otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico pasado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo válida la herencia que se ha recibido indivisa… Una nación supone un pasado. Se resume por lo tanto en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una Nación es un plebiscito de todos los días”.
Todos estos conceptos –el consentimiento, la voluntad, el deseo de continuar juntos...– eran completamente ignorados por el primitivo nacionalismo vasco, tal como se había desarrollado en los periódicos Bizkaitarra y Baserritarra. Pero, a partir de 1898, serán más fácilmente aceptados por los nuevos nacionalistas vascos, en particular por los que, viniendo de la sociedad liberal fuerista Euskalerria, se integraron en el nacionalismo vasco. A partir de 1898, hay una permeabilidad cierta de Sabino Arana ante la opinión de sus compañeros de partido. Sabino Arana se daba perfectamente cuenta de que el abandono o por lo menos la menor insistencia en algunos postulados de su primitiva doctrina, permitían una mayor expansión del nacionalismo.
Gracias al libro Barne-muinetako Sabin Arana Goiri. Gutunak I (1876-1903), de Joseba Agirreazkuenaga, hemos descubierto a un nuevo Sabino, muy enamorado de Nikole (su mujer desde el 2 de febrero de 1900), y que vivía a su lado la mayoría de su tiempo en Sukarrieta.
Para los primeros nacionalistas vascos, el caso catalanista es revelador de este debate entre los factores “objetivos” y los factores “subjetivos” de una nación.
El movimiento catalanista se había constituido en la misma época que el nacionalista vasco. En 1892 se fundó la Unió Catalanista, cuyo secretario fue Enrique Prat de la Riba, uno de los padres del nacionalismo catalán.
Se sabe que, durante toda su vida, mantendrá Sabino Arana (a parte de la notable excepción del Mensaje a los catalanistas) la misma postura frente a este problema: el País Vasco es una nación perfecta y Cataluña no es más que una región española.
Después de su integración en el nacionalismo vasco, los antiguos euskalerriacos entablaron muy buenas relaciones con los catalanistas. En mayo de 1901, los catalanistas consiguieron buenos resultados en las elecciones a Cortes. Los nacionalistas vascos les felicitaron calurosamente en francés por estar prohibido la transmisión de despachos telegráficos en euskera y catalán. Un mes después, los nacionalistas vascos Francisco de Ulacia y Federico de Zabala fueron a Barcelona para aportar un mensaje a los catalanistas que parece ser en gran parte escrito y firmado por Sabino Arana. Este escrito contiene las frases siguientes: “Cataluña tiene derecho a ser libre porque quiere serlo. He aquí el dictamen del criterio bizkaino, del criterio nacionalista… Quieren los catalanes gobernar en su propia casa. No nos importa saber por qué lo quieren y esto nos basta para aprobar su propósito”. Es curioso que Sabino Arana escriba y firma esta carta; no puede ser sino por una presión muy fuerte de los antiguos euskalerriacos. Porque, en este tema, mantendrá toda su vida, la misma postura. Escribirá todavía en La Patria en 1903: “En resumen: España étnica y geográficamente, es un todo, cuyas partes son Cataluña y Castilla…”.
A principios del siglo XX, surge en el seno del nacionalismo, una polémica que ilustra perfectamente los dos párrafos de este artículo. El médico de Mundaka, José de Arriandiaga Joala, discípulo fiel del primer Sabino Arana, abre las hostilidades en La Patria en 1901: “Cataluña no es raza aparte. Cataluña no ofrece unidad étnica. Entre las trece razas que pueblan el Continente europeo no hay raza alguna que lleve el nombre de raza catalana…”. En el mismo número, La Patria toma sus distancias con Joala, escribiendo: “Al patriota no le debe importar una higa el que los catalanes sean de esta o de la otra raza, tengan una u otra lengua, tal o cual historia, derecho definido, carácter y costumbres distintos de los demás. Pueden ser lo que quieran… Y es suficiente.”
Por su parte, su contrincante Francisco de Ulacia no pierde tiempo en corregir las teorías seudocientíficas de Joala. Después de decir que Joala es un “insensato” porque aparenta ignorar “las amistosas relaciones y las inteligencias políticas existentes entre el nacionalismo vasco y el catalán”, escribe en Euskalduna en 1901: “Nada importa que un pueblo carezca de fundamento histórico, de personalidad étnica y de caracteres antropológicos especiales… Le bastaría con que quiera ser libre para tener derecho a serlo”, concepto este último que consta en el mensaje enviando a la Unió y que fue redactado por nuestro amigo el señor Arana Goiri.
Dejamos la última palabra a Sabino Arana que nos da en La Patria (1903) su definición de la palabra “raza”: “Hablamos de raza en el sentido de conjunto de familias que proceden directamente de un mismo origen más o menos remoto. En este sentido concreto, raza es lo mismo que nación, gente o pueblo, designa a una gran familia…”.
El autor: Jean-Claude Larronde
(Baiona, 1946) es abogado emérito del Colegio de Baiona. Es doctor en Derecho por la Universidad de Burdeos, diplomado por el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos y licenciado en Historia por la Universidad de Pau. Desde la época de su tesis doctoral en Derecho defendida en 1972 sobre el nacimiento del nacionalismo vasco en la obra de Sabino Arana Goiri, se interesa profundamente por la historia contemporánea del País Vasco y, más en particular, por la historia del nacionalismo vasco, tanto al norte como al sur del Bidasoa.