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Rodaba el cuero en 1926: el fútbol se confirmaba como deporte de masas, Máximo Royo y después Lippo Hertzka dirigían a un Athletic que ponía su punto de mira en la captación de todos los talentos vizcainos, era el lapso de la ausencia de la etapa interrumpida del gran Míster Pentland, época en la que se guisaba una competición oficial y que abarcase el Estado español, la cual llegaría en 1928, con el nacimiento de una Liga que en una cúspide posterior ha sido tildada de las Estrellas.

Pero otrora, en 1926, los clubes, irradiantes por el creciente deporte del foot-ball, fraguaban sus plantillas soñando con la quimera de la imbatibilidad. El Real Madrid no escapaba de esta ambición, si bien el pueblo todavía debía asimilar el hecho de cobrar por llevar a cabo la práctica de este incursivo aunque atractivo sport. El club blanco se lanzó decidido, como hace a día de hoy -poco ha cambiado en este sentido-, con la fórmula de la inversión para un retribución en forma de gloria futbolística, ese aparato tan cautivador para el eco mediático que ya funcionaba entonces. Así, dio cabida en su estructura al profesionalismo, el presidente Luis Urquijo contrató, sentando precedente, a dos futbolistas, los primeros asalariados por la entidad blanca. Ellos fueron el getxotarra Anacleto José María Peña Salegui, conocido como Peña, y Miguel Álvarez García, Miguelón, gérmenes de un faraónico futuro.

Previo paso a recalar en el club madridista, Peña (19-IV-1895, Getxo; 13-I-1988) formaba parte de la terna de jugadores que hicieron del Arenas de Getxo el denominado Histórico, siendo parte activa del título de Copa obtenido en 1919, lo que abrió las puertas para formar parte de la selección española y, más tarde, para recalar precisamente en el Madrid. Sus facultades físicas, su vigorosidad, su brega y predisposición a la entrega encandilaron, como lo hacían paralelamente en el mundo del atletismo, donde se erigió en campeón de España en las pruebas de relevos de 1923 y en triple campeón en los 100 metros vallas en 1923, 1925 y 1926.

Peña, de quien se cumplen hoy 25 años de su fallecimiento, era un tipo polifacético deportivamente, como demuestra una anécdota protagonizada con el club blanco en su primera gira por América, datada en 1927. Peña, junto al ondarrutarra Juan José Urquizu, que llegó ese 1927 al club blanco tras formarse en Jesuitas, Escolapios, Deusto y Osasuna, en un acto de valentía y demostrando virtudes marineras, se subieron a un bote de remos y palearon un rato por una zona infestada de tiburones. De pronto, mientras Urquizu, considerado a la postre como uno de los mejores defensas estatales y que ejercería como técnico del Athletic (1940-48), subió por las escalerillas al barco nodriza, Peña decidió hacerlo por una soga. Cuando había ascendido la mitad del recorrido, se fue al agua, quedando expuesto a los escualos. La cosa quedó en anécdota, pero marcada en las retinas de los presentes. Pera era carismático.

De hecho, en los años posteriores, con el origen de la Liga, se ganó una plaza fija en el mediocampo del Real Madrid, donde ese 1928 en el que comenzó a carburar la competición compartió vestuario con el propio Urquizu, el portugalujo Manuel Pachuco Prats -fichado al Murcia por 17.000 pesetas-, el urduliztarra Luis María De Uribe Echevarría, el hondarribiarra Ramón Triana, y los navarros Desiderio Esparza y Jaime Lazcano. Un curso el de 1928-29 en el que se proclamaron subcampeones -el Athletic ganó al Madrid en la última jornada y lo propició- de una primera Liga que ganó el Barcelona; solapados llegarían seguido dos títulos consecutivos para el Athletic.

Si bien, sería en la campaña 1931-32, de la mano precisamente del técnico exAthletic Lippo Hertza, cuando Peña y compañía ganarían la primera Liga para un Madrid invicto, con 10 victorias y 8 empates. Peña venía siendo una institución, no en vano, ya en el primer año de Liga fue el jugador con más minutos disputados de la plantilla, junto a Félix Quesada, siendo además el veterano de aquel Real Madrid de la quinta del 28, con 33 primaveras.

Sería eso, la edad, lo que apartaría a Peña del equipo blanco, con 37 años de veteranía y concretamente el exitoso año 32, tras vestir la zamarra en 147 encuentros oficiales con el Madrid y habiendo anotado en 6 ocasiones. Pero colgaría las botas para ser míster del Celta de Vigo después de, con la selección de España, con la que disputó 21 encuentros, entre ellos partidos de los Juegos Olímpicos del 1924 y 1928 y del Mundial de 1934, doblegar en 1929 a Inglaterra (4-3), obteniendo el honor de ser parte de la primera selección no británica en derrotar a los considerados inventores del foot-ball. Un baño de prestigio por el que sería galardonado con la Medalla al Mérito Deportivo.

En el Celta se fajó como jugador-entrenador. Un hogar en el que se proclamó campeón gallego en el curso 1933-34. Fueron tres campañas en las que llegó a promocionar al plantel vigués para el ascenso a Primera, pero sin llegar a culminar la hazaña. Después llegaron las experiencias en los banquillos del Oviedo (1935-36) y del Sporting de Gijón (1946-47).

Una trayectoria en la que dejó un reguero de cariño, pues el mismísimo Santiago Bernabéu, alma mater en la creación de la Copa de Europa, presidente del Real Madrid e institución en el fútbol mundial, quedó cautivado con su persona. De ahí que Peña, en el ocaso de su vida padeciendo de mala salud, recibiese el auxilio del club que bautizó a este getxotarra como su primer profesional, un pionero allende su hogar.