Brasil organizará uno de los mayores eventos del mundo precisamente en uno de sus momentos de más prosperidad", vino a decir O Rei Pelé, embajador especial del gobierno brasileño para el Mundial de fútbol que su país acogerá en 2014 -escenario que también será pesebre de los Juegos Olímpicos de 2016-. Sin embargo, estos días, un nuevo cinturón polémico se ciñe a la organización. Sucede en los aledaños del estadio Maracaná, sede para la final del torneo. Concretamente, en el Museo Indígena adosado al campo de fútbol, un edificio alzado en 1862, deshabilitado en 1977 y ocupado por los aborígenes en 2006. Ahora, la marea del Mundial se lo quiere llevar arrastrado para dar espacio a la megalomanía del deporte rey y su totémico acontecimiento. Para los okupas, es algo así como la abusiva guerra del fútbol contra la cultura. La resistencia, "pacífica" anuncian, son una treintena de indígenas cercados por 40 agentes del Batallón de Choque de la Policía Militarizada de Río de Janeiro que aguardan a la orden de desalojo, armados los primeros con arcaicos elementos. "El gobierno quiere hacer aquí cualquier cosa, menos dejar a los indígenas. Nosotros no queremos guerra, pero si fuera necesario, vamos a guerrear", proclaman, específicamente el líder José Urutao Guajajara, arco y flecha en mano, engalanados con pinturas de batalla, pecho y plumas al aire.
"Debemos entender que para un indígena, tener un pedazo de tierra es esencial", sustenta el defensor público federal Daniel Macedo, opositor frente a la voluntad gubernamental de demoler el edificio para acometer la construcción de un parking, un área de entrenamiento, un centro deportivo y, qué ironía, un museo del fútbol. El jaleo está garantizado. Otra mota, otro debate despertado por los prolegómenos.
amalgama de problemas Porque un aspecto que viene trayendo cola son los presupuestos, cifrado el apartado de gastos por el gobierno en 10.300 millones de euros. Mientras la organización se presentó como adalid de la transparencia, razón por la que ha abierto tres páginas webs oficiales cuyos responsables son el Ministerio de Deportes, la Oficina de Control del país y el Senado, a fin de poder supervisar cualquier ciudadano el proceso de construcción y gastos de las obras de estadios e infraestructuras asociadas, las cifras no casan. Sin ir más lejos, en la propia remodelación de Maracaná, el Senado anuncia que acogerá a 79.378 personas, versión que para el Ministerio de Deportes es de 79.000. Esto en cuanto a capacidad, que repercute directamente en el presupuesto final. El ejemplo del nuevo estadio de Manaus, el Amazonia Arena, es más llamativo. El Ministerio dice que el coste es de 532,2 millones de reales brasileños, la Oficina de Control dicta un gasto de 515 millones y el Senado de 505. Un desfase que llega a cerca del 5% del presupuesto en función de la fuente. Sobre las construcciones de otros estadios, directamente las informaciones se omiten, entre otras cosas, porque las previsiones iniciales se han visto desfasadas, en ocasiones, por el apremio de querer acoger este verano en los citados estadios la Copa Confederaciones. Una aceleración inestimada; otros obras, por contra, sufren retrasos. Una epidemia para las 12 ciudades sedes. No en vano, ayer se supo que de las 82 obras urbanas, puertos y aeropuertos propuestos para el Mundial, tres mantienen el cronograma y el presupuesto estipulados en 2010 y solo dos están concluidas, según el diario O Estado de Sao Paulo.
Otra oscura faceta es el aspecto de las condiciones laborales de los operarios que trabajan en hacer posible la mayor cita del fútbol. La denuncia ocurrió, por ejemplo, en la reforma de Maracaná, cuando los cerca de 2.000 obreros prolongaron una huelga laboral durante 16 días.
Telecomunicaciones calificadas de "insatisfechas" por el propio ministro de Deportes, un índice de corrupción que es el tercero mayor de Suramérica, dudas sobre la capacidad para el suministro eléctrico -el pasado octubre un apagón en 10 estados dejó a millones de personas sin luz-, problemas en con la infraestructura transportista... son otros aspectos que proyectan dudas sobre la capacidad de un país expuesto a examen. El bastión del Museo Indígena, el último episodio.