Dice el arquitecto Frank Gehry, artífice del espectacular diseño del Museo Guggenheim Bilbao, que los vascos tenemos claro quiénes somos y lo que queremos, “a diferencia de otras culturas que tratan de impresionar”. Afirmación que encaja bien con Karmele Leizaola. Una mujer que nunca pretendió impresionar a nadie y que sin embargo lo hacía, por ser como era y tener claro de dónde venía y dónde quería estar, al punto de convertirse en una leyenda del diseño gráfico en Venezuela, cuya vida y obra ha alcanzado reciente relieve internacional por la iniciativa de una joven diseñadora, de nombre Faride Mereb, residente en Nueva York, quien gracias a una beca de investigación ha conseguido reunir una inmensa cantidad de material gráfico y biográfico sobre Karmele en tres tomos que ha donado al MOMA, a requerimiento del propio Centro Archivístico y de Documentación del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Así de valioso y universal es el legado de esta mujer, miembro de una destacada familia donostiarra e hija del exilio venezolano de la que, en Euskadi, apenas se ha tenido noticia.

Sobrina del Lehendakari-Zaharra Jesús Mª Leizaola y hermana de quien fuera presidente del Parlamento Vasco Joseba Leizaola, Karmele Leizaola vino al mundo el 11 de mayo de 1929, en el portal nº 1 del Puerto de San Sebastián, donde estaba la casa familiar y en cuyos bajos su aita, Ricardo, tenía un pequeño taller de impresión, ya que desde muy joven mostró inquietudes y habilidades para la edición, heredadas de su propio padre (el aitona de Karmele) quien grababa planchas de litografía en el siglo XIX en Donostia.

Era habitual ver a Gabriel García Márquez acodado en su mesa de dibujo para contarle sus avances en la monumental novela que estaba escribiendo

Ricardo era un visionario, un idealista y un hombre de vanguardia que introdujo la técnica del huecograbado en Euskadi y fundó el semanario Argia y el diario donostiarra El Día, publicado entre 1930 y 1936. Ambos salían de su rotativa, ubicada ya para entonces en la calle Oquendo de San Sebastián donde el padre de Karmele –activo militante del PNV desde sus inicios en la calle Urbieta– era además propietario de la librería San Ignacio, situada en la Avenida de la Libertad, que acabó siendo desvalijada por los nacionales.

Hombre de profundas convicciones cristianas, Ricardo Leizaola contrajo matrimonio con la también guipuzcoana María Azpiazu, con quien tuvo ocho hijos: Iñaki, Xabier, Maite, Karmele, Joseba, Itziar, Ane Miren y Paul.

Estaba muy apegada a su aita Ricardo Leizaola.

Con el estallido de la guerra civil y, tras el bombardeo de Gernika, la familia decide cruzar la muga en el Goizeko Izarra, un barco de vapor que su propietario D. Ramón de la Sota puso a disposición de la Cruz Roja Internacional para evacuar civiles a Francia, y buscó refugio en Ustaritze, localidad de Lapurdi, en los bajos Pirineos.

Karmele tenía entonces siete años y vive en territorio vasco-francés bajo la ocupación nazi hasta 1945 cuando se traslada junto con su madre, hermanas y hermanos a Venezuela. Su aita había huido a América cinco años antes, perseguido por su activismo político, y ya se había instalado en Caracas donde, gracias a su cámara Leika de la que no se separaba, había conseguido trabajo como fotógrafo en el diario La Esfera, siendo despedido al poco tiempo por las insidias del Consulado español que instó a su propietario –un pronazi germanófilo– a echarlo por ser vasco y, por añadidura, un peligroso “rojo” comunista (algo que Leizaola sin duda no era).

Hablaba tres idiomas y dejó sus estudios para trabajar en la Tipografía Vargas, donde su aita la puso a cargo de la diagramación de ‘Elite’

El aita de Karmele conoció entonces a quien fuera su gran benefactor, don Juan de Guruceaga, un importante editor, amigo personal de Rómulo Gallegos (el autor de Doña Bárbara) y dueño de la Tipografía Vargas, donde se hacía la revista Elite, de gran éxito y de tirada nacional, quien lo acogió de inmediato, como hizo con Martin Ugalde, quien llegó a ser su director o con Santiago Aznar, que ejerció como su gerente administrativo y de ventas.

Ricardo se convirtió en el hombre de confianza de don Juan. Mientras, su esposa doña María regentaba el hotelito Bidasoa, situado de Ibarras a Maturín, donde tuvieron su primera residencia cientos de vascos que buscaron refugio en aquel país.

Karmele tenía 16 años y hablaba tres idiomas: euskera, castellano y francés. Aunque sus padres la matricularon en el Colegio San José de Tarbes –de monjas francesas carmelitas– para que terminara el Bachillerato, pronto dejaría sus estudios para entrar a trabajar en la Tipografía Vargas, donde su aita la puso a cargo de la diagramación de la revista Elite.

Una mujer siempre risueña.

La primera mujer que pisó una redacción

Esa fue la primera vez que una mujer entró a trabajar en una redacción en Venezuela. Sin formación técnica en diseño gráfico, Karmele aprendió el oficio de manera autodidacta, tal y como se lo contaba ella misma a Sebastián de la Nuez: “Yo no tuve maestros. Tuve mis ojos. Mi padre, que tenía buen gusto estético, me conseguía revistas de fuera, como Look, Life y París Match, para que me fijara. Miraba y analizaba por qué me gustaba lo que veía”.

