El cartel es testigo mudo de las épocas en las que le ha tocado vivir. A través de las paredes de los pueblos y ciudades, los carteles permiten conocer cómo somos y cómo hemos sido a través de unas imágenes que, en ocasiones, se han convertido ya en parte de nuestra memoria colectiva.

Se pueden contar por miles los pósters que cada día encontramos (o que encontrábamos, dada la limitación de espacios permitida ahora por los ayuntamientos) de camino hacia el trabajo, de vuelta a casa, en nuestros entornos de ocio. Es por tanto preciso una primera segmentación para poner un poco de luz a la diversidad temática que el cartel puede mostrar.

Cartel político y social

El cartel ha tenido una especial relevancia a la hora de transmitir ideas. Y aunque sus orígenes son anteriores al siglo XIX, será entonces cuando adquiera notoriedad. Y lo hace gracias a la litografía y a creadores como Jules Chèret, que en 1866 comenzó a producir en París carteles litográficos. Chèret es considerado el padre del cartelismo, autor del primer póster para una obra en la que actuaba Sarah Bernhardt. Fueron precisamente las representaciones de la actriz francesa las que sirvieron de referencia para otro gran creador, Alfons Maria Mucha, y para el despegue definitivo del medio. Obras que buscaban, en sus inicios, llevar al gran público información de acontecimientos culturales o artísticos.

Esta capacidad de llegar de forma relativamente barata a la gente convirtió el cartel en una eficaz arma de propaganda y transmisión ideológica. Estamos a principios del siglo XX, un periodo en el que el cartel se transforma en un medio que sobrepasa las fronteras y que llega a Euskadi como un sistema ágil de información, difusión de ideas o posicionamiento político.

El final de la dictadura fue un momento de efervescencia cultural. Carteles y pegatinas se convirtieron en recursos óptimos para transmitir el sentir general. Los artistas vascos supieron entender la fuerza de tan efímeros portavoces como soporte para socializar sus mensajes. El grupo Gaur, formado por Oteiza, Chillida y Néstor Basterretxea, entre otros, se hizo eco de las demandas sociales de cambio. Quizás quien se acercó con más entusiasmo al mundo del diseño fue Basterretxea. El de Bermeo realizó numerosos carteles a lo largo de su vida, además de logotipos tan emblemáticos como el del Parlamento Vasco o la ‘Q’ de calidad vasca.

Probablemente la cartelería más relevante de los años setenta y ochenta fue la producida desde la izquierda abertzale y el EMK. No quiere decir esto que el resto de las sensibilidades no empleasen el cartel como medio sino que los primeros destacaban por su creatividad y gran capacidad de movilización, y llenaban las calles de la ciudad de papel con sus proclamas o reivindicaciones.

Dicha creatividad se extiende a diferentes ámbitos y propuestas que hoy están plenamente integradas en nuestra cotidianidad como la Korrika o las fiestas populares. En el caso de las fiestas de Bilbao, por ejemplo, gracias a los planteamientos que realizaban nombres como Álvaro Gurrea, Bittor Allende o Josepe Zuazo.

La figura de Juan Carlos Eguillor destaca por la modernidad de su propuesta y artistas como Mari Puri Herrero se acercan al cartelismo. Como anécdota hay que contar que en 1978 la creadora realizó un cartel para despedirse del personaje que había creado, Mari Jaia, al considerar que no tendría mayor trascendencia.

Los grandes movimientos de la época, hoy día muy presentes como el feminismo, el ecologismo o la inclusión, encontraron en el cartel un estupendo modo de dar a conocer sus postulados. Sin embargo, el cartel no solo surge para trasladar las sensibilidades políticas y sociales, sino que nace con una inequívoca vocación comercial.

Cartel comercial

Porque no olvidemos que una de las características del cartel como medio de comunicación es su bajo coste y su capacidad para llegar a un amplio abanico de personas. Eso favoreció que la cartelería se nutriera de toda clase de contenidos. Desde los más artísticos, como hemos visto en los casos de Chèret o Mucha (cabe aquí mencionar al pintor Toulouse-Lautrec, que entendió que el cartel poseía un gran poder de difusión de su arte), a los directamente comerciales. Pensemos en la sencillez de esos carteles que nos animan a comprar, a vender, a acercarnos a los productos de cualquier establecimiento sea grande o pequeño.

En el caso de Bizkaia, el diseño industrial ha prevalecido sobre el gráfico. Las artes gráficas durante décadas se dedicaron a la floreciente industria. Paulatinamente el paradigma ha ido cambiando al igual que el propio panorama. Del mismo modo que la reconversión industrial hizo replantear el modelo económico de nuestro territorio, la aparición de los ordenadores llevó a que el ecosistema de las artes gráficas fuese mutando. El oficio y sus tiempos varían y la selección natural haría que se produjese un fuerte cambio generacional.

