Entre la crudeza gris de una Villa que resurgía tras la riada y la esfervescencia punky de sus calles, crecía en Bilbao durante la primera mitad de los años 80 el impulso creativo de un joven que se acabaría convirtiendo dentro de unos años en un actor referente.

Asier Etxeandia nunca se sintió del todo entendido y, precisamente por eso, utilizó al arte para poder expresarse. Con una vocación férrea que le acompañó desde niño, nominaciones a los Goya y varios sueños cumplidos, continúa defendiendo la profesión que le salva la vida mientras su última película, Frontera, se estrena en cines este 12 de diciembre.

'Frontera', donde sale Asier Etxeandia, se estrena en cines este 12 de diciembre. Cedida

Nació en el 75 en Bilbao, ¿cree que su infancia en Euskadi le sirvió como combustible creativo para convertirse en actor?

-Absolutamente. Recuerdo Bilbao en esa época, el color que tenía... Muy gris, un Bilbao muy sucio, porque acababa de ocurrir la riada. Lo recuerdo volviéndose a acicalar, pero marrón y gris. También recuerdo un Bilbao con una energía muy punky, transgresora, de calle, de bares, de cuadrilla..., muy de juntarse con mucho tipo de gente. Un Bilbao sin prejuicios -fiestero- entregado al placer, que vivía un momento político y social muy fuerte. Mi infancia no la recuerdo, excepto por mi familia, a la que amo y que siempre me ha cuidado, me entendieran o no... Porque es algo que me ha pasado siempre: nunca me he sentido muy entendido. Pero creo que eso ha sido un gran motor para mi trabajo: intentar que me entendieran, explicarme... La única manera de explicarse es mediante el arte, porque va directo al corazón. Si yo no hubiese sentido eso, seguramente no hubiese querido dedicarme a esto con tanta pasión. Pero recuerdo un Bilbao muy poético, siempre ha sido una ciudad que se junta y se une para luchar por la justicia. Eso me ha emocionado siempre, está en mi carácter también.

Sufrió bullying cuando era pequeño. ¿Qué tiene que mejorar para que a día de hoy dejen de existir estos casos?

-Todo está en la educación y en lo que los niños escuchan en casa. Tiene que ver con cómo educamos a nuestros hijos. No hay que permitir pasar una, ni una solamente. Y eso está en la educación, profesores, el tipo de ambiente que genera el colegio y el tipo de educación... Yo estudié en los Jesuitas, donde promovían la competitividad absoluta -no sana- con unos valores en los que educaban a los niños para que fuesen todos de una misma manera. Y estaba esa cosa que existía antes -que es terrible-: separar niños y niñas. Creo que es la base del machismo y de los conflictos que luego ocurren. Yo pertenezco a otra época, pero sigue ocurriendo. No solo está en la educación de las materias, sino en la de la inteligencia emocional y del respeto al humanismo, en la de los valores..., en la educación desde su lugar, ¿no?

Se mudó a Madrid con veinte años, imagino que se lleva de su tierra a sus amigos y familia... 

-Yo no me he ido nunca de Bilbao, ¿eh? Yo me fui con 27 años a trabajar a Madrid y puse mi residencia aquí, porque me empezó a salir muchísimo trabajo. Siempre vuelvo, estoy yendo y viniendo, me quedo en casa de colegas... Mi familia está allí, no he sentido nunca que he abandonado Bilbao. Es más, yo me traigo a Bilbao aquí conmigo. Soy el más vasco de Madrid (risas).

Vivió momentos muy complicados para pagarse la escuela de interpretación, desde trabajar en un sex-shop hasta convivir como okupa. 

-Bueno, eso no es complicado...

Los jóvenes ahora siguen sufriendo mucha precariedad...

