BILBAO. "El día en que haya entrenado al Athletic ya me podré retirar tranquilo". Se lo confesaba a viva voz a todo aquel dispuesto a conversar con él sobre fútbol, su refugio, y de la vida, esa que tantas veces le maltrató. Y, aunque acabara uno de conocerle, lo hacía como el familiar que anhela la espera para enseñarle al visitante su casa, Mareo, afanándose en mostrarle cada recoveco de las instalaciones, el pulmón del sportinguismo, una mímesis de lo que él tanto evocaba, Lezama. Así recibió siempre a este periódico. No podrá hacerlo más, ni tampoco cumplir su sueño porque aquello de lo que hizo gala Manolo Preciado (El Astillero, 28-VIII-1957/Sueca, 6-VI-2012), su corazón, le traicionó infartando la noche del pasado miércoles en la zona residencial situada entre la urbanización del Mareny Blau y el municipio valenciano de Cullera, donde disfrutaba de sus vacaciones, pocas horas después de firmar su nuevo contrato con el Villarreal, si bien el técnico llevaba varios días quejándose de un virus intestinal que le llevó a pasar por el hospital. Su deporte pierde no solo a un trabajador entregado, a un tipo con apariencia de Einstein pero más cuerdo que nadie, sino a una persona vitalista que supo convertir la ética en épica.
"Los golpes de la vida hacen que te vuelvas agnóstico, pero levantarse es la mejor medicina", decía en estas páginas en octubre de 2011. "Podría haberme hecho más vulnerable y así pegarme un tiro o crecer. Preferí esto último", insistía. No en vano, le situaron en el límite pero él se aferró al mundo sin regatear un culín de sidra ni esas cenas por donde pasaban gran parte de sus futbolistas, los mismos que, ayer inconsolables, le abrían en más de una ocasión sus mesas para rescatarle de la soledad. Antes de instalarse en Castellón pretendía viajar a Donostia, residencia de su actual esposa, una relación que inicio tras el fallecimiento en 2002 de su primera mujer, Puri, de 42 años, a causa de un cáncer de piel, una pérdida que no resultó su única desgracia, ya que solamente dos años después su hijo Raúl, de 15 años, murió tras sufrir un accidente de moto; y para colmo de males, hace catorce meses, el que se marchó fue su padre, atropellado mientras empujaba un vehículo. Cuesta creer que cuando aterrizó en el Sporting, donde fue cesado esta temporada entre las lágrimas de su presidente, proclamara que "en el club y en la ciudad lo que hace falta es alegría".
Nunca negó que había dos lugares donde se lo pasaría como un crío en noche de Reyes. En Liverpool, en el Albert Pub de Walton Breck Road, el santuario donde se apiña The Kop antes y después de los partidos cerveza en mano -la lengua no habría sido problema porque el idioma del fútbol, universal, lo dominaba a la perfección-; y en San Mamés. "Para haber jugado en el Athletic tendría que haberme llamado Preciadobalabeitia", bromeaba, aplaudiendo que Joaquín Caparrós -que al igual que Mourinho, con quien se reconcilió, le ha dedicado un emotivo epitafio- hubiese abierto la puerta hacia el banquillo de La Catedral. Carismático, dicharachero, currante y, ante todo, un superviviente que probó en la universidad con la carrera de Medicina porque "me gustaba y me equivoqué". Al irse a Andalucía a jugar con el Linares, la facultad más cercana estaba sita en Granada, a 300 kilómetros, con una carreteras indecentes que le provocaron pereza y temor. Así lo recordaba: "Estudiaba bioquímica, biofísica... y me dije: Manolito, al fútbol, que es lo tuyo". Cocinero antes que fraile, vistió las camisetas de la Gimnástica, el Alavés y el Racing, su otro equipo del alma, ejerciendo de central cumplidor, "de seis en todos los encuentros", hasta que con 35 años colgó las botas. En su memoria quedó para siempre el gol que marcó en Bilbao al Athletic. "Fue un tanto precioso de volea desde fuera del área al mismísimo Zubizarreta tras una acción en pared con Setién. San Mamés me aplaudió ¿Por qué? Porque perdíamos 3-1. Le comenté a Dani que a ver si aprendía a pegarla, y acto seguido marcó y me la devolvió: Cállate, chavalín".
