EL pasado 7 de febrero las obras para la acogida del Mundial de fútbol de 2014 que se celebrará en Brasil se cobraron su sexta víctima mortal, evidenciando las condiciones laborales que sustentan el mayúsculo acontecimiento, que está conviviendo con el desconcierto permanente: expropiaciones con consecuencias de brotes de violencia, manifestaciones con multitud de detenciones, y la mayor desgracia de las muertes... Cuestiones que proyectan dudas sin haber echado a rodar el balón.
De los doce campos de fútbol que acogerán el Mundial de Brasil y que se erigen como sedes del mismo, cinco aún están pendientes de terminar de construirse, a pesar de que el plazo previsto para la finalización de la docena de proyectos estaba fijado para el 31 de diciembre de 2013.
El caso más preocupante es el Arena da Baixada, situado en la ciudad sureña de Curitiba. El estadio, en cuyas obras por ejemplo se produjo una huelga por el impago de salarios que llevó al corte de calles de los aledaños o se vieron paralizadas por un juez debido a preocupaciones asociadas a la seguridad laboral, es el que más retraso acumula en su construcción. De hecho, inquieta tanto que hace un mes la FIFA, personificada por el secretario general Jerome Valcke, visitó el lugar y dio un ultimátum con fecha de 18 de febrero, mañana, martes, para acreditar la viabilidad de la sede. Es el último tren para Curitiba.
Es el día en el que la sede deberá aprobar el examen y confirmar que se mantiene como cuna para cuatro encuentros de la primera fase del Mundial, concretamente para los siguientes: Irán-Nigeria, Honduras-Ecuador, Argelia-Rusia y Australia-España. Precisamente esta última, el cuadro que dirige Vicente del Bosque, había escogido Curitiba como escenario para la concentración durante la competición mundialista, que se desarrollará desde el próximo 12 de junio y hasta el 13 de julio.
No obstante, ya se habla de que, en caso de que Curitiba sea denegada mañana, Natal, otra de las sedes, podría acoger en su Estadio das Dunas ocho partidos en lugar de cuatro; otra alternativa sería distribuir los cuatro partidos citados entre varias sedes. Independientemente de la posible solución, la hipotética desestimación de Curitiba sería un quebradero de cabeza para las selecciones involucradas y sus aficionados, por las cuestiones del negocio local, los hospedajes, las entradas para los partidos o los desplazamientos -citar que Curitiba está al sur y Natal, al norte de Brasil-, aspectos que ya han echado a andar tiempo atrás. La imagen transmitida tanto por el país organizador como por la FIFA caería en decrépito y las soluciones para satisfacer a la mayoría deberían cobrar premura, que es lo que ha venido faltando. La repercusión del peso de la afectación a la selección vigente campeona del mundo no sería nada desdeñable.
Las informaciones publicadas los últimos días, además, llaman a la sorpresa. Es curioso que el gobierno del estado brasileño de Paraná, donde se ubica Curitiba, reclamó el miércoles pasado -casi sobre la bocina- un préstamo de 75,5 millones de euros al banco estatal de desarrollo (que ya financió con 39,5 millones de euros a la sede que acontece, al igual que a las otras 12) para financiar la obra del Arena da Baixada. Obras que no han cesado de engordar sus números. De hecho, el gasto total de las obras para el Mundial de Brasil a estas alturas casi duplica a las previsiones realizadas a priori. La construcción y reforma de la docena de sedes recoge un coste de cerca de 2.500 millones de euros, a diferencia de la inversión de en torno a 1.100 millones que se dio en la cita mundialista de Alemania o los alrededor de 1.000 millones del evento celebrado en Sudáfrica.