EL fútbol es generoso; ofrece diferentes caminos para alcanzar la fama. Solo que a veces uno no elige cuál tomar. Fue el caso de este extravagante delantero, reputado en toda la corteza terrestre por el fallo más mítico de la historia de este deporte. Los ha habido varios, más flagrantes, más absurdos, pero su error a portería vacía, tan histriónicamente narrado por el incrédulo locutor argentino, catapultó la imagen a todos los televisores. Era un River Plate-San Lorenzo, la grada en ebullición, quiebro al arquero, portería vacía... “¡El gol de Abreu, el gol de Abreu, el gol de Abreu, Abreeuu, Abreeeuuu...!”. Y Abreu, lleno de balón, en boca de gol, se tropezó, le venció la ocasión. Quedó tendido, con las manos en la cabeza, flagelándose. Pero la fama le estaría aguardando fuera del césped.

Le decían El Negro porque es descendiente de africanos. Fue en San Lorenzo donde se ganó el apodo por el que es conocido mundialmente. Dicen que siempre llevaba su música elevada de decibelios, que es bromista, alegre..., por ello fue apodado El Loco, aunque el mote, como dice, ha traído connotaciones propias de tal adjetivo. No obstante, con el peso de las sugerencias a las que invita ese alias, con la inestimable carga de ese mítico no gol -incluso llegó a repetir un fallo garrafal más adelante, con la elástica de Botafogo; “volvió a hacerlo”, radiaban entonces-, Washington Sebastián Abreu, El Loco Abreu, cuenta 21 años de carrera profesional, y 21 equipos en su excelsa hoja curricular.

El uruguayo de 39 años -lejos queda su primer tatuaje, el rostro de Bob Marley, de la veintena que tintan su cuerpo-, acaba de firmar por el Sol de América paraguayo, su club número 21. El ariete peregrino es el tercer futbolista de la historia que en más entidades ha jugado, solo detrás del venezolano Ricardo David Páez (22) y el recordman alemán Lutz Pfannestiel, guardameta que militó en 26 equipos repartidos por los cinco continentes y de la seis confederaciones FIFA, todo un propósito.

Abreu ha vestido la camiseta de los uruguayos Defensor Sporting y Nacional; de los españoles Deportivo y Real Sociedad; de los argentinos San Lorenzo, River y Rosario Central; de los brasileños Gremio, Botafogo y Figueirense; de los mexicanos Tecos, Cruz Azul, América, Monterrey, San Luis y Tigres; del Beitar israelí; del ecuatoriano Aucas; de los griegos Asteras Tripolis y Aris Salónica, y ahora del paraguayo Sol de América. Manta y carretera. Sin embargo, Abreu iba para jugador de baloncesto. De hecho, jugaba para su selección. Pero estando concentrado, con 16 años, se escapó una noche atendiendo la llamada de la juerga -“fuimos a dormir y oímos música de fiesta, salimos por la ventana, bailamos y volvimos a las cuatro de la mañana”- y fue expulsado. El fútbol se sirvió de los desechos y le reclutó. Saltó a la selección sub’17 de Uruguay, donde llegaría hasta la absoluta.

Más tarde alcanzaría el profesionalismo en el Defensor Sporting, después recalaría en San Lorenzo, donde El gol de Abreu llegó casi a la estratosfera, y seguido fue vendido al Deportivo, entonces Súper Dépor. Costó cinco millones de euros y firmó por seis temporadas. Si bien, fue cedido hasta en ocho ocasiones, un ciclo que comenzó por no triunfar en el campo (4 goles en 18 partidos) y con la llegada de Jabo Irureta. Allí se compró un BMW M3 amarillo. Extravagante, se reía de su propia sombra, “con dos cojones”, recuerda Paco Jémez para la Voz de Galicia. “Cuando todo el mundo estaba serio, él se estaba descojonando; me lo pasé bien, estaba muy loco”, dice el ahora técnico del Rayo Vallecano.

En 2004 cerró la etapa gallega y se hizo trotamundos en México, Brasil Argentina, Grecia e Israel antes de retornar a España, a la Real Sociedad, donde, aunque en Segunda División, firmó 11 goles en 18 partidos. Inquieto, siguió viajando, ceñido a su número predilecto, para la mayoría el de la mala suerte, el 13, su dorsal. Siguió llevando su grito de guerra por el planeta. “Llegó el tsunami del área”, decía cuando subía para buscar un remate. “Y se cagan de risa hasta los rivales”, añadía la tenaz pero imprevisible y radiante nueva estrella del Sol, donde se instala la locura.