A lo largo del tiempo ha destacado la labor de agencias como Paradox –creada por los citados Álvaro Gurrea, Bittor Allende y Josepe Zuazo–. Desde Paradox se ha asentado parte de lo que Allende denominaría “la gran cartelería de Bizkaia”, construyendo desde hace décadas la identidad de grandes referentes como BBK, hoy Kutxabank, poniendo siempre el eje en el cartel.

Pero la presencia de los carteles ha ido perdiendo peso en las paredes y es difícil encontrarlos excepto en los lugares habilitados para ello. El metro de Bilbao y el Teatro Arriaga se convierten en excepciones que disponen de un espacio específico habilitado para el cartelismo. La agencia Aurman Open Agency se ocupa desde hace años de dar continuidad a su mensaje en ambas instituciones.

En Bilbao podemos encontrar nombres clásicos de la comunicación como Trupp o Publipyme junto a apuestas como Glasso Agencia, Crisiscreativa o Mono-Logo, pero el diseño se expande por todos los municipios. Es el caso del trabajo que lleva a cabo Krea desde Erandio, por poner un ejemplo.

Cartel cultural

El ámbito cultural ha ido transformándose a lo largo de las últimas décadas. Los ochenta fueron años especialmente fértiles gracias a la inquietud de sus artistas. Un clan familiar que atraviesa toda la historia del cartel es el de los Ibarrola. Agustín, José y Nahiel Ibarrola se han convertido en referentes con sus aportaciones artísticas. También destaca la figura de Erramun Landa, que supo trasladar en sus carteles de títeres toda su sensibilidad creativa; y Joseba Prieto, que puso imágenes a algunas de las mejores películas del director bilbaíno Pedro Olea.

Los carteles sirven, además, para mostrar la evolución de las grandes citas de la cultura en nuestro entorno más cercano. Citas ineludibles como Durangoko Azoka, Zinebi, BAD, BBK Live o FANT muestran las inquietudes de la sociedad vizcaína y se convierten en lienzos esenciales de expresión creativa.

Quizás sea en el campo musical donde el cartel encuentra sus mayores alianzas, tal vez por la facilidad para ser producido (y reproducido). En este campo destacan nombres propios como Hopper-Ink, Vudumedia, Niko Vázquez, Ángela Alonso, que comparten su pasión junto a nuevos valores como Rodillo o Smoke Signal Studio.

Curiosamente los carteles suelen ser anónimos y es por ello preciso reivindicar el papel de quienes los realizaron ya que, en ocasiones, y por el carácter efímero que antes comentábamos, es precisa su reivindicación para que sean conocidos, catalogados y preservados como parte de nuestro patrimonio.

El paso de lo analógico a lo digital no ha solventado la dificultad de mantener dicho patrimonio dada la rapidez con la que los soportes digitales se convierten en obsoletos. En las últimas décadas hemos visto desfilar disquetes, mini disc, CD o DVD sin que muchos de ellos sean hoy operativos y permitan recuperar los trabajos guardados.

El cambio tecnológico ha afectado también al papel de los carteles. Internet se ha convertido en un escaparate que hace que la impresión (unida a la dificultad de exponer en lugares públicos los carteles físicos) sea muchas veces anecdótica. ¿Son realmente carteles las imágenes que se realizan hoy para redes sociales o animadas para marquesinas o móviles? Existe un debate de si debiéramos considerarlos así, pero está claro que comparten su función de intentar llamar la atención del público de un modo visual entre una jungla de mensajes. Analógicos o digitales, artísticos o comerciales, relevantes o urgentes, lo cierto es que los carteles forman parte de nuestro ADN y nos invitan a seguir contando historias desde los muros (ya sean de ladrillo o desde las pantallas de sus móviles). Y nos permiten entender Bizkaia en los últimos cincuenta años. l

Los Autores

Kike Infame

(Bilbao, 1975). Ilustrador, diseñador y dibujante de cómic. Ha escrito los libros ‘Komikia’ (junto a Mikel Begoña) e ‘Irudigileak’ y ‘Hormetan’ (ambos junto a Álex Oviedo). Como dibujante ha colaborado con editoriales como Astiberri o Dolmen; como diseñador ha trabajado en agencias de publicidad como Zorraquino o Publipyme y es uno de los fundadores de la Asociación Profesional de Ilustradores de Euskadi (Euskal Irudigileak).

Álex Oviedo

(Bilbao, 1968). Ha publicado dos libros de relatos: ‘El sueño de los hipopótamos’ y ‘Memento mori’; y siete novelas: ‘El unicornio azul’, ‘Las hermanas Alba’, ‘La agenda de Héctor’, ‘Cuerpos de mujer bajo la lluvia’, ‘El hacedor de titulares’ (junto a la periodista Elena Sierra) y ‘Ausentes del cielo’. También los ensayos sobre ilustración y cartelería ‘Irudigileak’ y ‘Hormetan’ junto a Kike Infame.