Con la dictadura de Pérez Jiménez, la situación económica de Juan de Guruceaga –opositor al dictador– se va deteriorando y Karmele entra a formar parte del equipo editorial de las revistas de la Cadena Capriles Bohemia y Momento, donde tuvo como compañeros de trabajo a los colombianos Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez, de quien cuenta el periodista y editor Sergio Dahbar que era habitual verlo acodado en su mesa de dibujo para contarle sus avances en la monumental novela que estaba escribiendo (Cien años de soledad) o perseguirla por la redacción para decirle que tenía “las piernas más hermosas del periodismo en Venezuela”.

Fue autodidacta: “Mi padre me conseguía revistas de fuera, como ‘Look’, ‘Life’ y ‘París Match’. Miraba y analizaba por qué me gustaba lo que veía”

Ambos la quisieron, como después la querrían Eleazar Díaz Rangel, Ramón J. Velázquez, Simón Alberto Consalvi, el poeta Miguel Otero Silva (fundador y propietario de El Nacional), el escritor Tomás Eloy Martínez o el también poeta Luis Alberto Crespo, primer director de Papel Literario, para quien Karmele era “una mujer culta y una consejera que representaba esa alta condición del diseñador que no solo conoce de su oficio sino también de todo lo que tenga que ver con el periodismo y que sabe lo que hay que resaltar o subrayar”.

La lista de sus jefes, compañeros o discípulos de renombre es interminable. Pero, en aquellos primeros años, Plinio, Gabo y Karmele se hicieron muy amigos. De sus conversaciones con ambos adquirió ese “sentido periodístico”, convencida como estaba de que “la imagen debe estar al servicio del sentido del texto”.

Ese fue el sello personal de su trabajo y lo que definió el diseño de las revistas Elite, en los años 50; de Bohemia, Momento, Imagen y Venezuela Gráfica, en los 60 y 70; y de los suplementos de El Nacional: Cuerpo C, Feriado y Papel Literario o de Domingo Hoy, semanario cultural de Economía Hoy, en los 80.

Algunos de sus trabajos

A esa mirada suya, a esa particular forma de entender la página en blanco como un lienzo que no debe ser abarrotado de texto y de fotos, obedece el que los periódicos y las revistas venezolanas se convirtieran en espacios en los que todo comunica, desde el uso de diversas tipografías armónicas, hasta los fotomontajes o la apertura de amplios espacios inutilizados.

Trabajadora incansable

Pese a las muchas horas que pasaba en la redacción, a Karmele Leizaola le dio tiempo a formar una familia y criar a cuatro hijos: Estibaliz Las Heras, jefa de Arte del diario El Universal, quien ahora vive en Buenos Aires; el periodista Txomin Las Heras residenciado en Bogotá; Eneko Las Heras, dibujante y caricaturista, colaborador de la revista El Jueves y el editor Mikel Las Heras, ambos establecidos hoy en Madrid, quienes la recuerdan como una madre amorosa y siempre ocupada que no dudó en inocularles, desde muy pequeños, su vocación por el periodismo y el diseño gráfico.

Y es que la casa de la familia Las Heras-Leizaola era también su taller de trabajo. Hasta allí llegaban gentes como Iñaki Anasagasti, portando los textos de la emblemática revista Gudari dirigida por Alberto Elosegui –quien firmaba sus artículos y crónicas de la resistencia vasca bajo el pseudónimo de Paul De Garat– y de otras publicaciones del Centro Vasco de Caracas que Karmele también maquetó de forma desinteresada sobre la mesa del comedor.

Con su marido Luis Las Heras y tres de sus hijos en Donostia.

Y ello porque siempre llevó a Euskadi en el corazón, o en una mitad de su corazón, porque la otra pertenecía incondicionalmente a Venezuela. De hecho, se definía como orgullosa “caraqueña”, ganándose el aprecio y el respeto reverencial de sus colegas, quienes la recuerdan como una mujer siempre risueña, dulcemente altiva, tan fina y elegante como una baronesa, excelente conversadora, fumadora empedernida y, sobre todo, como una buena persona, cariñosa y familiar.

“Yo siento que Karmele es venezolana. La siento muy nuestra. Pero lo especial está en la hibridación. En eso que resulta de mezclar esas costumbres, ese acento, esas recetas o memorias que vienen del País Vasco con toda esta Tropicalia y esa celebración caribeña que tenemos en Venezuela que siempre fue un país de inmigrantes”, subraya Faride Mereb.

Cabe destacar que los nietos de Karmele Leizaola son hijos del mestizaje, descendientes de vascos, pero también de venezolanas, argentinos, peruanas e italianos.

¿Quién iba a decirle a la hija de don Ricardo y de doña María que, a la vejez, habría de desandar sus pasos, forzada por el exilio de sus descendientes quienes, al igual que hicieron sus aitas, se han visto obligados a emigrar en busca de seguridad, libertad y prosperidad? Es, como escribía Mikel en un artículo titulado La hora de las despedidas, “el lado inverso de la historia. Hoy nos hemos convertido en un país de emigrantes. En vez de saludar y recibir, nos despedimos. En vez de acoger y brindar solidaridad, buscamos ayuda y auxilio”. Tras una breve estancia en Argentina con su hija Estitxu, Karmele terminó sus días en 2021, a la provecta edad de 92 años, en Madrid. Sus hijos la cuidaron hasta su último aliento y cuenta Mikel que, cuando ya le fallaba la cabeza y no reconocía a nadie, lo veía llegar a visitarla y le preguntaba: “¿Cuándo volvemos a Caracas?”.