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River toca el cielo

Los ‘millonarios’ remontan el gol de Boca con dos tantos en la prórroga para proclamarse campeones de la copa libertadores en el santiago bernabéu

River toca el cieloAfp

River Plate3

Boca Juniors1

RIVER PLATE: Armani; Montiel (Min. 74, Mayada), Maidana, Pinola, Casco; Palacios (Min. 98, Julián Álvarez), Ponzio (Min. 58, Quintero), Nacho Fernández (Min. 111, Zuculini), Enzo Pérez, Gonzalo Martínez; Pratto.

BOCA JUNIORS: Andrada; Buffarini (Min. 111, Tévez), Izquierdoz, Magallán, Lucas Olaza; Nández, Barrios, Pablo Pérez (Min. 90, Gago); Cristian Pavón, Benedetto (Min. 61, Wanchope Ábila), Villa (Min. 96, Jara).

Goles: 0-1: Min. 44; Benedetto. 1-1: Min. 68; Pratto. 2-1: Min. 110; Quintero. 3-1: Min. 122: Pity.

Árbitro: Nestor Cunha (URU). Expulsó al xeneize Barrios por doble amarilla (m.86 y 92). Amonestó a Ponzio, Nacho Fernández, Maidana por River y a Pablo Pérez, de Boca.

Incidencias: Unos 62.000 espectadores en el Santiago Bernabéu.

bilbao - River Plate-Boca Juniors, vuelta de la final de la Copa Libertadores. 2-2 en la ida. El Bernabéu resuelve al campeón en un partido en el que no pesa el primer resultado. En liza, el encuentro que etiquetará a los jugadores para el resto de sus vidas. Un futuro que hablará eternamente de ganadores o perdedores. Cuando uno vea crecer a sus hijos, cuando uno baje a comprar el pan o cuando hablen los libros sobre la historia, estará presente el exitoso o pesadumbroso recuerdo. La responsabilidad que otorga la consciencia del momento es estímulo u opresión. Son alas o las tenazas para el espíritu del futbolista. Días que forjan héroes y villanos, compromisos que vuelven ágiles o plomizas las piernas; que iluminan o nublan la mente. Después de este día, no hay punto de retorno. El destino perdurará marcado.

El espectador sin bandera, que no es más que “un mendigo del buen fútbol”, podía pensar, como dijo Eduardo Galeano, “voy por el mundo y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”. No hubo muchos “milagros” en el River-Boca. Un par de ellos. Partido de taco largo y barro. De pulmón y corazón. De recados en las disputas. De cardenales y rodillas cicatrizadas. Sufrieron hasta los carnés de identidad.

La tensión y el miedo maniataron el duelo, una cosecha de imprecisiones y balones divididos. El esférico era objeto volador más que terrestre. El riesgo estaba en el exilio. Si bien, River pretendía elaborar, mandar con la pelota, y Boca se agazapaba en su campo para armarse encarrilando la verticalidad. El área de los xeneizes era un trampolín hacia el ataque. Los espacios para las ventajas en los pases brillaban por su ausencia. Los jugadores eran presos de sus marcajes y los nervios. A falta de lucidez, millonarios y xeneizes estaban donde querían, donde dictaban sus planteamientos.

El peligro llegó ajeno a la elaboración, desde acciones a balón parado. Así, Pablo Pérez firmó las dos mejores ocasiones, ambas de Boca, en la primera media hora. Nacho Fernández, a los 20 minutos, dio a River su primera amenaza. Había cuentagotas.

Los centrocampistas eran desertores, víctimas de sus marcas, y los delanteros, Benedetto y Pratto, maniquíes que completaban los onces. Si bien Benedetto transmitía aislamiento, su movilidad proyectaba sensaciones positivas. Tenía el lazo largo echado por la zaga de River. Gozaba de cierta libertad. Se movía hostil.

En los últimos cinco minutos del primer acto se desabrocharon todos. La transición se volvió ágil, rápida, descosida de complejos y hubo un intercambio de vaivenes. Una agitación no vista. De esa exaltación sacó ventaja Boca. El esférico llegó a un Nández con la bombilla encendida. Alzó la barbilla y dibujó el pase más brillante de la final. Vertical, por supuesto. Recogió Benedetto, que recortó, ensució el trasero del último defensor al mandarle sentar, y definió con solvencia, con categoría. Minuto 44. Cuando duele. No reprimió la burla al rival, superado por la libertad de sus emociones.

la necesidad de river La necesidad de River en la segunda mitad y el temor de Boca instaló la pelota en territorio xeneize. Los millonarios monopolizaron la posesión. A través de ella dominaron con rotundidad. Conduciendo hasta que asomaba el desfiladero de la línea de los tres cuartos, donde los balones morían suicidados en el precipicio. Ciegos de clarividencia.

La entrada al campo del farero Quintero en el 58 arrojó luz a la oscuridad de los últimos metros. River comenzó a flagelar con saña y profundidad. Y repetitivos, rompieron el cántaro. Para descerrajar el muro de Boca, los millonarios trenzaron un jugada de quilates. Secuencia de pases que fue el mayor homenaje que la Superfinal brindó al fútbol. Una salida de balón tan aseada como brillante que acabó en las botas de Nacho Fernández, quien asistió a Pratto, y el ariete equilibró la contienda en el 68. Segundo “milagro”.

River atesoraba el juego y acababa de calzarse las emociones. La moral desbordaba; Boca temblaba. Pero los riverplatenses se abrazaron al alivio del empate. Se aparcaron en la tranquilidad, en la evasión del riesgo. Pudo interpretarse como falta de ambición con la inercia de barlovento. Así corrieron los minutos hasta agotarse el tiempo reglamentario. Sin sobresaltos. A cobijo de la excusa del marcador.

En el primer minuto de la prórroga, Barrios arrojó por la borda la esperanza de Boca. Vio la segunda amarilla por insensato. Saludó con los tacos. Si River tenía conquistado el poder del balón, con la superioridad numérica fue abusón. Boca entraba en un túnel. Se desfallecía para que corriera el crono, para ver la luz de la tanda de los penaltis.

Quintero y Pity, con dos disparos desatinados por barba, sentaron augurios. El singular Quintero, decisivo, encontró la vencida. Al tercer chut, tras un movimiento de esférico de River modelo balonmano, abriendo brechas con la horizontalidad que culmina un tango, castigó el cuero con potencia en el 110. Un obús que hizo estallar el 2-1.

Boca, en los estertores, con Gago recién estrenado y retirado por lesión -o sea, con dos menos en el campo-, se lanzó a la desesperada. Y todo pudo cambiar con Jara, que mandó el balón al poste en el 120. Estuvo a un palmo de poder cambiar la historia.

Seguido, con el guardameta Andrada haciendo de Higuita, Pity, en la última acción del Superclásico, mató a la contra huérfano de guardián como estaba el arco. Firmó el 3-1 de una victoria que da gloria eterna a River, que ya es una plantilla de inmortales.