bilbao - Con la caída y muerte del dictador Muamar el Gadafi el 20 de octubre de 2011 en las afueras de su ciudad natal, Sirte, se escaparon todos los demonios encerrados en un país modelado a su antojo por la europa colonial, y las esperanzas que trajeron los vientos revolucionarios de la Primavera Árabe acabaron en tempestad, en una guerra civil. Mientras siguen sonando los cañones, Libia se encuentra sumida en el caos, con un gobierno internacionalmente reconocido, afincado en Tobruk, al este del país, y la administración rebelde, afincada en Trípoli, la antigua capital, controlada por Amanecer Libio, una alianza de facciones armadas apoyadas por grupos islamistas.

Además, el descontrol ha sido aprovechado por el yihadismo para afincarse en amplias zonas de este enorme territorio, lo mismo que por las bandas que trafican con la desesperación de millares de emigrantes que tratan de alcanzar desde las playas libias el nirvana de Europa.

Sobre todo estos dos fenómenos y la gran riqueza petrolífera, cómo no, ha provocado que las grandes potencias mundiales, bajo el paraguas de la ONU, intenten por todos los medios que Libia recobre la paz. A los efectos, el diplomático español Bernardino León ha diseñado un plan, presentado el pasado 9 de octubre, para lograr un gobierno de unidad refrendado por las dos partes en conflicto. Dicho plan está apoyado tanto por la Unión Europea, como por Estados Unidos, Rusia, China y gran parte de los países árabes, tanto aliados al Gobierno de Tobruk como de Trípoli. Sin embargo los radicales de una y otra facción han boicoteado el acuerdo impidiendo que los respectivos parlamentos puedan votar el proyecto. El siguiente paso podría incidir en un incremento de la presión internacional con sanciones.

Mientras tanto, el Estado Islámico, enemigo común de ambas facciones, amenaza los principales puertos e instalaciones petroleras de Libia. - J. G.