-No tengo las soluciones de cómo funcionan los demás. Sé que a mí no me importó pasar por la precariedad, porque tenía un motor muy grande. A mí, lo que mas me preocupa cuando veo a la gente joven es la falta de motivación, un sueño, un objetivo... Que luego puede cambiar, pero creo que para vivir y para poder soportar cualquier situación económica, emocional, amorosa..., hay que tener algo que te mueva, una ilusión. Y yo tenía una vocación. La verdad es que siempre la tuve, desde pequeño. No me importaba dormir en la calle si tenía que hacerlo, porque sabía con absoluta seguridad y firmeza que iba a conseguir trabajar en eso. Tenía un amor tan grande y me hacía tantísima ilusión hacer cualquier cosa de teatro, danza, música, arte..., que me parecía que era parte de la bohemia que tenía que vivir en ese momento. Si tienes un objetivo muy claro, puedes pasar por muchos lugares... Si no tienes apoyo, es terrible. En Bilbao tenemos un sistema social de ayudas, que es maravilloso. Gracias a eso, al teatro de calle y a trabajar en lo que podía, yo pude pagarme la escuela de teatro y pude vivir. Y eso es algo de puta madre que ocurre solamente en Euskadi.

'La cena' es una de las últimas producciones en las que participó Asier Etxeandia. Picasa / Danimantis Fotografía

¿Hubo alguna experiencia a lo largo de su trayectoria que le pareció clave para descubrir lo que no quería ser como actor?

-A ver, yo nunca voy a hacer algo que me duela o en lo que no creo. Me da igual si no tengo un duro. Creo que no estoy en posición de decir que no a trabajos, porque creo que hay que trabajar; pero sí estoy en posición de transformarlos y de elevarlos, y de hacer que por lo menos mi trabajo sea digno. Pero no voy a ser nunca peón del veneno. Nunca.

Ha sido nominado a los Goya por su participación en La Novia y en Dolor y gloria. ¿Qué significado tuvo este reconocimiento?

-Hombre, para mí es maravilloso. La sensación de que te nominen, que tus compañeros o la profesión te valore, te da mucho punch para seguir adelante. No te da seguridad económica ni te asegura nada. Está la maldición de que te dan un premio y luego no tienes un puto duro... Pero si te hace creer en ti y sirve para que puedan suceder más cosas, está bien.

Fue en la segunda donde trabajó con Almodóvar. ¿Cómo fue?

-Un sueño cumplido. Admiraba a Pedro desde pequeño, me fascinaba su cine y me quedaba embobado viendo todo lo que hacía a principios de los 80. Después, llevé al cine a todos los que me pegaban en el colegio, no sé cómo conseguí hacer eso... Les llevé a ver Mujeres al borde de un ataque de nervios con sus padres. Creo que se arrepentían de que yo estuviera en ese grupo. Siempre he sido muy persuasivo. Se volvieron completamente locos. Para mí, el cine de Pedro ha sido como un arma, algo que me hacía feliz. Hacer un personaje de una historia suya ha sido un sueño cumplido.

Las plataformas han evolucionado estos últimos 15 años. Se cancelan programas nuevos todos los días, pero mi padre sigue viendo El Comisario...

-Ya, es un misterio... Menos mal que existen las plataformas. De todas formas, yo soy un poco vintage en todo. Amo el cine, quiero ir a las salas de cine. Me siento afortunado de que existan las plataformas, porque me dan trabajo y puedo ver películas maravillosas desde mi casa, pero animo a la gente a vivir la experiencia. Ya no solamente para que funcione el cine, sino para que funcione el alma del que lo ve. 

Dicen que en el panorama estatal actual solo hay actores jóvenes. Sin embargo, viene de hacer La cena y ahora se mete en Frontera...

-Soy un afortunado. No he dejado de trabajar nunca, siempre he sido muy hormiguita. Nunca he pegado un petardazo y me alegro. Me he ido siempre de los sitios sin problema, no he tenido miedo a eso, me gusta mucho trabajar y he hecho muchas cosas a la vez. Si algún día no lo tengo, me voy a angustiar y me voy a la mierda, porque esta profesión a mí me salva la vida. Me meto en bosques emocionales, la vida rima conmigo. Me da lo que le doy.

En el programa de Henar Álvarez dijo que siempre le dan el papel de malo. ¿Cuál le queda por hacer que le aterre o le fascine?

-Hay muchas cosas. Me encantaría interpretar a Lord Byron, pero me he quedado mayor ya (risas). Me encantan los grandes románticos, el cine de época y los personajes con muchas aristas que conmocionan y emocionan. Piensas algo de ellos y luego resulta que es todo lo contrario cuando terminas de ver la película. Eso es lo que más me fascina: romper los esquemas con los personajes.