BRUNO Fernandes salió de prisión el pasado 24 de febrero beneficiado por un recurso judicial y una semana después fichó por el Boa Sporte, un equipo de segunda división de la ciudad de Varginha (Minas Gerais), desenterrando así un macabro episodio que conmocionó profundamente a la sociedad brasileña siete años atrás. Porque Bruno era el portero del Flamengo, el club con más seguidores en un país donde el fútbol es religión, y estaba llamado a disputar con la Canarinha el Mundial de Sudáfrica’2010. Y porque no es lo mismo que el crimen que se le atribuye, y por el cual fue condenado en 2103 a 23 años y tres meses de prisión, lo cometa un paria social que un ídolo futbolístico. Y eso era Bruno, un paria social redimido por el balón, un instrumento que le sacó de la miseria y le ofreció la gloria. Y también le convirtió en un rufián, condición que cuestiona su valedor, Rone Moares da Costa, presidente del Boa Sporte, que el pasado lunes salió en defensa del cancerbero ante la avalancha de críticas y la desafección de cinco patrocinadores del club, que han optado por romper el contrato a causa del rechazo social que ha desencadenado el fichaje.
“Lo que intentamos es ayudar a un ser humano a reintegrarse a la sociedad”, dijo Moraes a modo de justificación, añadiendo que el club “no fue responsable por la liberación de Bruno, pero el club y su equipo, como empresa y representado por seres humanos, dotado de justicia y legalidad, pueden decir que intentan hacer justicia ayudando a un ser humano, y cumpliendo la legalidad dando trabajo a quien pretende recuperarse”.
De la miseria al exceso Bruno nació y se crió en una favela de Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, y eso deja una lacerante huella que no pudo borrar cuando fue subiendo rápidamente los peldaños hacia al éxito. Debutó con el Atlético Mineiro en 2004, luego dio el salto al Corinthians y enseguida se consagró en el Flamengo, con la capitanía a los 25 años. Por añadidura vinieron el dinero, la fama y las fiestas donde alcohol, drogas y mujeres fáciles abundaban, un cóctel ideal para contrarrestar esos tiempos de penuria que ensombrecieron su niñez. En esa penumbra conoció a Eliza Samudio, modelo y actriz porno que frecuentaba ese tipo de ambientes con el objetivo, dijeron, de ‘pescar’ a un futbolista con dinero, pocos escrúpulos y menos cerebro.
En uno de los encuentros sexuales el preservativo se rompió y Bruno entró en pánico ante el temor de contraer el sida. Los análisis descartaron cualquier contagio en el jugador, pero Eliza quedó embarazada. Bruno le exige que aborte, ella se niega, nace el crío, la madre pide la correspondiente manutención y entonces se desencadena la tragedia.
El portero del Flamengo ideó un plan para deshacerse del “problema”, en los que implicó a un sobrino, un amigo de los tiempos duros en la favela y un matarife y expolicía, que llevaron a cabo el secuestro, ejecución y presunta ocultación del cadáver de Eliza. En la trama también estuvieron involucradas Dayanne Souza, la exesposa del guardameta, y otra amante, que se quedó un tiempo con el bebé y también fue condenada por encubridora.
carne para los perros “El acusado actuó como una persona violenta, fría y disimulada para articular la trama diabólica”, afirmó la jueza en sus conclusiones.
Durante el juicio, Bruno admitió que la mujer fue secuestrada, asesinada, descuartizada y que parte de sus restos sirvieron para alimentar a unos perros rottweilers. Reconoció además que, aunque no dio la orden, tampoco hizo nada por evitar la truculencia del crimen, pues Eliza fue también brutalmente golpeada ante sus ojos. “No lo sabía, no lo ordené, pero lo acepté”, afirmó ante el tribunal. Se limitó a decir a sus secuaces: “Ustedes deben resolver este problema. Yo no no quiero tener problemas y no quiero saber nada del asunto”.
El futbolista fue condenado bajo cargos de homicidio calificado, secuestro y ocultación de cadáver.
Sin embargo, Bruno Fernándes apeló la sentencia y solicitó la anulación de la misma por fallas en el proceso procesal y porque el cuerpo de la joven no había sido hallado.
El magistrado de la corte suprema de Brasil, Marco Aurelio Mello, ordenó la libertad condicional del portero alegando que este llevaba en prisión seis años y siete meses sin que la sentencia fuera firme y podía esperar la resolución definitiva fuera de la cárcel.
El pasado martes, el portero, que ahora tiene 32 años, ofreció una rueda de prensa donde no se permitieron preguntas relacionadas con su pasado miserable. En la misma dijo que sueña con triunfar en su nuevo equipo e incluso vestir la camiseta de la Canarinha. Miles de seguidores del Boa Esporte dejaron ver su descontento por el fichaje. Se han sucedido las protestas de numerosos grupos que combaten el feminicidio y Sonia de Fátima Moura, la madre de Eliza Samudio, que está al cargo del hijo de esta, ha puesto el grito en el cielo temiendo por la vida de su nieto. “Él dejó las cárcel riéndose de la sociedad y de la justicia”.
Pero Rone Moraes sigue en sus trece e insiste: “Hay que ayudar a un ser humano”.