Bilbao - La familia Belaustegigoitia y Landaluze de Laudio estuvo compuesta por trece hermanos: Rosario, Federico, Clara, Benigno, Pablo, María Luisa, Ignacio, José María, Ramón, Santiago, María Piedad, Mercedes y Francisco. De aquel frondoso árbol genealógico también formaron parte, como descendientes, dos supervivientes del bombardeo que sufrió Durango el 31 de marzo de 1937 y los días posteriores: Yone y Maitena Belaustegigoitia Ortueta, ambas fallecidas a día de hoy.

Ellas, hijas de quien catalogan como precursor del euskera batua, Federico Belaustegigoitia, siempre custodiaron el que los investigadores consideran único documento público que durante el franquismo “acreditó” la masacre ejecutada por las tres fuerzas internacionales: el fascismo de Italia, el nazismo de Alemania y el a la postre franquismo de España. De este modo, conservaban una esquela que certificó de forma pública en aquellos años la muerte de numerosas personas en la iglesia de San José Jesuitak.

Una de sus hermanas, Iciar, perdió la vida en aquel templo católico. Junto al nombre de aquella joven de tan solo 17 primaveras se imprimieron el resto de personas fallecidas. Lo más curioso de todo es que nadie se explica aún cómo esa esquela de Solemnes Funerales, publicada el 31 de marzo de 1943, seis años después de la catástrofe, pasó la censura de la época, en los años más duros de la dictadura.

Los propios jesuitas pagaron la inserción en un periódico que las propietarias del recorte no acertaban a recordar. “Tiene mucho mérito que lograran insertarla en el periódico”, valoraba Maitena a DEIA en 2007. “Esto no hay que callarlo, hay que contarlo, y que los jóvenes no lo olviden”, añadió.

Las dos hermanas se libraron del bombardeo por una casualidad. A Yone -“mi nombre lo escribo con Y, como me lo inscribió mi padre”, avisaba- se le había roto un botón del vestido y se demoró en coserlo, por lo que Iciar no quiso esperar para llegar puntual. Maitena, por su parte, sí aguardó a Yone y aunque siempre iban a la iglesia de San José, por cercanía, ese día decidieron entrar a la eucaristía de Santa Ana, único templo no bombardeado en aquel Miércoles de Pascua.

Tras menos de “medio minuto”, apuntan, de trágico bombardeo matutino -por la tarde hubo otro-, conocieron la noticia: el fallecimiento de Iciar. Las tres hermanas de la calle Bruno Mauricio Zabala eran hijas de Federico Belaustegigoitia, uno de los impulsores de Euskaltzaindia y concejal por el PNV en Durango.

Este pedagogo fue pionero en abogar por la necesidad de un euskara unificado, el batua. En tiempos de la República ya tradujo varios juegos didácticos al euskara y creó material didáctico para las ikastolas. Federico perdió a su hija Iciar el mismo año en el que, de forma paradójica, se prohibió el euskara con el denominado de forma sarcástica Decreto de los dialectos locales. Por si fuera poco, los franquistas acabaron quemando la rica biblioteca de Federico. - I. Gorriti