Salvaje, bello, cruel, brutal, despiadado. El Monte Zoncolan talla las paredes que erigen un monumento al ciclismo de ultratumba. Un panteón de gloria y dama. Aunque aún joven, sin la memoria de los grandes mitos, la montaña representa todo eso. El lenguaje de la épica. En el Zoncolan se dibuja la lucha del hombre contra la naturaleza. Ante un coloso semejante, los ciclistas son seres insignificantes, amasijos de piel y hueso. Espectros que tratan de mantener el alma con vida en medio de la niebla que les grapa la humedad, que les nubla la vista. El Zoncolan duele hasta los adentros. Es una montaña inmisericorde. Un suplicio infinito. El Zoncolan no se sube. Se gatea. Se repta entre paredes que hacen balbucear. En ese hábitat hostil se enfatizó, Egan Bernal, un líder colosal. El colombiano creció en las fauces de un gigante que no hace prisioneros. El Zoncolan es un asesino de sangre fría y el colombiano, el sicario del Giro.

El Zoncolan es una soga que cierra los pulmones, una montaña que muerde las piernas y escupe ácido láctico. El paladar de la fatiga extrema. El Zoncolan fortaleció al líder, otra vez poderoso y firme. Bernal anestesió al resto de favoritos. Vlasov se licuó. A Evenepoel la montaña le cayó encima. Simon Yates, camuflado en la vulgaridad hasta ahora, brotó en la montaña. Derribó el muro de tonos grises. El británico es segundo en la general, a 1:33 de Bernal. Yates rescató su pizpireto caminar. Desconchó al resto hasta que Bernal decidió arrancarle la euforia. El Zoncolan se plegó en la vertical de un muro sordo, pétreo y duro. Bernal, que subió en silencio, gritó su autoridad. Allí se estrelló el aliento de Ciccone, Carthy y Caruso, tercero del Giro, a 1:51 del colombiano. Vlasov se quedó mudo. Desamparado en la montaña. Sin nada que decir. Perdió más de un minuto. El ruso es cuarto a 1:57 de Bernal.

Las rampas del coloso hacen envejecer. Túnel del tiempo. En cada pedalada caen los días. A Evenepoel, que es insultantemente joven, le zarandeó la artrosis. El Zoncolan tiene el aspecto de última frontera. Sepultó a Evenepoel. Del túnel se sale ciego a un anfiteatro que observa las miserias del ser humano. El Zoncolan era un réquiem. Un camposanto de tierra congelada colgado del cielo. Ganar cada palmo del Zoncolan era una penitencia. Un tratado de la ceguera. Deshabitados los cuerpos, herrumbrosos, la mente confundida en la nebulosa, se impuso Lorenzo Fortunato en el mejor de sus días. Su triunfo surgió de la fuga y de los estertores. El italiano se graduó con honores en el Giro. El Zoncolan le impuso la medalla al valor. A Bernal le otorgó las llaves de la carrera.

Antes de que se abriera la puerta al infierno, en el ascenso a Forcella Monte Rest, el Astana se puso las pinturas de guerra. No sabe correr de otra manera el equipo kazajo. En el descenso se lanzó Gorka Izagirre, magnífico el de Ormaiztegi. Kamikaze, tiró de Vlasov, su líder. Los pirómanos del Astana situaron a cuatro de sus antorchas al comando. El fogonazo de Izagirre lo rastreó el líder, Bernal, siempre presente, y su fiel Castroviejo. Pello Bilbao, que no pierde detalle, también se unió al selecto grupo. El cuchillo kazajo troceó el pelotón. Salvo Bernal y Vlasov, el resto de favoritos perdieron cobertura entre el zigzag que deletreó Izagirre de carrerilla.

Otros, se encasquillaron. Nadie tanto como Evenepoel, miedoso, desconfiado en los descensos, con los malos recuerdos impregnando su piel desde que se estrellara en el Lombardia. El belga tiene pánico a las bajadas. Tiembla. Ese temor le condena. Descendió cuadrado, sentado en el diván. La revuelta no tomó demasiado vuelo. Los rezagados restañaron la herida. Pero quedó la sensación de que Evenepoel tiene un punto débil muy marcado. Descender es su talón de Aquiles y todos lo saben. No se puede enmascarar.

Las máscaras tampoco sirven de nada en el Zoncolan, un mesa de autopsias, un espejo de gran aumento. En la fuga resoplaban Ponomar, Tratnik, Rochas, Fortunato, Bennett, Affini, Oliveira, Mollema, Mosca y Covi. Albanese, Mosca y Affini se desprendieron antes de observar al gigante, un reto magnífico. Territorio para locos maravillosos. 14 kilómetros paralizantes. Los tres últimos, infernales. Una puerta al averno. Tratnik fue el primero en dar la cara desde la vertiente de Sutrio. El Astana continuaba firme en su misión, buscar la gloria a través de Vlasov. Izagirre guiaba la ascensión. Bernal mandó a sus gregarios a poner la marcha cuartelera. El empujón del Ineos comenzó a desfigurar los rostros. Por delante, Fortunato se encaramó al esfuerzo de Tratnik. Oliveira, Mollema, Covi y Bennett les observaban a distancia.

Pura supervivencia

A Nibali se lo tragó la montaña cuando el grupo de favoritos aún disponía de numerosos secundarios. Attila Valter también se despidió. Castroviejo recogió el testigo de Narváez. El Ineos no tiene problemas de sucesión. La niebla sacó su abrigo largo y húmedo, su aspecto blanquecino. Giró el Zoncolan hacía la penitencia. Ciclistas arrodillados por la montaña que todavía rememora el invierno con la fría nieve. Supervivencia. El Zoncolan tachonó a cada corredor con su diálogo interior. La introspección del tormento. Lorenzo se despegó de Tratnik. Felipe Martínez, el último relevista de Bernal, estrujó a Evenepoel. El líder pasó revista. El belga se rompió por dentro.

Donde las curvas son desplomes y coquetean por encima del 20% de desnivel, Simon Yates se encorajinó. Sacó la cresta el británico. El líder se agarró a su baile de hombros. Vlasov, Carthy y Caruso se resquebrajaron. Agrietados. Bernal se agazapó. Depredador. Esperó a que el puerto retorciera aún más los cuerpos, para entonces manojos de escombros, y desencajó a Yates con un cambio de ritmo de campeón. Ambicioso, el colombiano que ha regresado del dolor, supo que era el momento para lanzar otro puñetazo. Golpe de autoridad. Afilado, ligero en una subida de plomo, metió más piedras en la mochila de sus adversarios. Castigó con 11 segundos a Yates, con 40 a Caruso y casi un minuto a Carthy. A Vlasov le colocó más de un minuto. En la cima del Zoncolan, donde Fortunato abrió las puertas del cielo, Bernal cogió las llaves del Giro.