respuestas para la historia Tres años después de su retirada, la Gimnástica de Torrelavega le dio la oportunidad de llevar las riendas, en Tercera División, un gesto que Preciado agradeció de la mejor manera que sabía, logrando ese mismo curso el ascenso. Otro tanto haría con el filial del Racing para terminar dirigiendo al primer equipo, aunque el aterrizaje del empresario Piterman provocó su precipitada salida. Cambió de aires y en Levante firmó el primero de los dos ascensos que logró a la máxima categoría, devolviendo al Sporting a la élite tras una década en la que el club se arrastró en los infiernos. Con 232 partidos se erigió en el segundo técnico que más encuentros dirigió a la entidad astur, solo superado por José Manuel Díaz Novoa. Y en este trayecto, un sinfín de frases inherentes a alguien ensimismado con su oficio. "¿Euforia? Estamos a tres puntos del descenso. Ni ahora somos el Bayer Leverkusen ni antes éramos la última mierda que cagó Pilatos", soltó (3-XII-2010) tras vencer al Depor. O su pataleta tras una derrota en Getafe por 3-0 (24-X-2010): "Estoy muy quemado, como la moto de un hippie y tengo ganas de irme de aquí". Con los colegiados también las tuvo: "Hago muchos aspavientos y en ese sentido soy fácilmente echable pero si algún árbitro dice que le falté al respeto es que miente como un bellaco", zanjó (1-II-2009) tras ser expulsado en el Sporting-Sevilla.
Pero la polémica que le postró en el primer plano mediático por defender los colores rojiblancos fue la mantenida con Mourinho tras acusarle este de sacar a los suplentes en el Camp Nou y regalar los tres puntos. "Si dijo eso de verdad, es un canalla" (12-XI-2010). Honesto como pocos, recondujo la situación, eso sí, después de asaltar el Bernabéu la campaña anterior: "Ahora mismo podemos presumir de tener una relación magnífica. Estoy agradecido con su comportamiento y él me tiene también mucho afecto. Es un gran entrenador" (7-III-2012). El portugués se deshizo ayer en elogios hacia Preciado en una misiva en la que destacó su "carácter, transparencia y valor para luchar contra los golpes, que fueron cruelmente duros en su caso. No soy nadie para pretender ensalzar su vida, que se ha partido en mil pedazos. Pero como colega y hombre de fútbol deseo en este durísimo momento enviar mi humilde mensaje de dolor a todos los suyos". Un acto digno de aplauso.
'manolín', por bilbao Manolín, un tipo de frente sin atajos ni aristas, de cuerpo entero, el de las correrías por El Astillero y los buenos alimentos en El Caserío, un restaurante situado junto al faro en la villa marinera de Suances; el técnico que sentía las misma devoción por Javier Clemente, su sucesor, que por Guardiola o Aragonés; el tipo enamorado de Bilbao, donde acudía asiduamente en busca de su cuadrilla de amigos para departir acerca de lo que allí podría ser su futuro profesional, por lo que no era nada raro verle tomándose unos vinos por Licenciado Poza en dirección a ese final que desemboca en el escudo del Athletic, en la fachada de La Catedral, teatro de sus sueños. Se deleitaba con el ambiente y con las comidas que le preparaban en el restaurante Kate Zaharra, en la cuesta de Santo Domingo, lo mismo que con la entrega y el compromiso, los valores por los que hubiese sido muy bien acogido por la familia rojiblanca. Su último tuit data del 31 de enero, tras ser destituido en Gijón: "Lamento si hice algo mal". Solo una cosa: que en cada moneda al aire que lanzaba en su tránsito, la vida le deparaba un infortunio. La suerte fue para quien pudo conocerle.